Ruben Pascual
Interview

«Aun en los más grandes actos de violencia, el espíritu humano demuestra que es indestructible»

Hay dos factores fundamentales que marcan la vida de Guillermo Arriaga Jordán (Ciudad de México, 1958): por un lado, el hecho de haber crecido en la colonia Unidad Modelo de Iztapalapa, en el norte de la capital mexicana. Un barrio «bravo», como acostumbra a definirlo, en el que vio y protagonizó numerosas peleas que le llevaron a perder el olfato antes de alcanzar siquiera los quince años. Por otro, su pasión por la caza, que es fruto, afirma, de su «admiración» y «profundo amor» hacia los animales y la naturaleza.

Estas dos vertientes no solo son rasgos que definen su personalidad, sino que están muy presentes en muchas de sus obras.

De su pluma han salido películas de la talla de “Los tres entierros de Melquiades Estrada” (2005), ganadora del reconocimiento al mejor guión y a la mejor interpretación masculina en el Festival de Cannes, así como la aclamada trilogía compuesta por “Amores Perros” (2000), “21 gramos” (2003) y “Babel” (2006), que dirigió Alejandro González Iñárritu. La primera de ellas, protagonizada por Gael García Bernal, fue nominada al Oscar.

No le gusta la palabra «guionista» y por eso se define como escritor, ya sea la finalidad de la obra ser una novela o una película. Y es que Arriaga no solo está detrás de numerosos trabajos cinematográficos (ya sea como autor del guión, como director o incluso como productor), sino que también ha publicado cuatro novelas: “Escuadrón Guillotina” (1994), “Un dulce olor a muerte” (1994), “Un búfalo de la noche” (1999) y “El Salvaje”. Esta última, publicada recientemente por Alfaguara, es su obra más personal.

A lo largo de sus casi 700 páginas, cuenta la historia de Juan Guillermo, un joven que pierde, en un corto lapso de tiempo, a sus padres, su abuela y su hermano, quien muere a manos de unos fanáticos religiosos que, en el México de los años 60, cuentan con el respaldo de gente poderosa y están conchabados con la policía judicial. A sus 17 años, jura vengarse y se ve sumido una espiral autodestructiva cuyos únicos asideros son Chelo, una joven repleta de cicatrices, y Colmillo, un perro lobo.

En paralelo, relata la historia de Amaruq, un mestizo inuit obsesionado con perseguir en los helados bosques del Yukón a Nuajaqtutuq, un lobo gris.

Esta excitante novela es la que nos brinda una excusa inmejorable para charlar con Guillermo Arriaga sobre vida, sus pasiones y su obra.

La esencia de la violencia. Llega puntual a la cita que nos hemos fijado en Azkuna Zentroa de Bilbo en una soleada mañana de mayo. Antes de sentarse a charlar con el entrevistador, Guillermo Arriaga atiende gustosamente a un par de fotógrafos que le retratan para sus respectivos medios. Durante el breve trayecto que nos lleva a la coqueta oficina en la que tendrá lugar la entrevista, se interesa por cuestiones como el clima o los precios para vivir en la capital vizcaina e intercala alguna que otra broma. Una vez acomodados alrededor de la mesa, Arriaga demuestra que es un buen conversador. El tono calmado que siempre emplea es diametralmente opuesto a la violencia que de manera magistral plasma en sus obras.

Pocos como él para recrear la muerte, lo visceral, de una manera tan cruda. Por eso mismo, antes que nada, le preguntamos qué es lo que le sugiere el término violencia. «Uso esa palabra –explica– fundamentalmente como un marco para la esperanza, el amor y la amistad».

No se le escapa que vivimos en un mundo en el que la «violencia se ejecuta de muchas maneras: desde la violencia física hasta otra violencia más soterrada como puede ser, por ejemplo, la corrupción política». Cita también la «violencia económica que se ejerce sobre vastos sectores de la población, como la clase obrera o la clase campesina».

Por ello, remarca que «la violencia siempre está ahí» y que sus obras manifiestan la vertiente física, quizás la más explícita, pero insiste en que «hay otras formas que son incluso más graves».

Ante la esencia devastadora que caracteriza a la violencia, le preguntamos si siempre existe un lugar para la esperanza. Siempre ha creído que sí. «Un ejemplo de ello es el pueblo judío: la masacre que cometieron contra una cultura –no voy a decir contra una religión, matiza– no impidió que esta gente fuera después capaz de ganar un Nobel tras otro y de influir en el conocimiento». «Aun en los más grandes actos de violencia, siempre el espíritu humano demuestra que es indestructible», apostilla.

