IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

La tercera opción

Ante situaciones de incertidumbre, o cuando simplemente tenemos que optar, solemos plantear un escenario que lejos de exponer una variedad compleja de aproximaciones al tema, rápidamente se divide en solo dos opciones. En un afán inconsciente por zanjar la cuestión, trazamos una línea que separa dos bandos claros en nuestra mente. De hecho, incluso después de mucho análisis, en una situación con varias caras, normalmente nos colocamos en uno de dos extremos: a favor o en contra, azul o rosa, Athletic o Real, se lo permito o se lo prohibo…

Si pensamos en nosotros mismos, tampoco es de extrañar que nos definamos en facciones que se oponen, como si esa oposición sirviera para describirnos por descarte o por diferencia. Decimos que somos introvertidos –en lugar de extrovertidos–, inteligentes –en oposición a no inteligentes–, que nos gusta mucho leer –en oposición a carecer de ese interés por completo–, que somos emprendedores –y no conformistas– de izquierdas –en contraposición a ser de derechas–, etc.

Miremos donde miremos parece que incluso nosotros mismos nos negamos en un primer momento una vía combinada, intermedia, de color gris, en lugar del blanco y el negro. Y es que, de ser así, de puertas para afuera podrían vernos como indecisos –en lugar de determinados– o lo que es peor, como tibios –en lugar de convencidos–. Nuestra propia percepción de las cosas se ve entonces limitada a los grandes rasgos, los resúmenes o las ideas generales que dejan inmediatamente fuera no solo los matices, que como bien podemos deducir y sentir en nosotros mismos, inundan lo que somos y hacemos, sino también la posibilidad de la existencia de una tercera manera que resida en algún lugar entre los dos extremos o simplemente, fuera de esa dicotomía. Quizá podríamos empezar a buscar algo parecido a un sentido en el hecho de que el cerebro es una máquina de comprobar hipótesis.

Sin entrar en demasiados detalles, en un funcionamiento básico, el cerebro procesa datos del mundo que nos rodea junto a la información de los sentidos, y es a partir de la incongruencia de lo conocido, cuando el cerebro empieza a desplegar nuevas opciones de comportamiento. Cuando algo sucede que desafía el esquema básico de lo aprendido, esto se cataloga como «novedad», de manera que la atención se dispara, la emoción nos activa y empezamos a buscar una forma para adaptarse a la situación nueva y resolver los desequilibrios que ésta pueda generar.

Por así decirlo, el cerebro dicotomiza este análisis del mundo con algo así como «esto que experimento, ¿lo conozco o no?» e inmediatamente después: «¿y es peligroso o no?», desarrollando una respuesta que se va especializando en cada bifurcación. En lo cotidiano, reducir las opciones a dos reescala una realidad quizá inabarcable de otro modo y la convierte en algo manejable, que nos permite actuar rápidamente, aunque a menudo grosso modo.

Sin embargo, cuando esta dualidad nos atrapa y sentimos que no hay respuesta buena, acaso es razonable plantearse que pueda existir una opción que incluya variables más sutiles. Por ejemplo, incluyendo una dimensión temporal, quizá no es que lo quiera o no lo quiera, sino que por el momento elijo una de ellas, o un permiso para cambiar de opinión a lo largo de ese tiempo, algo así como por ahora ésta es mi elección y luego ya veremos.

A veces la libertad del papel en blanco, o el gradiente sin casillas del gris, por poner dos metáforas, nos agobia y puede llegar a paralizarnos, y probablemente esto suceda porque en algún lugar de la mente tenemos el deber de encontrar la opción correcta, infalible y definitiva, y no tenemos ni el tiempo y casi ni el derecho de inventar una tercera opción, subjetiva, exclusiva y, en ocasiones tememos que, comprensible solo para nosotros… Y curiosamente, al fin y al cabo, es a nosotros a quien compete.