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Cerbatanas y taparrabos en el siglo XXI

En los años 60 misioneros católicos y evangélicos se disputan los pocos reductos no cristianos. Con la obsesión perpetua de cristianizar a los pueblos más aislados, se presentan en tierra ajena. No siempre son bienvenidos, pero con proyectos sociales y revisiones reformistas que dan lugar a formas religiosas sincréticas van penetrando poco a poco.

Luego llega la humilde y campestre pista de aterrizaje para avionetas. El Estado se hace presente con escuela, pequeño ambulatorio y fuerzas coercitivas cuando lo crea necesario. Después una planta hidroeléctrica financiada por una iglesia evangélica de Estados Unidos. Con ello llega la energía. Y con ello el gran invento del frigorífico y el no tan bueno de la televisión y el reggaetón.

Hace dos años se abre una pista para vehículos que conecta la capital de provincia con la pequeña localidad. La urbe necesita de alimentos, madera y otros recursos naturales. La gente produce para la pequeña ciudad y tumba el monte para alimentar el progreso. Así pues, se ha formado la rueda y el nuevo modo de vida y subsistencia.

Este ejemplo es más o menos lo que ha pasado con el pueblo Shuar de la comunidad de Makuma, cerca del río homónimo, en el sur de la Amazonía ecuatoriana. Nos explica el proceso de introducción del capitalismo global, si bien el ejemplo pudiera servir para otros sitios aunque en tiempos diferentes.

El antaño conocido pueblo guerrero Shuar, famoso por reducir cabezas a los enemigos hasta dejarlos del tamaño de un puño y huir del según ellos falso mundo cotidiano a través de la ayahuasca, asimilado por el capitalismo global. Lo cierto es que la cultura viene determinada por el contexto en el que se genera y el contexto es el que es: novelescos bodrietes televisivos, madereras y mineras ampliando ganancias económicas y petroleras intentando introducirse en el territorio. Diremos intentando ya que la última vez recibieron una lluvia de lanzas y los policías acabaron desnudos y amarrados.

La penetrante realidad no deja la posibilidad de preguntarse como evitar las estructuras de poder. Llegaron hace décadas y aunque la posibilidad de deconstruirlas pudiese estar abierta, lo cierto es que la gente ya las hizo parte de sus vidas. Parece que desde cierto romanticismo naturalista de clase media urbana-blanca, les gustaría verlas todavía con cerbatana y taparrabos, a lo mejor para hacer fotos y subirlas a alguna red social. En ese caso es muy fácil, se ponen el taparrabos y que se conviertan ellos en objeto de consumo zoológico.

La pregunta que tiene lugar es como un pueblo de unas cien mil almas dispersadas geográficamente pueden seguir existiendo en un entorno cultural, lingüístico, económico y comunicativo adverso. La respuesta es complicada, todos los años desaparecen decenas de idiomas y con ello, sus respectivas formas de ver el mundo, su mundo. Sin embargo, en la cordillera del Cóndor ciertas comunidades Shuar se asociaron para gestionar con sus propias manos y bajo decisiones colectivas, asuntos que afectan a su desarrollo económico, lengua, mantenimiento cultural, formalizar remedios ancestrales o controlar los contenidos escolares. De esta forma pueden adecuar los contenidos al contexto en el que se imparten. En definitiva, apropiarse de las herramientas actuales, generando espacios propios de poder colectivo por humildes que sean y ponerlas a disposición del pueblo Shuar.