Janina Pérez Arias
Interview
RICARDO DARÍN

«Los políticos son una resultante de lo que nos pasa a nosotros como sociedad»

Con más de cinco décadas de carrera artística y 60 años de vida a sus espaldas, este intérprete argentino viene a ser un baluarte de la cinematografía latinoamericana. Al flamante Premio Donostia de la ya en puertas 65 edición del Festival Internacional de Cine –galardón con el que también se distinguirá a la actriz italiana Monica Bellucci y a la directora belga Agnès Varda– se le suma un nuevo rol como lo es el de presidente de Argentina en “La cordillera”, de Santiago Mitre. La película se proyectará como colofón de la gala de entrega fijada para el martes día 26 en el Kursaal, y con su galardón honorífico más importante Zinemaldia reconocerá la larga y fructífera carrera de este estupendo actor. «Sos un grosso», «sos inmenso», «sos tan genial», «sos un crack», «qué lindo que sos». Los piropos en una de las redes sociales donde recibe el sobrenombre de BombitaDarín no cesan. Al actor argentino una abrumadora mayoría le venera, y él se deja adorar y devuelve el afecto. También le respeta quien le profesa antipatía. «El ego es nuestro gran enemigo», admite en una publicación de su país natal. No quiere ni hablar de los premios, de los tantos que ha acumulado, y los que aún le quedan por ganar y recibir por su fecunda trayectoria artística que abarca cine, teatro y televisión.

Dice que no le mueve la ambición de la fama y el dinero: «Nunca pretendí labrarme una carrera, ni llegar a ningún lado, no me he fijado metas, no pretendo ser ‘el más nada, ni el menos nada’». No asoma ni una pizca de hastío ni de prepotencia: «A mí me interesan las historias, los proyectos que se me presentan y la gente que forma parte de ellos. Eso es lo que me resulta más atractivo de mi oficio, de mi profesión. No pretendo que me den ningún premio por ningún motivo, y no estoy esperando llegar a ningún fin».

La posición de Ricardo Darín dista mucho de ser una mera pose, a pesar de que estamos frente a una de las estrellas más sólidas del cine de habla hispana. “Relatos salvajes” (Damián Szifron, 2014) y “Truman” (Cesc Gay, 2015) persisten adheridas a las retinas de los espectadores, tal como “El secreto de sus ojos” (2009), “El Hijo de la novia” (2001), “El mismo amor, la misma lluvia” (1999), todas ellas de Juan José Campanella, como también “Nueve Reinas” (2000) y “Aura” (2005), del fallecido Fabián Bielinsky, “La fuga” (Eduardo Mignogna, 2001), “Kamchatka” (Marcelo Piñeyro, 2002), “Un cuento chino” (Sebastián Borensztein, 2011); “Carancho” (2010) y “Elefante Blanco” (2012), dirigidas y escritas por Pablo Trapero.

En el «haber» del inmenso Darín figuran roles diversos, como cura, abogado, taxidermista, restaurador, escritor de poca monta, crítico de cine, embaucador, ferretero o ingeniero experto en explosivos. En “La cordillera”, un thriller político con toques de fantástico, es Hernán Blanco, el recién elegido presidente. El nuevo mandatario, en medio de una trascendental reunión de altos cargos latinoamericanos en la cordillera andina chilena, lidia con un drama familiar mientras perfecciona el manejo de los hilos del poder.

El escenario natural de la cordillera andina dibuja la «metáfora perfecta», poetiza Darín sobre la región latinoamericana, donde «la mayor parte de las contiendas entre países se han dirimido en cierta forma atravesándola», apela a la historia y recuerda que «allí se dejaron muchas vidas, y por eso tiene una representatividad muy fuerte y afianzada».

En el escenario actual de la política del continente, con sus modelos de socialismo del siglo XXI, con su centro-derechismo casposo y putrefacto, sin obviar el pasado de crueles dictaduras militares, la familiaridad del escenario de “La cordillera” se presta para distraerse con el juego de «descubra-al-personaje-de-la-vida-real». El presidente mexicano de Daniel Giménez-Cacho despliega lo campechano del exmandatario Vicente Fox, como Paulina García evoca en su rol de la presidenta anfitriona a Michelle Bachellet, e incluso la estampa de Darín suena mucho a Mauricio Macri.

El actor sonríe en este encuentro en el Festival de Cannes, donde el quinto largometraje de Mitre –una producción franco-argentina-española de unos 6 millones de dólares rodada en un resort de cinco estrellas a 3.600 metros sobre el nivel del mar– tuvo su estreno mundial en la sección “Una Cierta Mirada”.

