Orsetta Bellani
JUICIO A LA COSA NOSTRA

La hiedra en el tronco del Estado italiano

En Italia se está celebrando actualmente un juicio en el que se busca dirimir sobre la existencia del supuesto pacto establecido entre el Estado italiano y la Cosa Nostra que habría llevado al poder a Silvio Berlusconi. Este es el punto de vista de las víctimas de la mafia.

Vincenzo Agostino ya no puede mirar al mar, porque le trae a la memoria a su hijo Antonino. Su recuerdo le duele desde que lo vio caer al suelo frente a su casa de Palermo (Sicilia), atravesado a balazos. Era el 5 de agosto de 1989 y aquel día fue asesinada también su nuera Ida, que estaba embarazada. Antonino era policía y sus colegas afirmaron que había sido asesinado por la Cosa Nostra, la mafia siciliana, a pesar de que en su trabajo supuestamente no se ocupaba de asuntos relacionados con ella. Las investigaciones sobre su muerte nunca hallaron culpables, siempre tomaban vías que no llevaban a ninguna parte. «El Estado está involucrado en el asesinato de mi hijo. Si no fuera así, ¿por qué ha habido tantos intentos de desviar las investigaciones?», se queja Vincenzo, quien prometió no afeitarse hasta que se haga justicia.

Sobre la muerte de Agostino que, según un colega, en realidad trabajaba para los servicios secretos, estaba investigando Emanuele Piazza. También Piazza colaboraba con los servicios secretos del Ministerio del Interior (SISDE) en la búsqueda de mafiosos, y desapareció el 15 de marzo de 1990. Como en el caso de su colega, en las indagaciones relacionadas con su desaparición ha habido varios puntos oscuros. Por ejemplo, la Policía investigó a todas las personas presentes en su agenda menos a Francesco Onorato, a pesar de que ya había sido condenado anteriormente por ser miembro de la mafia. De acuerdo con las declaraciones que este realizó años después tras su detención por otro asesinato, él mismo secuestró a Piazza, luego lo estrangularon y su cadáver fue disuelto en ácido.

Los familiares de Piazza, como los de Agostino, eran conscientes de la reticencia de las instituciones a continuar con las indagaciones. «Nunca sentimos que fueron poco respetuosos con nosotros», aclara Giustino Piazza, abogado y padre de Emanuele. «Pero cuando llegaban a un punto oscuro, enseguida querían dar carpetazo al caso. Yo siempre reaccionaba para que la investigación siguiera viva, hasta que finalmente se aclaró».

En 2004, fueron condenados los responsables de la muerte y desaparición de Piazza. Sin embargo, posteriormente se abrieron nuevas hipótesis que relacionan los delitos de ambos jóvenes con un acontecimiento ocurrido poco antes de sus muertes. El 20 de junio de 1989, la Policía halló un bolso lleno de dinamita junto a una mansión del juez Giovanni Falcone, uno de los magistrados más involucrados en la lucha contra la mafia. De acuerdo a los investigadores, aquel día alrededor de la mansión no solo habían integrantes de la Cosa Nostra, sino también de los servicios secretos. Algunos mafiosos que decidieron colaborar con los jueces declararon que los dos policías habían sido asesinados porque habían descubierto el plan de los servicios secretos de matar a Falcone y por haber logrado impedir el estallido de la bomba.

«Giovanni tenía que ser asesinado y quien lo quería muerto no era solo la mafia», dice Maria Falcone, hermana del juez. «La verdadera victoria será descubrir quien estaba detrás de la mafia», añade.

Que la Cosa Nostra va de la mano con las estructuras del Estado italiano en Sicilia es algo que se da tan por sentado como que la luna sale todas las noches. «La mafia es la hiedra en el tronco del Estado. Existe gracias a la existencia del Estado», sentencia Antonio Cardella, periodista siciliano y miembro de la Federación Anarquista Italiana (FAI).

Por esto nadie se sorprendió excesivamente cuando un fiscal asumió que Silvio Berlusconi, tres veces primer ministro, había sido elegido por la Cosa Nostra para gobernar el país. Por esto a los italianos no les parece tan increíble que a principios de los años 90 el Estado hubiera negociado para que dejara de poner bombas, ni se emocionaron mucho cuando se abrió un juicio sobre este acuerdo. «Con la mafia es inmoral negociar. Es como si quisieran llegar a un acuerdo con el narcotráfico», afirma Andrea Piazza, hermano de Emanuele.

Berlusconi, el «salvador». «Me dijeron [los jefes de la Cosa Nostra] que había que votar a Berlusconi con estas palabras: ‘Solo él nos salvará’». La frase la pronunció el mafioso Salvatore Grigoli ante un tribunal. Se refería a las elecciones de 1994, época en la que Italia estaba viviendo un momento muy difícil. Unos juicios por soborno, impulsados por la Fiscalía de Milán a partir de 1992, acabaron con toda una clase política y en especial con la Democrazia Cristiana (DC), el partido más votado durante cincuenta años. Algunos integrantes de la DC han sido condenados también por sus conexiones con el mafia, y los historiadores la consideran como la agrupación que funcionaba como referente e interlocutora del hampa con el mundo de la política.

