Beñat Zaldua
Iruñea

Un planeta en juego

El cambio climático se acelera. Los polos se derriten, los mares suben y los continentes se desertifican. Pese a las evidencias de la crisis climática, pocos apuestan por que las conclusiones y los posibles acuerdos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático ayuden a parar un desastre que amenaza la vida del ser humano en el planeta Tierra.

Imagen del deshielo en Groenlandia. (Ian JOUGHIN/AFP PHOTO)
Imagen del deshielo en Groenlandia. (Ian JOUGHIN/AFP PHOTO)

«La única forma de evitar las peores predicciones será efectuar transformaciones radicales en el modo en que funciona actualmente la economía mundial, es decir, mediante la rápida adopción de fuentes de energía renovables, la disminución drástica en el uso de combustibles fósiles o la aplicación a gran escala de la captura y almacenamiento de carbono, la eliminación de las emisiones provenientes de la industria y detener la deforestación». No son palabras de ninguna organización ecologista, sino las de la todo poderosa PricewaterhouseCoopers, la empresa de consultoría más grande del mundo.

Apenas nadie se atreve hoy en día a negar la evidencia del cambio climático provocado por la acción del ser humano en el planeta, ni siquiera muchos de los que durante años han defendido que se trataba, simplemente, de un cambio de ciclo natural, en el que nuestro modo de vida no tenía nada que ver. Es por eso que estos días se reúne en la capital de Qatar, Doha, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, con el objetivo de superar la desastrosa cumpre homónima de hace un año en Durban (Sudáfrica) y recuperar la senda del acuerdo de Kioto, al menos sobre el papel.

Pese a lo improbable del acuerdo, todos los datos coinciden en la urgencia de cambiar las cosas, debido al aceleramiento del cambio climático. La revista especializada ‘Enviromental Researchs Letters’ ha publicado recientemente un estudio en el que aseguraba que el agua de los mares aumenta a una velocidad un 60% más grande de lo anticipado por la ONU en 2007. La causa no es otra que el derretimiento de los polos a causa del cambio climático –el hielo del Ártico se encuentra en mínimos históricos– y la consecuencias será la inundación de buena parte de las costas de los continentes, con ciudades como New York y Shangai incluidas.

No es, ni de lejos, la única consecuencia del cambio climático. Sin movernos del agua, el 30% de las especies marinas podría desaparecer de aquí al 2050, tanto por la sobrepesca como por la contaminación del planeta; en resumen, por la actuación del ser humano. En global, cada año desaparecen de la faz del planeta entre 17.000 y 100.000 especies vivas, con la alteración del ecosistema que cada una de las desapariciones conlleva.

Ya en tierra, el calentamiento global se traduce en la desertificación de amplias zonas de los continentes, en el que la vida humana quedaría prácticamente vetada –el agua disponible en el norte de África caerá a la mitad en 2050–. Según la Organización Meteorológica Mundial, organismo de la ONU, 2012 será el noveno año más cálido desde que se empezaron a registrar los datos en 1850. No se trata de un hecho aislado, ya que 2010 y 2011 también se encuentran entre los más calurosos.

El catálogo de desgracias es muy amplio y daría para rellenar libros enteros. Como resumen y reflexión, cabe recordar que el cambio climático está producido, fundamentalmente, por el consumo de energías fósiles, mayormente el petróleo. Pues bien, la Agencia Internacional de la Energía, en su informe de 2012, aseguraba que aunque los países lograsen llegar a algún tipo de acuerdo sobre las emisiones de CO2 –este año han crecido un 2,6%–, si el consumo se mantenía como en la actualidad, el calentamiento global seguiría su crecimiento exponencial.

Es por esto que son muchos los expertos, junto a asociaciones ecologistas y de todo tipo, los que insisten en señalar que el problema está mal enfocado. Igual que con el fin del petróleo, la cuestión ya no pasaría, según los más críticos, por buscar soluciones para mantener el actual modelo económico de producción y consumo, sino por enmendar de lleno dicho modelo, que requiere de un crecimiento infinito, en un planeta finito.