Beñat ZALDUA | 7K

Un marxista errático al rescate de la Eurozona

Es la sensación del nuevo Gobierno griego. Ha entrado en el ministerio de Finanzas plantando cara a la Troika desde el primer día, como elefante en cristalería. Pero solo aparentemente. Lejos de planteamientos rupturistas, pero desde convicciones profundas, Yanis Varoufakis apuesta por salvar la eurozona de sí misma, mientras insta a la izquierda a asumir sus derrotas y trabajar a fondo por una alternativa real. Dará qué hablar.

Varoufakis se ha convertido en algo parecido a una estrella mediática, eclipsando incluso la figura de Alexis Tsipras. (Aris MESSINIS)
Varoufakis se ha convertido en algo parecido a una estrella mediática, eclipsando incluso la figura de Alexis Tsipras. (Aris MESSINIS)

Los augurios no son buenos. Nunca antes tanta gente poderosa comprendió tan poco sobre lo que la economía mundial necesita para recuperarse». La contundente frase es del reconocido economista y flamante ministro griego de Finanzas Yanis Varoufakis, la estrella que ha llegado a eclipsar al primer ministro, Alexis Tsipras, después de conseguir sacar de sus casillas al presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, al anunciar que su país renunciaba a reconocer la Troika como interlocutor.

La cabeza rapada, la chupa de cuero, la moto de 1.300 cc y la falta de pelos en la lengua han convertido a Varoufakis en una estrella mediática en cuestión de días. También el hecho, conviene no olvidarlo, de que es el responsable de sentarse cara a cara con los acreedores de Grecia y conseguir poner fin a la perversa lógica de la austeridad, que no ha hecho sino aumentar la deuda griega. No está de más, por lo tanto, acercarse a la figura de este marxista errático (según su propia definición) que tampoco ha tenido reparos en criticar contundentemente la obra del economista fetiche de la socialdemocracia europea, Thomas Piketty.

La frase con la que arranca este texto, dedicada precisamente a sus actuales interlocutores, procede del libro ‘El Minotauro global’ (Capitán Swing), en el que el autor ofrece su teoría sobre la crisis económica de los últimos años. Resumido (demasiado) brevemente, Varoufakis viene a decir lo siguiente: pasada la II Guerra Mundial, EEUU es prácticamente el único país industrializado que no está en ruinas, por lo que invierte miles de millones de dólares para recuperar mercados capaces de absorber los excedentes generados por su boyante economía. De aquí el Plan Marshall y los «milagros económicos» alemán y japonés.

Este esquema salta por los aires en 1971, después de que los gastos de la Guerra de Vietnam y de la Gran Sociedad (el programa más parecido que EEUU ha tenido a un estado del bienestar) llevasen a incrementar espectacularmente la deuda pública. Esto y el fin del superávit comercial que EEUU pensaba eterno dieron como resultado un espectacular doble déficit en la economía estadounidense: el déficit presupuestario (el Gobierno gastaba mucho más de lo que el país producía) y el déficit comercial (se importaba al país mucho más de lo que sus empresas exportaban).

Lejos de tratar de reducir estos dos déficits, como la ortodoxia neoliberal obliga a hacer ahora al sur de Europa, EEUU decidió conscientemente darle la vuelta a la tortilla y multiplicar los déficits, pero asegurándose de que el dinero gastado regresara a EEUU en forma de inversiones en Wall Street y en bonos del Tesoro. Dicho fácil: EEUU pagaba para adquirir bienes, pero ese dinero regresaba en forma de inversiones, de forma que el problema quedaba, aparentemente, resuelto. Esta maquinaria capaz de engullir los excedentes del resto del mundo es la que Varoufakis bautiza como Minotauro global.

El éxito de este Minotauro, equilibrador perverso de la economía internacional, fue facilitado por lo que Varoufakis llama «doncellas del Minotauro», entre las que encontramos a Wall Street. Es decir, la financiarización y la orgía de Wall Street, que son los causantes principales de la crisis global, son consecuencias del Minotauro global, según las tesis del ahora ministro, para quien la posibilidad de multiplicar infinitamente sus inversiones era la condición sine qua non para que el resto del mundo invirtiese sus ganancias en la bolsa de New York y financiase de esa manera los dos terribles déficits estadounidenses.

 
     
 

El ministro de finanzas griego, en distintos momentos de las reuniones con los líderes europeos. De izquierda a derecha y de arriba a abajo, con sus homólogos británico, italiano y alemán. En la última con el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem. (Justin Tallis / Tiziana Fabi / Odd Andersen / Aris Messinis)

Explicadas así las causas de la crisis, Varoufakis no escatima críticas para las políticas de rescates bancarios adoptadas por Washington y las capitales europeas, a las que acusa de entregar el mando a los mismos responsables de la crisis. El economista griego lo llama «quiebrocracia», es decir, la dictadura de los bancos quebrados y rescatados con dinero público. «El remedio resulta peor que la enfermedad», escribe en el libro. Idea a retener: según Varoufakis, todo, siempre, puede ir peor.

¿Qué hacer? Soluciones de mínimos basadas en el pragmatismo. Varoufakis es la antítesis del dogma. Es el pragmatismo en estado puro y sus soluciones a la crisis son la viva prueba. No cree que un Partenón en ruinas sea la Bastilla o el Palacio de Invierno. Para empezar, y hablando en plata, como le gusta, en su libro deja bastante claro que no cree que haya una solución global a la crisis hasta que aparezca un nuevo mecanismo capaz de absorber los excedentes del mundo industrializado (el Minotauro murió en 2008) y cree que este nuevo mecanismo equilibrador de la economía global debe nacer, una vez más («quizá por última vez», añade), en EEUU.

