Dabid Lazkanoiturburu

Un guiño interesado, egoísta y electoralista, pero histórico

Barack Obama ha conseguido, con el anunciado cambio de relación con Cuba, un paso histórico que incluir en su legado como presidente, pero siguiendo además los intereses geopolíticos y económicos de EEUU.

La derrota de los demócratas en las elecciones de medio mandato del pasado 4 de noviembre hizo correr ríos de tinta anunciando el final de la era Obama. Sin posibilidad constitucional de ser reelegido para un tercer mandato, y con el Congreso en manos de la oposición republicana, el presidente recibía el apelativo de «pato cojo» que se reserva a los inquilinos de la Casa Blanca a los que no les queda sino penar sin poder ni gloria durante los dos años restantes de mandato.

Obama anunció su decisión de gobernar por decreto. Pocos le creyeron. No sería la primera vez que faltaba a su promesa. Pero en esas sorprendió con la amnistía a 5 millones de inmigrantes sin papeles sobre los que pendía la amenaza de la deportación. El que esto firma auguró entonces que, en su intento de labrarse un legado y por puro egoísmo del que sabe que le queda poco para pasar a la historia, Obama impulsaría su agenda internacional -en la que tiene un mayor margen que en el ámbito doméstico-. Cuba era y es uno de los retos de EEUU y el presidente ha decidido encararlo con un intercambio de prisioneros y con el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas con un país al que ha prometido retirar de la lista negra.

No obstante, acabar con el bloqueo pasa por desmadejar un entramado de leyes, lo que precisa el aval del Congreso. La pelota pasa al tejado de la mayoría republicana en el Senado y en la Cámara de Representantes. ¿Vetará esta el final de un embargo contra la opinión mayoritaria de los cubanos de Florida y del empresariado estadounidense? ¿Despreciará la opinión favorable de significados senadores y representantes demócratas? Si lo hace el Old Party arrostrará con las consecuencias, políticas y electorales, al igual que si invalida la amnistía a los sinpapeles, en su inmensa mayoría latinos.

Obama ha logrado así transformar su debilidad política en fortaleza y pone en un brete a un partido republicano aquejado de profundas divisiones internas entre el establishment y sectores como el Tea Party. Toda una jugada política y, como tal, electoralista.

En otro plano, con su decisión de abrir una nueva etapa con Cuba, el inquilino de la Casa Blanca evidencia la necesidad de EEUU de adecuar sus políticas a la situación mundial en esta segunda década del siglo XXI occidental. Mantener el bloqueo a Cuba abre las puertas de Latinoamérica a Rusia y sobre todo a China y no reporta nada a cambio, ni siquiera beneficios económicos y empresariales a través de eventuales inversiones en un país situado a 90 kilómetros de distancia y que precisa de una ingente tarea de construcción de infraestructuras. Obama prima así los intereses económicos y geopolíticos de una potencia cuyo lento pero inexorable declive relativo le ha tocado gestionar (EEUU: ese inmenso «pato cojo»).

Los intereses, el egoísmo del que quiere un hueco en la historia e incluso el electoralismo de cara a las presidenciales de 2016 han movido a Obama hacia Cuba. Crucemos los dedos por que sigan haciéndolo en la misma línea y en la relación de EEUU con otras partes del mundo.