David LAZKANOITURBURU

Obama hace historia y demuestra que «sí se puede» negociar con enemigos históricos

En un mundo sometido al vértigo mediático y en el que se abusa del término histórico, sucesos excepcionales como el acercamiento entre EEUU y Cuba e Irán pierden valor en un suspiro. En este sentido, quizás más de uno necesite varios años para valorar en su justa medida la presidencia de Obama.

A falta de poco más de año y medio para que culmine su segundo y último mandato, el presidente de EEUU, Barack Obama, ha logrado en la primera quincena de abril dos hitos que a buen seguro le reservarán un lugar en la historia.

Dos días después de expirado el plazo (31 de marzo) en las negociaciones con Irán, y desde su despacho de la Casa Blanca, Obama confirm aba por teléfono a la delegación negociadora estadounidense su placet a un acuerdo in extremis y de principio sobre el programa nuclear iraní que permite proseguir con las negociaciones de los aspectos técnicos y el calendario de una futura normalización de las relaciones entre los dos históricos enemigos. Una semana después, y en el marco de la Cumbre de las Américas de Panamá, el primer presidente negro de EEUU se reunía con Raúl Castro en un encuentro que el presidente cubano no dudó en calificar de histórico.

Lo remarcado hasta ahora puede sonar como una aburrida secuencia de hechos recientes. Y lo es. Pero ocurre que estamos ante unos hechos tan excepcionales que desafían buena parte de la lógica vigente hasta ayer mismo en la relación de la mayor potencia (imperio) del mundo con algunos de sus mayores enemigos históricos.

Al punto de que, como hacía el propagandista nazi Goebbels pero al revés, parece necesario repetir una y otra vez estas verdades para que no queden convertidas en mentiras o en simples acontecimientos sin importancia dentro de la catarata diaria de informaciones sobre el ámbito internacional.

Quien hace solo un año incluso menos hubiera anticipado que EEUU estaría desbrozando el camino para normalizar relaciones con Cuba e Irán sería tachado simplemente de lunático. Solo así se comprenden los elocuentes silencios o, en su caso, las socorridas explicaciones que se escuchan estos días en torno al giro histórico de la Casa Blanca en el ámbito de los sectores más combativos del antiimperialismo y/o de los que sitúan la pugna geopolítica contra EEUU en el exclusivo centro de sus análisis internacionales. Explicaciones que van desde la presunta constatación de que EEUU se habría visto obligado a morder el polvo por la sin duda heroica resistencia cubana y por la terquedad geopolítica iraní hasta la percepción, preocupada, de que Obama habría logrado sendas victorias estratégicas.

Pues va a resultar que ni lo uno ni lo otro. Y los dos a la vez, además, es imposible. Mucho más cuerpo, y sentido, tiene la hipótesis que presenta el giro de Obama como una necesidad para afrontar, en el caso de Cuba, la creciente competencia de China –su principal rival– en América Latina, y para capear, en el caso de Irán, el desastre de las guerras inacabadas de su antecesor Bush en Irak y en la olvidada Afganistán.

Es evidente que hay mucho de ello. Pero, en todo caso, habrá que reconocer como mínimo en Obama la capacidad de hacer de la necesidad virtud. Una virtud esta, valga la redundancia, decisiva a la hora de hacer política.

El menor de los Castro fue mucho más allá e instaba desde Panamá a «apoyar a Obama, porque es un hombre honesto (sic). Teniendo en cuenta que la Cuba revolucionaria ha demostrado en su largo medio siglo de vida una envidiable inteligencia para garantizar su supervivencia política –las negociaciones con EEUU son la última prueba–, siempre se podrán disculpar las alabanzas del presidente cubano situándolas en el marco de la diplomacia.

Lo cierto es que Obama parece completamente comprometido a sacar adelante sus iniciativas. Sus maniobras ante el Congreso, con mayoría republicana, para impedir que sabotee su plan para retirar a Cuba de la lista de «países terroristas» –una lista infame– o para que dinamite sus negociaciones con Irán dan una idea de la determinación de un presidente a quien hace solo un año, y tras la derrota demócrata en las elecciones de medio mandato, presentaban como el típico «pato cojo».

Obama ha logrado evitar que los republicanos puedan exigir contrapartidas inaceptables para Cuba y ha conseguido reducir el plazo en el que EEUU podría levantar las sanciones económicas en vigor contra Irán por su programa nuclear.

Evidentemente, tanto en un expediente como en el otro queda casi todo por hacer. El criminal bloqueo contra Cuba sigue siendo una realidad. Y con respecto a las negociaciones con Irán, sabido es que el diablo está siempre en los detalles.

Tampoco conviene olvidar que los planes de la Administración Obama para normalizar relaciones con dos enemigos históricos despiertan oposición interna, y a veces no lejos de la Casa Blanca

Coincidiendo con la cumbre de Panamá, en la que en un intento de evitar un engorro diplomático Obama tuvo que reconocer que Venezuela no constituye amenaza alguna para la seguridad interna de Estados Unidos. El Departamento de Estado ha responsabilizado al encargado de América Latina del Consejo Nacional de Seguridad de Washington, Ricardo Zúñiga de impulsar esta provocación al Gobierno bolivariano y legítimo de Nicolás Maduro.

Y Zúñiga no es el único que se aferra a esquemas del pasado. Los candidatos republicanos Marc Rubio y Ted Cruz –consumados latinos conversos– y el senador y otrora también presidenciable John McCain se han convertido en los arietes contra las negociaciones con Cuba y con Irán, respectivamente.

Todo apunta, sin embargo, a que ambas cuestiones están amortizadas para la opinión pública estadounidense, que considera el embargo contra Cuba un anacronismo económico y políticamente contraproducente para EEUU y que parece dispuesta a reconocer a Irán como una potencia regional mal que le pese al cada vez más histriónico y aislado aliado israelí.

¿Implica eso que las iniciativas diplomáticas de Obama, consumado maestro a la hora de pulsar el ánimo del electorado –no en vano ganó de calle sus dos elecciones– están condenada al éxito? Ni mucho menos.

Pero incluso en caso de fracaso no del todo imprevisible en el caso de Irán, Obama se ha asegurado ya su legado como 44º presidente de EEUU. Un legado que incluirá su apuesta por negociar con enemigos acérrimos en materia internacional y, en el ámbito doméstico, por intentar siquiera humanizar una economía y una sociedad donde rige el sálvese quien pueda, a través de programas como la ampliación del seguro sanitario a 30 millones de personas (Obamacare) o la amnistía a 5 millones de inmigrantes amenazados con ser deportados.

Ello sin olvidar su apuesta neokeynesiana (emisión de dinero e inversión pública a espuertas) con la que conjuró lo peor crisis económica de EEUU desde la Gran Depresión.

Y convendría que, así como cuando fue elegido en 2008 más de uno se equivocó al pretender que el presidente de EEUU no fuera a actuar como tal en virtud de su cargo, otros no se equivoquen ahora y se vean dentro de unos años obligados a tener que reconocer su legado.