“La cordillera”, en gran parte por «culpa» de Darín, ha conseguido realizar una proeza. Tres meses después de su première mundial allende fronteras, sentó precedentes en Argentina al convertirse en el estreno más importante de la cinematografía nacional con 318 salas, manteniéndose dos semanas más tarde como una de las películas más vista de la temporada. No en vano, desde hace muchos años Ricardo Darín encabeza la lista de querencias del público argentino, en un país donde el cine nacional despliega sus tácticas y estrategias de seducción, y –ya por tradición– a veces ni llega a blind date. Sin embargo, la inmensidad de Darín convence, atrapa, gusta y destruye la indiferencia hacia la cinematografía gaucha.

Pero ¿qué parte ha tomado Darín de Macri? La sonrisa del intérprete le pone coto al juego de semejanzas, porque todo –sostiene– es inventado. «Solo podemos fantasear» dice, mientras mantiene su mirada de azul profundo y su legendario buen humor.

La imagen del presidente Blanco se sustenta en la honestidad y la humildad. ¿Este es un truco bastante empleado por los políticos?

Es para establecer cercanía, proximidad, que en definitiva es lo que pretenden todos los políticos que buscan tener contacto con la gente, ser creíbles, ser el punto exacto y equilibrado entre saber lo que quieren y al mismo tiempo escuchar al pueblo. Creo que todo eso es un cliché histórico, porque difícilmente existen casos de políticos que empiezan su carrera y se exponen en forma categórica y radical, ya que normalmente van buscando un perfil. Hernán Blanco no escapa a ese concepto general de político; es un hombre que viene del interior de Argentina, pasó por la intendencia de una localidad para luego ser gobernador de su provincia. Lo que sí se nota es que no está respaldado por un partido político tradicional en Argentina, es alguien que cuando empieza esta historia (la de “La cordillera”) lleva unos seis meses en la presidencia, por lo cual está atento y preocupado por la construcción del poder para ir solidificándose.

¿Blanco viene a ser como un reflejo de las figuras políticas deslindadas de los partidos tradicionales, pero sin embargo populistas?

Puede que esté equivocado, pero algo ha ocurrido a nivel mundial con el sistema político, el cual ha mostrado una redija a través de la cual algunos han sabido leer muy bien eso, y vienen a ser extrapolíticos, o sea, gente que viene de fuera de las esferas políticas. Son personas que saben leer las coordenadas adecuadas y entienden que hay un espacio para que el ciudadano común pueda acercarse a las esferas de poder. De hecho devienen en funcionarios públicos tipos que no han tenido carreras políticas. En definitiva, todo el mundo tiene ese derecho, porque ¿qué voy a sospechar yo de si un odontólogo no tiene la misma capacidad que un diputado como para entender cuáles son las necesidades reales de la gente? Sin embargo, nosotros que estamos acostumbrados a prejuzgar, diríamos «¡pero es un odontólogo!, ¿qué puede saber de política?» (se ríe). Hay una dualidad en nuestra percepción, ya que desconfiamos de nuestro sistema político, pero al mismo tiempo si no estás dentro de la política, también desconfiamos. O sea, ¡desconfiamos de todos!

¿Qué opina usted del hecho de que hoy en día ser político ya constituye en sí una carrera?

Un amigo mío lo viene diciendo desde hace años. Siempre decía que, cuando la política se convirtiera en un oficio, entraríamos todos en un problema, porque de ser una vocación por el bien público a transformarse en un oficio cambian las reglas del juego. Los políticos son una resultante de lo que nos pasa a nosotros como sociedad, en distintos casos y por diferentes características. A lo mejor el camino es inverso, deberíamos dejar de rezongarles, de mirar hacia ellos, para así mirar hacia dentro y determinar lo que tenemos que cambiar. Es que también es cierto que muchas veces declaramos estar en contra de fulano o mengano, pero cuando nos toca actuar, nuestro discurso no está directamente relacionado con nuestras actitudes, variamos el enfoque cuando se trata de nosotros mismos. Eso lo tenemos que cambiar.

¿Cómo fue trabajar un personaje tan ambiguo y misterioso como Hernán Blanco?

