MIKEL INSAUSTI
CINE

«Murder on the Orient Express»

Siempre que se hace un remake de un clásico cinematográfico o se vuelve a adaptar una novela de prestigio que ya ha sido llevada a la pantalla grande con anterioridad, y con el título de Agatha Christie hay un poco de las dos cosas, surge la duda de si la nueva revisión es necesaria. En mi opinión sí, porque, aparte de la película dirigida en 1974 por Sidney LumeT, solo existen versiones televisivas, la más conocida la que en 2001 protagonizó Alfred Molina en el papel del detective Poirot. Si bien en la pequeña pantalla a quien más se identifica con el personaje del investigador belga es al actor David Suchet, con permiso del ilustre precedente fílmico incorporado por Albert Finney, el irlandés Kenneth Branagh se propone ahora acabar con dicho reinado. Además de dirigir la adaptación, se reserva el rol estelar como un Hercule Poirot diferente y rompedor.

Kenneth Branagh no se conforma solo con rendir el merecido tributo contemporáneo a la gran dama de la intriga criminal, en lo que suele ser la consabida operación de prestigio con su consiguiente trámite academicista, sino que intenta poner de relieve que toda obra maestra, doblemente atemporal y universal, es susceptible de ser actualizada con unos ojos innovadores. Por eso trata de reforzar el misterio, añadiendo más tensión visual y espectacularidad, en torno a la avalancha de nieve que provoca la detención en territorio de la antigua Yugoslavia del tren que parte de Estambul. A la manera de Orson Welles, cineasta en el que el irlandés no duda en inspirarse con Shakespeare como denominador común, pone esa puesta en escena al servicio del agigantamiento de la figura principal que él mismo interpreta, convencido de que sus pequeñas células grises funcionan en una cabeza prominente, esculpida en mármol.

Al tratarse de una producción de Ridley Scott, del guion adaptado se encarga uno de sus recientes colaboradores, el estadounidense Michael Green, formado en las modernas series televisivas. Es una reescritura difícil, puesto que el genial pero ambiguo desenlace final ha solido ser muy discutido ya desde la publicación de la novela en 1934, cuando Raymond Chandler cargó contra la solución planteada por la autora británica. Dejando atrás viejos e inútiles ataques de indudables raíz misógina, el remodelado argumento utiliza los flash-backs para conectar lo ocurrido en el tren con el origen de la venganza colectiva llevada a cabo por sus pasajeros, y que entronca con el secuestro de la hija pequeña de la adinerada familia Armstrong a cargo de un delincuente que se ha cambiado la identidad y viaja en el Orient Express bajo un nombre falso. El suceso remoto es, en sí, relevante, puesto que la Christie se inspiró en el secuestro del hijo del magnate de la aviación Charles Lindberg, ocurrido en 1932.

La autora conocía muy bien esa ruta ferroviaria porque la había recorrido en 1928, y la avalancha que dejó al tren incomunicado tuvo lugar justo al año siguiente. No podía haber hallado otra localización mejor dentro del contexto histórico de la época, en un ambiente de preguerra con representantes de distintas nacionalidades juntos y revueltos. El desfile de personajes es constante, y se presta a la confección de un reparto multiestelar con vocación colectiva. El supuesto secuestrador a eliminar, y que atiende al alias de Ratchett, es encarnado aquí por Johnny Depp, volcado de lleno como está en el transformismo y las dobles personalidades. Nada que ver con el Richard Widmark de la versión de 1974. Otras permutas son, junto a la ya aludida de Albert Finney por Kenneth Branagh, Lauren Bacall por Michelle Pfeiffer, Ingrid Bergman por Penélope Cruz, Vanessa Redgrave por Daisy Ridley, Anthony Perkins por Josh Gad, John Gielgud por Derek Jacobi, Wendy Hiller por Judi Dench, Jacqueline Bisset por Lucy Boynton, Rachel Roberts por Olivia Colman…