Una vez caída la DC, según los fiscales de Palermo, la Cosa Nostra decidió emprender una guerra encaminada a obligar al Estado italiano a buscar un nuevo punto de equilibrio en su relación. El juez Giovanni Falcone, quien había escapado a aquel atentado de 1989, fue finalmente asesinado el 23 de mayo de 1992 junto con su esposa y su escolta. El día del funeral la población de Palermo hizo algo inesperado en aquella época: salió a la calle, llenó y rodeó la catedral donde se llevaba a cabo la ceremonia al grito de «¡Fuera la mafia del Estado!».

Dos meses después, el 19 de julio, le tocó morir a su colega Paolo Borsellino, también involucrado en investigaciones sobre la mafia, y una de las hipótesis es que la causa fueron las críticas a la Camorra que realizó en el diario “La Trattativa”. En aquella época muchos representantes de las instituciones estaban amenazados por el hampa, que incluso difundió una lista negra de políticos a los que asesinar. En 1993, para demostrar su capacidad de atentar contra el patrimonio artístico italiano, la organización criminal puso una bomba a lado del Museo Uffizi de Florencia, junto con otros explosivos en calles de Milán y Roma.

En octubre de 1993, un artefacto colocado en el Estadio Olímpico de Roma no llegó a explotar gracias a un problema con el control remoto. ¿Pero, por qué no se intentó una segunda vez? Según los fiscales de Palermo no se produjo un segundo intento debido a que, mientras tanto, la Cosa Nostra había obtenido lo que buscaba: se formó un nuevo partido capaz de sustituir a la DC y de estipular un nuevo pacto de convivencia con el Estado. Aquel partido era Forza Italia, que Berlusconi fundó con su brazo derecho Marcello Dell’Utri, condenado en 2014 a siete años de cárcel por su relación con la mafia.

A principios de los 70, Dell’Utri incluso había llevado a la mansión milanesa de Berlusconi al capo Vittorio Mangano, enviado para que sirviera de enlace entre Sicilia y el norte industrial del país, donde la mafia vendía droga y blanqueaba su dinero. Una parte de este dinero habría sido invertida en el imperio industrial que Berlusconi empezaba entonces a construir. Sin embargo, el ex primer ministro afirma que Mangano fue contratado en su casa solo para que cuidara de sus caballos.

En el juicio que se está desarrollando en Palermo sobre “La Trattativa” se asume que al principio de los 90 el Estado italiano, asustado por las bombas, contactó con la mafia para llegar a un «acuerdo de paz». La organización siciliana habría pretendido obtener algunos beneficios –que luego, en realidad, el Estado ha brindado solo parcialmente– y a cambio habría dejado de hacer la guerra a la Administración. Mientras tanto, Silvio Berlusconi accedía al Gobierno del país, algo que habría tranquilizado a la Cosa Nostra en su necesitad de encontrar un referente político. «En 1994, cuando se convocaron elecciones en Sicilia, todos votamos Berlusconi porque nos iba a ayudar», reconoció el mafioso Pasquale de Filippo.

En el juicio sobre “La Trattativa” se está procesando a varios jefes de la Cosa Nostra y a algunos representantes de las instituciones –desde el ex ministro del Interior Nicola Mancino al general de los carabineros Mario Mori– por delitos supuestamente cometidos en el marco de la negociación, pese a que el Código Penal italiano no prevé que tratar con la mafia sea en sí un delito. «La interacción con algunos sectores de las instituciones es, en realidad, constitutiva del fenómeno mafioso. Nosotros consideramos a la mafia como una organización criminal que tiene un sistema de relaciones con profesionales, empresarios y políticos que comparten con ella intereses y códigos culturales. Por esto hablamos de mafia burguesa», explica Umberto Santino, historiador y director del centro siciliano de documentación Giuseppe Impastato, que toma su nombre de un joven dirigente político, perteneciente a una familia mafiosa, asesinado por denunciar a la Cosa Nostra. Santino y sus compañeros lograron la condena de los involucrados en el homicidio de Impastato y, en 2000, obtuvieron que la comisión parlamentaria antimafia reconociera que algunos magistrados y carabineros desviaron las investigaciones para cubrir a los mafiosos.

Hasta ahora el juicio sobre “La Trattativa” ha dado como resultado una única sentencia, que absolvió en primer grado al ex ministro Calogero Mannino. «No sé si este juicio llevará a dictar una sentencia justa; sin embargo, nos brindará muchos documentos que podremos estudiar para reconstruir la verdad histórica», afirma Nadia Furlan, de la asociación Rita Atria.

