Miguel FERNÁNEZIBÁÑEZ
Adiyaman
ATENTADO EN ANKARA

LA CUNA TURCA DE LA YIHAD

Los últimos tres atentados en el Estado turco tienen en común que sus supuestos autores provenían de esta conservadora región en la que las órdenes religiosas juegan un importante rol social.

Los mensajes del Corán fluyen por boca de Huseyin con la fuerza de quien mantiene intacta la fe. A sus 75 años, reconoce que su vida ha sido un esfuerzo por la yihad, por seguir el camino más puro dentro de la religión musulmana. «Hace 20 años la gente era mucho mejor, vivía más cerca de Él. ¿Se ha fijado en las chicas? Ahora van enseñando los brazos, las piernas, llevan kilos de maquillaje. Esto es un pecado que antes no sucedía», explica en su puesto del bazar Demirciler, el más importante de Adiyaman.

Pero se dice que aquí son fundamentalistas... «No lo somos, como mucho somos buenos musulmanes», sentencia.

Las palabras de Huseyin sorprenden porque la mayoría de las informaciones relacionadas con Adiyaman indican lo contrario. En 2013, el diario Radikal estimó en 200 los combatientes procedentes de esta región que luchaban en Siria. Este año, los atentados en Diyarbakir y Suruç reafirmaron la tendencia: los perpetradores provenían de Adiyaman, una conservadora región a 100 kilómetros de Siria.

Tras el mayor atentado en la historia del Estado turco, se volvieron a rastrear los lazos yihadistas de la región. Concretamente los del grupo conocido como Dokumaci, conformado por jóvenes de Adiyaman entrenados en Siria. Yunus Emre Alagöz, quien captaba gente en su tetería de la ciudad y era el hermano mayor del kamikaze de Suruç, y Ömer Deniz Dundar fueron identificados por fuentes policiales como los supuestos autores de la masacre en Ankara. «Los musulmanes de verdad no asesinan. Esos jóvenes se equivocaron y son excepciones. Créame cuando le digo que nuestro pueblo no es así», insiste Huseyin.

El fundamentalismo se ha convertido en un tema tabú que está dañando al Partido Justicia y Desarrollo (AKP). La radicalización de los jóvenes turcos podría convertirse en el peor legado de la guerra en Siria. Fuentes gubernamentales estiman en 400 los turcos fallecidos en Siria, más de un millar los que engrosan el Estado Islámico y varios centenares Jabhat al-Nosra. Además, es cuestionable la moderación de milicias como Ahrar al-Sham, apoyadas por el Estado turco.

Svante E. Cornell, director del Central Asia-Caucasus Institute & Silk Road Studies, considera que «el AKP ha estado jugando con fuego como lo hizo Pakistán».«El auge del fundamentalismo en Turquía no ha sido un accidente (...) El AKP pensaba que podría utilizar a los yihadistas sin ningún tipo de repercusión y les ha permitido operar porque consideró que eran una amenaza menor que los kurdos del PYD y Al-Assad».

Los atentados han mostrado importantes fisuras en seguridad del Ejecutivo. El padre de Ömer Deniz Dundar declaró que, en 2014, pidió a la Policía el arresto de su hijo por sus lazos con el yihadismo. Tras ser interrogado, abandonó las dependencias policiales. Un caso similar al de Orhan Gönder, puesto en libertad antes de que cometiese el atentado en Diyarbakir. Además, en la lista de la Inteligencia turca de 21 potenciales kamikazes relacionados con el EI estaban los supuestos suicidas de Ankara.

La oposición se ha quejado amargamente de la mano suave del Ejecutivo y el primer ministro, Ahmet Davutoglu, ha defendido que no se puede arrestar a un potencial kamikaze hasta que no cometa el atentado. Este caso, al igual que en el de Cherif Kouachi, quien estaba fichado por la Policía antes de su ataque a la sede de la revista ‘‘Charlie Hebdo’’, refleja la difícil dialéctica entre prevención y respeto de los derechos humanos.

La captación

Desde que comenzó la guerra en Siria, el mundo ha olvidado la otra cara de Adiyaman. Su escarpado terreno está lleno de históricas edificaciones y paradisiacas vistas como la montaña Nemrut. Su deliciosa cocina es apreciada en Anatolia, como su tabaco. Ahora todo ha sido suplantado por la postal monocroma del fundamentalismo.