Por las vivencias de Juan Guillermo, el protagonista, “El Salvaje” es también una reflexión sobre la justicia y la venganza. «¿Pueden llegar a ser equiparables?», le interrogamos. «Son dos conceptos que incluso se contraponen», explica. «¿Qué es lo que busca alguien –se pregunta–, la venganza o la justicia? La venganza presupone una furia interna de tal magnitud que estás dispuesto a mantener una espiral de violencia». Remata citando a Confucio: «Antes de emprender tu camino a la venganza, cava dos tumbas».

En México. Arriaga aprovecha este debate para sacar a colación la situación que atraviesa México: «¿Se puede hablar de justicia en un país como el mío, donde está tan corrupta y es tan impune?». Frente a esta aparente dicotomía, «Juan Guillermo descubre que hay otras vías. A veces puede ser el perdón, a veces puede incluirse el ‘hago mi vida y sigo adelante’. Hay muchas más posibilidades más allá de la justicia y la venganza».

Tiramos del hilo de México: ¿Cuál sería su posible vía? «Creo que lo único que queda es la implementación de la justicia. No hay vuelta de hoja: si no hay justicia, el país se va a seguir derrumbando».

«¿A qué me refiero con justicia? Primero, que ningún crimen quede impune. No importa qué maldito haya sido asesinado, se tiene que hacer pagar. No importa quién es el político corrupto, hay que meterlo en la cárcel. No podemos seguir permitiendo la corrupción y la impunidad», apunta.

Nada más comenzar a leer la novela, no es difícil reparar en las numerosas similitudes que existen entre las vidas del autor y el protagonista, empezando, claro, por el nombre. ¿Cuánto de Guillermo tiene Juan Guillermo? «Usé muchas de mis vivencias para aplicárselas al personaje, pero eso no significa que sea autobiográfico». Le gusta decir que la novela «está basada en hechos reales que nunca sucedieron». «Pudieron haber sucedido, pero no. Aproveché elementos que me pasaron a mí, a familiares o en el barrio, pero está aderezado con un bloque de ficción bastante grande».

El espíritu de Arriaga se deja sentir en otros detalles como las diversas referencias al narrador estadounidense William Faulkner, una gran influencia para el escritor mexicano, o la afición que autor y protagonista comparten por Jimi Hendrix. Juan Guillermo, quien al igual que su padre intelectual, se educa –gracias al ímprobo esfuerzo de sus progenitores– en un colegio de pago, detesta a los Beatles, en cuya música no halla rastro alguno de su realidad, un universo que ve mucho más presente en los acordes del músico estadounidense.

Además de todo lo citado, si en algo se aprecia el sello de Guillermo Arriaga es en el uso de una estructura no lineal, con abundantes digresiones, en la que el autor se permite incluso jugar con la tipografía.

Sin embargo, en contra de lo que cabría imaginar, acostumbra a escribir sin haber planificado las historias, dejándolas crecer y desarrollarse, «casi improvisando sobre la marcha». En esta última novela, explica, «tenía una serie de historias de mi vida que me parecía interesante contar: el mundo de las azoteas [buena parte de la novela transcurre en las azoteas del barrio en el que vive Juan Guillermo], estos grupos católicos, los descubrimientos sexuales…, pero no las tenía acomodadas en mi cabeza».

De esta manera se lanzó Arriaga a escribir esta, su cuarta novela, una ardua tarea que le tomó cinco años y medio de su vida, con jornadas de alrededor de dieciséis horas diarias y que se llevó su salud «al carajo». Imaginen: la primera versión de la obra tenía unas 1.200 páginas y la reescribió entera varias veces.

Para combatir la inexorable soledad que lleva aparejada la labor de escribir, suele rodearse de amigos y familiares a los que va leyendo sus textos. «Siempre aireo el trabajo que estoy haciendo, no soy nada celoso en eso». Así, una vez sabe que «los cimientos son fuertes», sabe que la historia va a seguir adelante. De hecho, los personajes de “El Salvaje” deben sus nombres a las personas que ayudaron a Arriaga en su camino. Esa fue su manera de mostrarles el agradecimiento.

Sobre esta novela, el mismo Arriaga de cuyo puño y letra han salido películas con tramas que se entrecruzan casi sin dejar pestañear al espectador, ha dicho en repetidas ocasiones que no cree posible adaptar su formato al cine. Nos interesamos por cómo fue la tarea de llevar al cine estructuras tan complejas como las que caracterizaron “Amores Perros” o “21 gramos”. «Quise ver –prosigue– si lo que había hecho alguien como William Faulkner era posible de trasladar al cine. Aposté lo más fuerte posible a las estructuras más disruptivas, porque quería ver si era posible empujar estas estructuras al cine y ver si el espectador las aceptaba y las entendía».