Que resulte oscuro es una de las tantas percepciones. Yo, sin embargo, le tengo un poco más de confianza (sonríe). La construcción del personaje fue todo trabajado, discutido y hablado con Santiago (Mitre, el director). Entendí claramente hacia dónde íbamos, también me enamoré lo que es la cara visible de los políticos y, al mismo tiempo, tener que lidiar con la intimidad de sus propias vidas. Eso es algo a lo que los ciudadanos comunes no tenemos acceso. Nosotros conocemos, estamos sobrepasados de información, de imágenes y datos sobre las figuras que nos llaman la atención, pero difícilmente conocemos en profundidad su interior, qué es lo que ocurre en sus vidas y, aunque lo olvidemos, se trata de seres humanos. Entonces, más allá de convivir con sus equipos de trabajo, deben convivir permanentemente con esta dualidad, con esa bipolaridad de tener una cara visible a la que hay que responder las 24 horas del día y, al mismo tiempo, tener que arrastrar sus propias vidas.

A causa de este personaje, ¿cambió en algo su percepción hacia los presidentes?

No sé si ha cambiado mi concepto, es que tampoco tengo el mismo concepto de todos los presidentes. Cuando los actores tenemos a cargo un rol inédito, normalmente por la cuestión de investigación o de proximidad, o por el simple hecho de tener que jugar a creernos que somos ese rol durante un lapso de tiempo, se tiende a ser un poco más amplio en términos de comprensión con respecto a personajes similares al de ficción. Hay un juego de aproximación a ese universo y empezamos a vislumbrar o a entender algunas cuestiones que, a simple vista, no se notan o que no dominamos.

¿Qué cambiaría si usted fuera presidente?

No quiero caer en el infantilismo de creer que una sola persona puede cambiar algo. No creo que sea así, sino exactamente al revés. Nos guste o no, los políticos, funcionarios y quienes deciden nuestro futuro, es gente que surge de nosotros mismos. Es como un trabajo de decantación, de allí que confiemos tanto en la democracia y que estemos dispuestos a aceptar las reglas del juego. Aun no estando de acuerdo con quien gane (unas elecciones), estamos dispuestos a aceptar las reglas del juego, a seguirlo y apoyarlo para que las cosas salgan bien. No creo que una sola persona pueda cambiar las cosas, porque como en el cine, creo más bien en los equipos de trabajo. Cuando muchas cabezas, muchos corazones y muchas miradas están puestos en un mismo objetivo, la cosa se refuerza, y tenemos más posibilidades de notar cuáles son los errores, modificarlos y, en el caso de la política, obviamente que atiende al bien común. Si pudiera jugar y fantasear sobre cuáles son las prioridades, tengo una lista de cosas que haría, pero si me dijeran que me fijara en solo una y después vemos, aunque suene un poco demagogo, trataría de que en un tiempo corto lográsemos que ya no hubiera gente durmiendo en las calles. Eso como primera medida, es para poder empezar a recuperar la dignidad perdida en muchos casos.

La cordillera andina, más que un accidente geográfico, ilustra la columna vertebral que une los países de Latinoamérica. Sin embargo llama la atención la falsa hermandad existente, los juegos de poder, ¿cómo cree que se refleja todo eso en la sociedad?

Se refleja en la tan buscada fraternidad latinoamericana. Todos los proyectos, como el Mercosur, que persiguen transformar la región en algo mucho más poderoso, y que incluso desde esa plataforma se pueda negociar, discutir, conectar con el resto del mundo, son una ambición muy buscada, es la gran esperanza desde tiempo inmemorial. Pero también es cierto que las democracias latinoamericanas son muy jóvenes, no ha transcurrido el tiempo necesario como para que cicatricen las heridas y se vaya modificando el orden de prioridades. Cuando el tiempo haga su trabajo, nos daremos cuenta de que realmente nuestra mejor opción consiste en que esa tan mentada fraternidad deje de ser una metáfora y se convierta en una realidad. En ese sentido, el cine es un buen ejemplo. Últimamente se nota el esfuerzo de muchos cineastas, productores y distribuidores que están abocados para tratar de encontrar esa especie de unión, de fraternidad. Normalmente el arte es más de vanguardia, la cultura va mostrando un posible camino, y los pueblos vamos acomodándonos en función de eso. Pero todavía existen las rivalidades deportivas, que son la parte humorística, o más bien deberían serlo, ya que el deporte tendría que ser rivalidad, pero no enemistad. Tristemente a veces se mezclan y no ayudan a borrar las fronteras, sino a profundizarlas.

El gran caso de corrupción originado en Brasil con la Organización Odebrecht implica a muchos países latinoamericanos. ¿Cómo vive usted ese escándalo desde Argentina?

