Dabid Lazkanoiturburu

Sobre el núcleo mismo de Oriente Medio

Un acuerdo de principio sobre un Irán nuclear iría mucho más allá de la cuestión atómica y abriría la puerta a la reconciliación de dos enemigos históricos, lo que supondría un vuelco geopolítico de grandes dimensiones en Oriente Medio.

De ahí que los principales actores de la zona estén moviendo fichas. La intervención militar saudí en Yemen contra los aliados chiíes de Irán –apoyada por Washington– y la colaboración militar entre EEUU y los Guardianes de la Revolución iraníes, que acabó ayer con el exitoso asalto contra el Estado Islámico en Tikrit, son el reverso y el anverso de ese Gran Juego.

Obama, resignado a que Irán reivindique incluso a nivel nuclear su peso regional –Israel tiene el arma atómica en la región– afronta el dilema de aprovechar la presidencia «moderada» de Hassan Rohani para sellar la paz con Teherán. Una opción en la que se encuentra con la firme oposición no solo de su aliado y gendarme regional israelí sino de sus tradicionales aliados árabes, capitaneados por Arabia Saudí. Y tanto la reciente victoria «contra pronóstico» de Netanyahu en las elecciones israelíes como la intervención militar saudí en Yemen son avisos, cuando no intentos, de dinamitar los esfuerzos negociadores.

Con su demostración de fuerza, que incluye la amenaza de crear una suerte de alianza militar suní de 40.000 hombres, los Saud marcan una línea roja a Teherán y recuerdan a EEUU que tienen no solo ya autonomía para actuar sino que son ellos los que mandan en el mundo árabe. Más cuando tras impulsar el golpe de Estado contra los Hermanos Musulmanes egipcios han convertido al mariscal al-Sissi en un perrito faldero y a Egipto, el mayor país árabe, en un subalterno.

Pero Irán tiene sus ases bajo la manga. Afganistán, donde EEUU ha decidido mantener un contingente militar de 10.000 soldados hasta finales de 2016, es uno de ellos. Y es que esta prórroga ocupante apura hasta el final de la presidencia a un Obama que cimentó su histórico triunfo electoral de 2008 con la promesa del final de las guerras en las que su antecesor George W. Bush embarcó al país. Y no hay que olvidar que Irán, que tiene una amplia frontera con Afganistán, tiene mucho que decir sobre la crisis afgana. Más cuando es un enemigo jurado de los talibanes y estos no parecen muy predispuestos a negociar con EEUU un repliegue honroso cuanto Obama acaba de volver a desdecirse de su promesa de acabar, para finales de 2014, con la ocupación.

Y qué no decir de Siria, donde sin el apoyo de Irán, y la cobertura guerrillera de Hizbulah y otras milicias chiíes el régimen de Bashar al-Assad no habría sobrevivido cuatro largos años de guerra.
Pero donde más tiene, no ya que decir, sino que mandar Irán es en Irak. Bagdad y el centro-sur del país se han convertido en poco más que un protectorado de Teherán.

Y el padrinazgo iraní sobre el Irak postocupación –una de las consecuencias y a la postre uno de los mayores errores de la historia bélica de EEUU– ha quedado absolutamente patente con motivo de la actual ofensiva iraquí –mejor decir de las milicias chiíes comandadas por Qassem Suleimani, el jefe de los Guardianes de la Revolución iraní–– contra el Estado Islámico (ISIS) en Tikrit, cuidad natal del derrocado y ajusticiado presidente Saddam Hussein.

La ofensiva, iniciada el pasado 2 de marzo, fue paralizada una semana después, coincidiendo casualmente con la última ronda negociadora entre EEUU-Irán. Bagdad justificó el parón aduciendo que los yihadistas del ISIS habían sembrado de minas y de francotiradores el centro de la ciudad y pidió soporte aéreo.

EEUU decidió el pasado jueves secundar el sitio sobre Tikrit con bombardeos. Menos de una semana después, Bagdad anunciaba ayer la liberación de Tikrit de manos del ISIS a escasas horas de que expirara el plazo negociador. Otra casualidad. Como la guerra suní-chií en Yemen.