“El Salvaje” es también el reflejo del México de aquella época en la que creció Guillermo Arriaga y, por ello, le preguntamos cómo la recuerda. «Haber nacido en los 60 fue una de mis mejores experiencias. Pululaban ideas, cambios y rompimientos, desde la música hasta el cine. Fueron años muy creativos y productivos, que marcaron todo lo que siguió en adelante».

Su país, describe, fue «un hervidero de muchas cosas, entre ellas de un movimiento popular que fue reprimido bestialmente, de lo cual habla la novela, pero yo agradezco haber vivido esa época».

Cazador pese a todo. Al igual que ocurre en muchas de las obras que llevan su firma, en esta novela la muerte es un elemento fundamental. Para Arriaga, vivimos en una sociedad que tiene una «sensación permanente de que la muerte existe, pero la negamos. Es una forma de negación total. La gente no quiere ver muerte». Añade que «ridículos» como «ponerte botox, el trasplante de pelo» reflejan «el miedo que le tenemos a la muerte», que es «obscena y terrible».

Durante la entrevista, igual que sucede a lo largo de las páginas de “El Salvaje”, van apareciendo continuas referencias a la caza y a los animales. Para Guillermo Arriaga, la caza no es una afición, «es un modo de vida». Siente, piensa y actúa como un cazador. «Es el cristal por el que lo veo todo», y niega hacerlo por diversión o por deporte. «En primer lugar, lo hago por un sentido de pertenencia, porque me hace sentir que no soy un ser abstraído de la naturaleza».

La segunda razón es que, a través de la caza, «rompes la alienación». «En el mundo contemporáneo –explica–, no se cierran círculos. Nadie sabe de dónde viene un celular o por qué vuela un avión. Simplemente usamos el móvil y nos subimos al avión, pero no sabemos». Agrega que «ni siquiera sabemos de dónde viene nuestra comida». Por contra: «El cazador sabe de dónde viene su comida».

Esa intención de integrarse en la naturaleza es la que, precisamente, le lleva a cazar con arco y flecha. Lo vive como un auténtico ritual. Si fuera con un rifle y viera un animal a 400 metros, podría disparar, pero con arco y flecha, todo cambia. La cacería empieza cuando divisa el animal a 400 metros y estudia qué es lo que tiene que hacer para tenerlo a veinte: «Estudio el aire, por dónde se mueve el animal… Como se dice en la novela, para cazar como un lobo tienes que pensar como un lobo. Es una regla para todo cazador con arco y flecha».

ADN, naturaleza e historias. Resulta obligado preguntarle por la aparente contradicción que supone ser cazador y declararse amante de los animales. «La naturaleza humana es contradictoria», afirma. «Si alguien lee la novela se dará cuenta del amor y de la profunda admiración que tengo por los animales», agrega. Le «molesta» cuando afirman que mata «por diversión» y aclara, además, que «no voy y disparo al primer animal que se me cruce», sino que el ejemplar tiene que cumplir unas determinadas características, como ser un macho adulto y no animales jóvenes ni hembras.

Aunque sea de manera metafórica, le preguntamos, cuánto de cazador hay en cada uno de nosotros. Responde que un 99,9%. «Está en el ADN de toda la especie humana. Venimos de una especie cazadora y eso es algo que nadie puede negar».

Para Arriaga, que acostumbra a cazar en el norte de México, muy cerca del Río Bravo, en esa frontera con EEUU que tanto está dando que hablar últimamente, esta práctica es «un rito y una motivación vital». «Es más, yo trabajo para cazar. Si no pudiera cazar vería mi vida mutilada. Una mutilación demasiado triste», abunda.

Guillermo Arriaga es también un cazador nato de historias. «Tengo en mente como veinte novelas que quisiera escribir, pero tardo tanto tiempo que tengo que ser muy cuidadoso a la hora de elegir». Asegura que, cuando se encuentra ante una nueva historia, se siente como el alpinista que está a los pies del Himalaya antes de empezar su ascenso y se dice «tengo que subir hasta ahí arriba».

Además, Arriaga es un hombre al que no le faltan proyectos en el cine. Uno de ellos, quizás el más especial, es el de producir la película “A cielo abierto” que en su origen iba era la primera parte de la trilogía de la que forma parte “Amores Perros” y que dirigirán sus hijos, Santiago y Mariana.

Así pues, tendremos Guillermo Arriaga para rato.