En la tierra del Padrino. En Corleone, a unos sesenta kilómetros de Palermo, hay cien iglesias y 11.000 habitantes. Los muros de sus casas, separadas por unas calles estrechas que trepan hacia un cerro, son de color gris, como las rocas que lo rodean. En el centro, el bar Il Padrino expone, en honor a los turistas que llegan hasta allí, una galería de fotos de la película de Hollywood que hizo famoso al pueblo. Corleone es conocido por su sabroso queso ricotta y por sus familias mafiosas. La Cosa Nostra sigue mandando en la sombra y en verano pasado el Consejo Municipal del pueblo tuvo que ser disuelto por las infiltraciones del hampa.

Al final de los años 70, la mafia de Corleone emprendió una guerra para tomar el control de Palermo, centro principal del tráfico mundial de droga; una confrontación que duró hasta 1983 y masacró a las familias mafiosas de la ciudad y a algunos importantes políticos. Los corleonesi llegaron así a alcanzar el mando de Cosa Nostra.

La mafia nació entre los feudos de Corleone al final del siglo XVIII con los campieri, las guardias armadas del feudo, que administraban la justicia en lugar del Estado y de acuerdo a los intereses de los latifundistas. Pero allí donde el latifundio tiene sus raíces más ondas y la violencia ha florecido es donde la lucha en contra de la mafia se ha hecho más fuerte.

«Muchos creen que en Italia el movimiento antimafia ha nacido en los años 1990 con las movilizaciones que se dieron tras los asesinatos de los jueces Falcone y Borsellino. En realidad, las luchas campesinas que se dieron en Sicilia entre el final del siglo XIX y los años 1950 representaron un movimiento que, siendo en contra del latifundio, era también antimafia. Era un movimiento masivo, mucho más grande que el actual», afirma Umberto Santino, del Centro Siciliano de Documentación Giuseppe Impastato.

En Corleone nacieron tenaces luchadores campesinos y sanguinarios mafiosos. Entre sus callejones empinados se crió Bernardo Provenzano, jefe mafioso y amigo de la infancia del exalcalde de Palermo Vito Ciancimino, originario de Corleone e integrante de la Democrazia Cristiana. Fue a través de Ciancimino, condenado luego a 8 años de cárcel, que en 1992 el general de los carabineros Mario Mori contactó con Provenzano para pedirle que la Cosa Nostra negociara con el Estado con el objetivo de poner fin a la matanza de aquella época.

El 11 de abril de 2006, Bernardo Provenzano fue arrestado en las afueras de Corleone, en una calle que fue rebautizada con la fecha de su detención. La Policía llevaba 43 años buscándolo, y se escondía en una casa justo a lado de su pueblo. Aquel día, Placido Rizzotto se encontraba en el panteón de Corleone con su esposa, cuando recibió una llamada que le avisaba de la detención de Provenzano. Su mujer asegura que, en aquel momento, la foto del padre de Placido en la lápida sonrió.

Placido Rizzotto toma su nombre de su tío, un sindicalista de Corleone que acompañaba a los campesinos en su lucha por la reforma agraria. Rizzotto es uno de los 36 sindicalistas que fueron asesinados en Sicilia entre 1944 y 1948, en los años en que Italia tenía un Partido Comunista tan fuerte que la élite política y los Estados Unidos temían que pudiera ganar las elecciones y acercar el país al bloque soviético. La familia de Rizzotto siempre luchó por rescatar no solo su memoria, sino también su cuerpo que, en 1948, fue arrojado a un hoyo de sesenta metros entre las rocas de Roccabusambra, una montaña en las afueras de Corleone, por el mafioso Luciano Liggio.

En 2011, después de luchar 63 años en contra de las autoridades, que desviaban las investigaciones y protegían a los culpables, la familia Rizzotto localizó el cuerpo de Placido.

«Digámoslo claramente: la matanza de sindicalistas es un crimen de Estado, planificado y encubierto por el Estado», afirma el sobrino de Placido Rizzotto, quien tilda también de crimen de Estado la matanza de once campesinos en la localidad de Portella della Ginestra, el 1 de mayo de 1947. «Siempre hubo acuerdos entre el Estado y la mafia, la de 1992 es la que en a nivel sindical llamamos ‘renovación contractual’. El contrato ya estaba firmado cuando el Ejército estadounidense desembarcó en Sicilia durante la Segunda Guerra Mundial: ellos entregaron el control del territorio a la mafia. Nos liberaron de los nazis y nos entregaron a los mafiosos. Las instituciones utilizaron al hampa para que hiciera los trabajos sucios que necesitaban».

En mayo de 2012, tras una petición popular, en Corleone se celebraron los funerales de Estado de Placido Rizzotto, al que acudieron los cargos más altos de las instituciones. El mismo Estado que habría ordenado su asesinato decidió celebrar su vida.