Joseba VIVANCO

Heavy metal en la plaza de Leitza

Era el día... Sí, el de oinatz, era sí o sí, y salió sí. Era el día de Pablo Berasaluze, era sí o sí, y salió no. Y mientras tanto, un riojano andaba suelto en el Frontón Bizkaia. Una final con poca historia, la justa, hasta que el de Berriz se sentó. Sin aire. Superado por la presión. Y a partir de ahí solo sonó el heavy metal... de Leitza.

Bizkaia seguirá esperando una txapela... 35 años después. Porque en su camino, en el de un Berasaluze que fue más Pablito que nunca, gelatinoso y voluble como un flan, se cruzó el juego indomable, volcánico, de cola de lagartija de Oinatz Bengotxea y el martillo espartano de un Álvaro Untoria que salió a hombros de sus paisanos, ¡au, au, au!

Nadie se quiso perder el Parejas. 32 medios de comunicación acreditados, dinero que se mueve con más facilidad que de la calle Génova a cuentas suizas, una ley seca que en el Frontón Bizkaia no deja de ser una vaga leyenda del Chicago de los años veinte, ocasión para que en Sabin Etxea cualquiera dé un golpe de estado mientras sus ‘burukides’ se citan a pocos metros de la cancha... Ernest Hemingway, Miguel de Unamuno, Walt Disney, Pancho Villa o Cantinflas, algunos sintieron por un momento la piedra en la mano, otros se pararon en una cancha, y otros solo fueron espectadores, la pasión del frontón.

Todos los ojos escudriñaban a Pablo. Como las siluetas agrestres del monte Udala o las moles del Anboto, Urkiola y Mañaria vigilan su Berriz natal, así clavaban sus miradas sobre el delantero al que, decían, la pelota le debía una txapela, pero para eso hay que pelearla. Y ayer, Pablo, Pablito, sencillamente, no estuvo. «¡Pero lo cierto es que al despertar la vida va y te golpea, puñetazo de realidad!», reza una de las letras de ‘Kaotico’, grupo de cabecera de su zaguero Aitor Zubieta. Porque ayer entre las dos paredes del frontón bilbaino sonó ‘Metallica’, heavy metal del bueno, del que le gusta a Oinatz. «Mis guitarras son mi cordón umbilical. Están directamente conectadas con mi cabeza», que decía su guitarrista Kirk Hammet. La cabeza del de Leitza está conectada a sus manos. Este era su campeonato. Y fue el mejor. Y no soltó su premio. En los cuadros alegres fue el más risueño, como si jugara en la plaza del pueblo, esa guindilla que era de crío. Como aficionado al boxeo, dio y no recibió –aunque para hostia la del puño de un seguidor colorado que impactó con la nariz de un aficionado azulón–, y encima fue generoso con su compañero, el de Nájera, que ya no es ciudad del mueble, sino de Álvaro Untoria, impasible al ruido, por encima del escenario, que la rompió y acabó manteado por sus convecinos, desatados, –«vamos a tener un poco de cordura», rogaba de rodillas la megafonía–, eufóricos. «Esto es vuestro también», se lo dedicaba el chaval micrófono en mano. Los ojos de Oinatz brillaban. Los de Pablo Berasaluze se hundían. Era el último en abandonar la cancha. Su segunda casa. «No hay rosa sin espina que no pinche y no sienta dolor», cantaba ‘Kaotiko’. Pablo se pinchó y Oinatz la olió.

 

«Hemos hecho una gran pareja, humildes y trabajando duro»

«Hemos hecho una gran pareja –seguramente para rato–, con humildad y trabajando duro», resumía el éxito de la txapela Oinatz Bengoetxea al finalizar el partido. Esa fue la clave, trabajar duro cada tanto. «Oinatz me exigía estar metido en cada tanto, los he sufrido como si cada uno fuera el último», reconocía su compañero Álvaro Untoria. «Álvaro me ha dado mucha seguridad todo el campeonato, porque en partidos importantes se crece, yo sabía que iba a estar metido en el partido», coincidía en esas palabras el de Leitza. Felices, el más veterano, el delantero, matizaba que «la txapela no era una obligación, era una ilusión». El más joven, el zaguero, no se lo creía aún. «Es un orgullo para mí, es increíble, es como cuando pasé a la final y no me lo creía... estoy que no me lo creo. La afición como véis me apoyaba al máximo y le debía la txapela», reconocía el riojano, que no podía sino agradecérselo también a su pareja sobre la cancha. «Le debo esto a la ilusión, a las ganas, a la confianza que tengo, Oinatz me ha ayudado una barbaridad, a llevar esto con tranquilidad», añadía, y lo acompañaba con un «me gustan estos partidos, la presión». Con zapatos nuevos, los mismos que Oinatz, que recordaba aquella su primera txapela Manomanista en 2008. «Ha sido un partido pasional, como aquél, estás motivado, dándolo todo en cada tanto, y lo hemos conseguido», enfatizaba el navarro, para quien la clave, ya sobre el piso, fue atacar al rival. «Hemos metido mucho ritmo, obligándoles, y este frontón si atacas gasta mucho al contrario», revelaba un Bengoetxea VI que recordó que «parte de esta txapela» es de la «elegancia que tuvo» Andoni Aretxabaleta.J.V.

 

«Lo hemos intentado, pero han sido más que nosotros»

Pablo Berasaluze se despedía entre aplausos y con aplausos. Tristeza en sus ojos, hundidos, sudado, impotente. El vizcaino reconocía al final del partido que no se ha podido quitar estos días de la cabeza la grave lesión de hace dos años. «Aquellos momentos fueron durísimos. Esta semana y durante el partido se me han pasado muchas cosas por la cabeza. Al principio del partido he notado mucha presión por el miedo a lesionarme. Pero ellos han jugado un partidazo y hay que felicitarles. Es una pena grandísima y me da mucha pena por la afición que se merecía esta txapela. Mi vida es la pelota y voy a seguir trabajando», reflexionó el de Berriz.

A partir del tanto 6-8 favorable a los azulones resultó clave el devenir posterior del partido, según el análisis que hacían los subcampeones. «Hemos empezado haciendo el juego que queríamos hacer cada pareja, luego ellos han sacado esa pelota más baja que las demás y ahí han acertado, el partido era difícil para meter nuestra dinámica, jugábamos alrededor del cuatro y medio, sotamanos, voleas, muy activo... Ha entrado mucho Oinatz, nosotros lo hemos intentado pero no hemos podido. Esa es la lectura que hago yo», se explicaba su compañero Aitor Zubieta, quien consideraba que «nos han ganado bien, había un gran ambiente y solo por salir a la cancha merecía estar en esta final. Me voy con pena, pero he jugado a gusto el campeonato, aunque no ha podido ser», se lamentaba. El de Berriz, Pablo, se limitaba a reconocer que «han hecho las cosas bien, han sido más que nosotros, y nos han ganado, no hay más que decir». Era su momento y seguramente su última oportunidad.J.V.