Todos estamos convulsionados con lo que ocurre en Brasil. Para Argentina, todo lo que sucede en ese país es muy importante; hay una relación histórica, más allá de la cercanía regional y de formar parte de un bloque. Si algo tiembla en Brasil, en Argentina se siente en el acto, porque se trata de un país demasiado importante en la región para que no sea así. La verdad es que estamos todos muy preocupados por diferentes motivos. Tengo la sensación de que está haciendo falta una decantación en la política de nuestros países, así como mayor transparencia. Todos estamos pidiendo cada vez más transparencia en el amplio sentido del término, no solamente en lo económico; es decir, hay que llegar a la conclusión de que aquello que escuchamos, que nos plantean y prometen tenga verdadera posibilidad de ser creíble y real, y no un plan de exposición para contar con nuestros votos.

Sus declaraciones políticas nunca pasan desapercibidas. Como artista, ¿cuál es la importancia de no callar, no otorgar, no ser cómplice?

Es muy difícil. Creo que el arte en general, la cultura, de la misma forma que el periodismo, debe tener un ojo crítico. Es decir, debemos estar atentos a cuáles son las cosas en las que podemos caer engañados. Lo más difícil es encontrar ese punto, de no convertirte en un petardista, porque de alguna forma eso también marcaría una tendencia. Tener una libre opinión independiente sería lo ideal, no estar intoxicado de ninguna tendencia o separar lo que es tu trabajo específico de lo que es tu cara visible socialmente, para poder decir lo que realmente piensas. Esto en algunos lugares es bastante difícil, por lo menos incómodo, por no decir peligroso. Venimos de historias en donde ha sido peligroso porque hay gente que ha dejado la vida por decir lo que piensa, y eso está en el inconsciente colectivo. Entonces el punto de equilibrio es lo más difícil de encontrar y creo que todos perdemos.

¿Cómo le sienta que la gente le crea cuando usted hace públicas sus opiniones políticas?

(se ríe) Es más fácil creer en los actores y en los artistas, porque el arte y la cultura vienen a reparar algunas heridas y dolores que vamos sintiendo. Sin embargo, deberíamos revisarnos a nosotros mismos para que, si es cierto ese axioma de que los políticos que tenemos surgen de nosotros, eso vaya mejorando.

El «galancito» Darín. Darín lleva la interpretación en su ADN. Sus padres actores, Ricardo y Reneé Roxana, le rodearon junto a su hermana Alexandra –con quien comparte profesión– de un ambiente artístico. «Mamé la actuación desde antes de tener uso de razón. En mí está muy difusa la frontera entre mi profesión y mi persona, pero eso no me asusta porque no podría decir que soy una persona normal», explica.

El peso de un sonoro apellido, reconocido en el medio cultural argentino, no fue una carga. «Soy bastante irresponsable», confiesa risueño, «nunca fui lo bastante consciente de nada hasta ahora que tengo una cierta cantidad de años como para poder mirar hacia atrás, pero normalmente nunca miré para atrás».

A los ocho años ya trabajaba en la televisión, a los diez en el teatro. Su gran sentido de la observación constituyó el principal instrumento de aprendizaje, porque Ricardo no tuvo necesidad de estudiar para saber cómo se actúa. En los 80 fue galán de telenovelas, de aquellas que salían de la inagotable pluma de Delia Fiallo. Así trascendió fronteras metido en la pequeña pantalla pequeña y jurándole amor eterno a la chica de turno. A partir de los 90 se fue metiendo más en el cine, y de la mano de interesantes e inteligentes realizadores, logró la consagración.

Como en una carrera de fondo, Ricardo Darín conquistó parcelas en el cine y en el teatro, se convirtió en padre de Ricardo Chino y Clara, ambos dedicados en su adultez a correrías artísticas, y afianzó –con sus respectivos bajones en tres décadas de matrimonio– la unión con Florencia Bas.

Aún corre en Internet un video en el que afirma que no necesita ir a Hollywood porque tiene todo lo que anhelaba, ¿sigue manteniendo esa posición?

Entiendo a los actores de habla hispana que tienen como la meca de sus carreras el trabajar en Hollywood. Me parece muy bien y les deseo lo mejor. Pero yo veo la importancia de poder trabajar en tu propio idioma. Creo que no existe una herramienta más importante para un actor como lo es el pensamiento, y es muy difícil pensar en idioma que no sea el natal, el de tu sangre, el de tu familia, el de tus amigos. Es muy arduo trabajar en otro idioma, algunos lo consiguen, lo hacen muy bien, y han logrado engañarnos y los felicito. A mí no me sale con tanta facilidad.

Hay quienes le ven como patrimonio de Latinoamérica…

Eso me pasa porque ya estoy viejo. Si fuera mucho más joven, no dirían ese tipo de cosas (se ríe).