Dabid LAZKANOITURBURU

Peligro... viene Trump

La retirada del evangelista tejano, Ted Cruz, y del «moderado» y gobernador de Ohio, John Kasich, de la carrera republicana evidencia lo desesperado de sus últimos intentos por frenar al terremoto Trump.

Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)
Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)

Pero, sobre todo, revela que el Old Party ha terminado por resignarse a contar con un candidato outsider histriónico y políticamente incorrecto como el showman multimillonario, famoso tanto por los rascacielos con su nombre que jalonan las grandes ciudades de todo el país como por sus estridencias.

Pero, ¿realmente estamos ante un ejercicio de resignación de la dirección del partido republicano? Si hacemos caso a la inmensa mayoría de las encuestas, que auguran una victoria por goleada de Hillary Clinton, no hay duda de ello. Las recientes presidenciales estadounidenses han evidenciado que es imposible vencer sin el voto de las minorías, sobre todo la latina. Un segmento del electorado al que los abiertos insultos racistas de Trump y sus amenazas de deportaciones y muros en la frontera con México no animan precisamente a votarle.

Pero cuidado, porque no es descartable que los republicanos, inmersos en una deriva que no empezó Trump –y de la que parece su corolario tragicómico– bien podrían considerar amortizada esta cuestión. Al fin y al cabo, las propuestas del retirado Cruz eran si cabe más racistas aún que las del magnate, y le superaban incluso por la ultraderecha en materia de derechos civiles y cuestiones como el aborto.

¿No será que el Viejo Partido, haciendo de la necesidad virtud, ha tomado su aparente decisión de dejar vía libre a Trump precisamente por cálculos electorales?

Y es que el ya único candidato nominal republicano–salvo sorpresa mayúscula de última hora– es capaz de atraer como pocos –quizás como Sanders pero justo desde el extremo contrario– a los millones y millones de desencantados por la política y la economía en EEUU.

Y Clinton, deudora acaso de un pasado que no es el suyo, no lo es. Una Clinton que, conviene recordar, perdió contra todo pronóstico en las primarias ante Obama. Un Obama, conviene también no olvidarlo, que cimentó su triunfo en el hartazgo de buena parte de la población por la vieja política.

Trump no es Obama, evidentemente. Pero la crisis existencial de EEUU sigue ahí.