Pero centrémonos en sus propuestas para la Eurozona, que son las que más nos interesan y con las que le toca lidiar como ministro. Aunque en el libro apenas pasa de puntillas por la crisis del euro (lo hace para maldecir a sus responsables), Varoufakis presentó en 2010, junto a los también economistas Stuart Holland y James K. Galbraith, un documento con el descriptivo título de ‘Una modesta proposición para resolver la crisis de la eurozona’. En resumen, se trata de una propuesta que parte de un análisis de la eurozona en la que detecta cuatro crisis interrelacionadas (crisis bancaria, de deuda pública, de inversión y social). Unas crisis para las que propone soluciones prácticas dentro del orden institucional europeo, a través sobre todo de un mayor protagonismo del BCE y del Banco Europeo de Inversiones.

Al tratarse de una propuesta, los autores no cargan contra los estados que deberían dar su visto bueno a la iniciativa. Sin embargo, en ‘El Minotauro global’, el ahora ministro no se corta a la hora de explicar por qué cree que propuestas como esta fracasan: «Si la crisis del euro se resolviese rápidamente y sin dolor, Alemania (y los demás países excedentarios de la eurozona) renunciaría al inmenso poder de negociación que esta crisis a fuego lento le otorga al gobierno alemán con respecto a Francia y los países deficitarios».

En cualquier caso, es una propuesta que los propios autores definen como programa de mínimos, con «soluciones inmediatas, factibles en el marco de las leyes y los tratados europeos actuales». Es decir, es un programa reformista alejado de cualquier planteamiento rupturista. Se puede plantear de otro modo: el ministro de finanzas más a la izquierda que nadie recuerda en un Gobierno europeo, economista reputado y gran crítico de la eurozona apuesta por... ¿dedicar todos los esfuerzos a salvar de sí misma a una eurozona que él mismo califica de «antidemocrática e irreversiblemente neoliberal»? Sí, así es. Y no se esconde. Aquellos que consideren que se ha ablandado tras la llegada al poder se equivocan. Venía así de serie.

Confesiones a la luz de la crisis. De lectura más que recomendable resulta en este sentido la conferencia ‘Confesiones de un marxista errático en medio de una crisis europea repugnante’, en la que Varoufakis da un repaso a su biografía ideológica, empezando por todo lo que ha influido en él el pensamiento de Marx, para quien sin embargo también tiene dos importantes reproches (de ahí lo de errático). Pasa también por Keynes, de quien reclama rescatar la idea de que «no hay manera de saber qué hará mañana el capitalismo, aun si a día de hoy no le pudiera ir mejor».

Para defender su posición actual, Varoufakis también echa mano de su experiencia vital. Recuerda con poco orgullo su breve pasado como asesor del exprimer ministro socialista Yorgos Papandreu, pero se centra sobre todo en su estancia como estudiante en la Gran Bretaña de Tatcher, cuya victoria confiesa que le empujó a pensar que serviría como revulsivo para la izquierda. Craso error, según él mismo confiesa: «A medida que la vida se volvió más fea, más brutal y, para muchos más corta, caí en la cuenta de que me equivocaba trágicamente: las cosas pueden empeorar perpetuamente, sin que nunca lleguen a mejorar». De aquello de cuanto peor, mejor, ni oír hablar: «Todo lo que surgió del thatcherismo fueron los chanchullos, la financiarización extrema, el triunfo de la galería comercial sobre el almacén de la esquina, el fetichismo de la vivienda y... Tony Blair».

Aquella lección es la que está detrás de su posicionamiento reformista actual: «No me duelen las prendas a la hora de confesar el pecado que me atribuyen los críticos radicales de mi posición ‘menchevique’ en relación con la eurozona: el pecado de no optar por programas políticos radicales que busquen explotar la eurocrisis como una oportunidad para derrocar el capitalismo europeo». El recuerdo de la experiencia británica, junto a la convicción de que una desintegración europea solo favorecería opciones xenófobas y fascistas («no estoy dispuesto a dar a alas a esta versión postmoderna de los años 30»), le llevan a defender la salvación de la eurozona: «No por amor o aprecio ninguno al capitalismo, sino solo porque queremos minimizar los innecesarios costes de esta crisis».

Solo el tiempo dirá, y solo quizás, si está en lo cierto o si tira por la borda una oportunidad histórica. En cualquier caso, peso no le faltan a sus argumentos, también cuando estira las orejas a una izquierda autocomplaciente a la que acusa de resistirse a asumir sus derrotas y a reconocerse incapaz de substituir «el abismo que se abrirá con el colapso del capitalismo europeo por un sistema socialista que funcione».

Tampoco se muestra inocente al reconocer que «forjar alianzas con fuerzas reaccionarias nos enfrenta al peligro de ser cooptados». «La cosa está en evitar el maximalismo revolucionario que, en el fondo, ayuda a los liberales a superar cualquier oposición a su necedad autodestructiva, sin perder de vista nunca la intrínseca fealdad del capitalismo al intentar salvarlo de sí mismo por razones estratégicas», añade Varoufakis, que concluye con una pregunta directa a las inevitables y, por qué no, sanas contradicciones que plantea: «¿Qué es, después de todo, el humanismo marxista sino la lidia constante con aquello en lo que nos convertimos?».