Ainhoa Güemes eta Zaloa Basabe Blog
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Porque nacimos libres e inocentes, y huimos del sadismo...

... os vamos a seducir, os vamos a convencer

 

Podría comenzar estas líneas señalando la existencia de un nuevo escenario (¡esta vez sí!), o por el contrario, decir que después de las últimas elecciones en Euskal Herria se abre el telón y el viejo escenario político nos sobrecoge, nos aturde y por fin nos tranquiliza (efecto perturbador intrínseco a la moderación). Podría echar mano de frases hechas que ya hemos escuchado o leído porque se han repetido en sus tediosas versiones. Podría expresarme como cualquiera, pero no quiero.  

Prefiero adentrarme en un lugar discursivo poblado de deformaciones, de pliegues y otros aspectos espaciotemporales, suprasensibles. Y todo se debe a que estas noches me inspira la gélida y suave compañía de Sacher-Masoch, que me envuelve en su Venus de las pieles. Huyo de la escena hacia una profundidad de plano laberíntica pero intercomunicada con el exterior a través de ventanales por donde entra mucha luz. Ya no es una línea de fuga la que me lanza a la búsqueda de otros paisajes, es solo un punto de intensidad, marcado a sangre y fuego, y en ese punto me detengo. Estoy tranquila, serena, porque no me han vencido. Mi falta de moderación alumbra cualitativamente una incalculable riqueza abstracta. Me quedo aquí, ahora soy capaz de vivir feliz y anormal en esta superficialidad. Los estoicos ya advirtieron de que lo más profundo es la piel y no las tripas.

No recuerdo con nitidez cuál fue la puerta de entrada a este mundo sensitivo  y conceptual, animal y humano, en el que ahora me desdoblo y me desenvuelvo con cierta libertad y satisfacción. Pero sí visualizo un portón de madera, el número 12 de belostikale, y al subir las escaleras una buhardilla donde pude ver vibrar e iluminarse mis vivencias infantiles más introspectivas, también las más manifiestas y palpables a los ojos de los otros. Por suerte, no hubo jueces sino afectuosos acompañantes que me ayudaron a crecer sin demasiadas sujeciones. Aquel pesado portón y mi extraña familia era el escudo perfecto que paraba al vuelo los pelotazos que la policía lanzaba sobre mi cuerpo delgado y vulnerable, apuntando a nuestras cabezas. En guerra o en paz, dependiendo de la hora, la calle era el lugar del juego y el descubrimiento. No cambiaría ese escenario público por nada. En la calle supe qué es andar libre, sin miedo, segura, sintiéndome como en casa. Al sol del mediodía bajaba en pantaloncito corto, sin camiseta, y lucía mi cuerpo de anguila, orgullosa der ser una niña-niño, tan presumida como valiente, tan amazona letal como tierno animal.

Así eramos también las chicas y chicos de Jarrai de los 90. Rarezas perfectas, ásperas e inaccesibles y sin embargo almas piadosas fácilmente lastimeras, entregadas a la inocente crueldad del azar y fieles a nuestros deseos más virtuosos. Bilbo, la ciudad gris, andrógina, bruta e indomesticable fue y es hoy una ciudad amable, predispuesta a las metamorfosis más audaces y contranatura. Por eso nos permitió crecer, a nosotras, que somos quienes maldecimos todos los nombres de la historia universal con nuestra desbordante singularidad abyecta. Bilbo, sobre todo y contra todo, nos ha dado unas baldosas que pisar y desgastar, ha levantado puentes que son desafíos, y en su sucia ría hemos medido el vértigo, el miedo, el asco y el hastío tanto como hemos valorado la lucha, la soledad, la lealtad y la nostalgia. Fue este precisamente uno de los sueños recurrentes de mi niñez, el horror de caer caer caer y a la vez resistir y persistir para no caer al agua turbia y revuelta desde un puente, saber despertarme siempre antes de llegar a tocar con mi piel ese líquido primordial contaminado. Fue una pesadilla que se repitió durante años. Del mismo modo que se han repetido en sueños hasta hace bien poco las persecuciones, las agresiones, la angustia de ser capturada.

Pero siempre consigo huir, y ahora, después de la última huida he decidido quedarme aquí, en este punto de intensidad, en esta superficialidad ligera y mullida. Porque se ha inaugurado un tiempo nuevo en el que el miedo, más allá de su función protectora, no tiene ninguna posibilidad de aflorar y paralizarnos. Somos el producto duradero de nuestra bella historia disidente.

Tal vez ahora (para terminar hablando el lenguaje de los normales) tenga que añadir eso que de otro modo y supongo que en otra dirección distinta ha declarado un líder jeltzale durante estas elecciones, que somos verdaderos monstruos obstinados,  invencibles y confiados (confiamos en nuestra fuerza creadora y afirmativa) gracias a la derecha española y a su política del terror. Es esta una verdad más gélida que la Venus masoquiana. En esta búsqueda de la belleza, del placer y de la libertad, es bueno recordar, a quienes (bienaventurados) no han sido marcados a sangre y fuego por las sucias manos de la bestia fascista, que nuestros placeres no tienen necesidad de instigaciones tan sádicas para ser experimentados con éxito. Que no hay nada que agradecer. Que todo hubiera sido más amable y pródigo sin ellos. Que se nos va la plena vida en una guerra nihilista que destruye nuestras singularidades más puras. Que queremos, como dijo nuestro querido Oteiza, laboratorios para operaciones políticas y artísticas, sin ser las ratas del laboratorio de nadie, ni de Estados ni de multinacionales. Que deseamos cruzar los puentes bailando y la ría a nado. Que somos especies raras y vamos a repoblar esta selva de nuevas criaturas fuertes y resistentes. Que las calles son nuestras porque llevan pintados en sus paredes nuestros múltiples nombres. Advertiros que estamos dispuestas y dispuestos a seducir a cualquiera que se acerque y a convenceros con mil artimañas de que ahora es el momento de emprender el gran viaje. Que con nosotras y nosotros vais a ser más felices. Que no necesitamos a la derecha española para alentar y vigorizar nuestras bondades ni para disfrutar como niños de nuestras sanas maldades. Que no, que no somos moderados sino dulcemente perversos y tenaces. Que la vida afirmativa está de nuestra parte, los hechos y las palabras ya lo demuestran.

 

Ainhoa Güemes

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