Iñaki  Soto
Iñaki Soto
GARAko Zuzendaria / Director de GARA

Normalidad democrática

A quienes nos han taladrado los tímpanos durante toda la juventud con el libro de estilo del Pacto de Ajuria Enea, el mantra de la «normalidad democrática» nos suena sospechoso. No debería. Fuera de ese contexto cínico y tramposo, un demócrata no tiene por qué temer dicha conjunción de términos positivos. Menos aún un demócrata que vive en un anormalidad permanente.
 
Mientras estamos en Escocia cubriendo el referéndum en el que la ciudadanía decidirá libre y democráticamente su futuro, nos llegan noticias de nuestro país que muestran esa anormalidad. Resumiendo mucho: un informe elaborado por expertos clínicos ha analizado 45 casos de tortura y ha dado veracidad a todos los relatos estudiados en base al Protocolo de Estambul; los responsables de un periódico que fue cerrado ilegalmente y que fueron torturados siguen padeciendo persecución judicial; durante este año cada mes los familiares de los presos vascos han sufrido un accidente como consecuencia una política vengativa que les obliga a recorrer cada fin de semana miles de kilómetros para ver a sus allegados; Jone Artola es la última víctima de esa política; los autores de un artículo publicado en diferentes medios, entre ellos el nuestro, corren peligro de ser encarcelados por sus opiniones; un exeuroparlamentario ha recibido hoy mismo la notificación de una condena de tres años y medio, de los cuales ya ha cumplido dos en calidad de preventivo, por hacer política… Todo ello de rabiosa actualidad, sucedido en las últimas horas.
 
A menudo, en el extranjero, al comentar hechos como estos, mis interlocutores han dudado de si lo que no entendían era mi limitado inglés o una realidad que a oídos ajenos suena inverosímil en el contexto europeo en 2014. Una realidad tristemente real y desconocida. Esa es, precisamente, otra cara de dicha excepcionalidad: que pese a ser hechos objetivamente graves, muchos medios que tienen difusión en Euskal Herria apenas darán o directamente ocultarán estas noticias. Esto garantiza que una gran parte de la ciudadanía no las conozca, lo que a su vez facilita que gran parte de la sociedad tenga una visión de la realidad vasca que no solo es parcial porque sus opiniones –como las de todo dios– son parciales, sino porque su conocimiento de la misma está artificialmente limitado. Mirado desde Escocia, me gustaría saber si cuando algunos dicen que nuestra realidad y la de aquí no se pueden comparar se refieren también a estos hechos. Porque de eso no hay duda.
 
Tal y como decía, para un demócrata que vive en un país así, la normalidad democrática debería ser una aspiración. Eso he pensado al considerar la tranquilidad que trasmiten los escoceses, la crispación que padecemos nosotros, y cómo me chirriaba el dichoso término. Y es que creo que, en el contexto del conflicto, nuestros adversarios han llevado a muchos de nosotros a posiciones que no se corresponden con nuestro proyecto, ni con nuestros principios ni con nuestros objetivos. De tanto escucharlas, hemos hecho nuestras algunas de sus mentiras. De hecho, nos hemos creído algunas de las caricaturas que hacían, ¡de nosotros mismos!
 
Así que lo admito. Hola, soy Iñaki Soto, y estoy a favor de la normalidad democrática. Ahora bien, que no nos engañen: ese pozo oscuro en el que a diario sucede semejante antología de crueldades y miserias políticas no es ni normal ni democrático. Normalidad democrática es lo que se vive hoy en Escocia.

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