Huseyin es de los pocos que se atreve a hablar. «Idos, siempre venís a lo mismo», espeta un hombre. La respuesta de las autoridades es la misma: silencio. Para conversar con el departamento de Sociología de la Universidad de Adiyaman se necesita un permiso especial del Rectorado. Esta autocensura alimenta las especulaciones sobre esta región habitada por kurdos religiosos y votantes tradicionales del AKP.

Los jóvenes llegan a estudiar principalmente desde el sur y el centro de Anatolia. Es una ciudad muy conservadora.

«Su amigo tiene una barba preciosa, pero lleva el pelo largo. Parece una mujer y eso está prohibido. Por dentro está limpio, reza cinco veces al día, pero si no se corta el pelo no entrará al paraíso», enfatiza Huseyin sobre el aspecto de mi acompañante. Pero importantes miembros del EI como Abu Waheeb llevan melena.. «Entonces ellos tampoco son buenos musulmanes», explica.

Aksin y Hayrullah son dos universitarios que nacieron en Adiyaman. Se definen como musulmanes pese a no tener barba. Consideran exageradas las acusaciones que describen Adiyaman como el centro del fundamentalismo turco, aunque reconocen un problema. «Aprovechan la pobreza, las dudas, los drogadictos. Todo lo arreglan con dinero» Pero, ¿por qué un estudiante universitario como Abdurrahman Alagöz llega a inmolarse en nombre del EI?

«El EI ha conseguido penetrar en las universidades. Investigan a los estudiantes que tienen un perfil más religioso, aquellos que ven bien la Sharia. No llegan y dicen ven al EI. Todo es gradual: te cuentan cosas sobre la religión, acudes a charlas y te dan un libro. En él, el 90% es verdad, pero cuelan partes falsas. Así la gente va cayendo en sus mentira», explica Hayrullah, quien cursa Estudios Religiosos. «Los universitarios son jóvenes de clase media desorientados, con tiempo y energía para preguntarse sobre cuestiones metafísicas», añade Cornell.

Según Hayrullah, un conocido suyo estuvo a punto de ingresar en el EI. «Le lavaron el cerebro. Su familia nos avisó y, como sabemos de religión, le pudimos convencer. Ahora está con su familia y no le dejan salir porque tienen miedo de que tanto el Estado como el EI tomen represalias».

El auge de la orden Naqshbandi

A unos 40 kilómetros de Adiyaman se encuentra Kahta. Allí las mujeres con la melena al descubierto escasean, empiezan a brotar el chador y el niqab. En la estación central de autobuses se encuentra Murad, un turco de Hamburgo. Está tomando un té mientras fuma un cigarro. Tiene los ojos azules, una prominente barba y, al igual que Huseyin, cubre su cabeza con el takke, un gorro usado por los musulmanes.

Acaba de llegar desde Menzil, un pequeño pueblo de apenas 2.000 habitantes en el que todos siguen la rama Jalidi de la corriente sufí Naqshbandi, una orden que, a pesar de ser sufí, se rige por una interpretación ortodoxa del islam y de la sharia. En Irak, el número dos de Sadam Hussein, Izzat Ibrahim al-Douri, pertenecía a esta orden. En repetidas ocasiones sus seguidores han rechazado que colaboren con el EI a pesar de que importantes áreas del Califato han sido tradicionalmente habitadas por los Naqshbandi.

«El EI no representa al pueblo musulmán, aunque nosotros también queramos la sharia. Es el sistema más justo porque viene de Allah», considera Murad mientras saca otro cigarrillo. ¿Fumar está permitido en la orden Menzil? «Hasta que salga una fatua que así lo prohíba seguiré fumando», responde .

Murad tiene 41 años y coincide con Huseyin en que los musulmanes tienen que demostrar su compromiso con Allah por dentro y por fuera. «Oye, pero eso no significa que sea radical», bromea. Explica que de joven estuvo metido en la drogas. «Todos nos equivocamos», repite. Hace 20 años descubrió en Alemania los mensajes de Muhammed Rasid Erol, el fallecido líder de la orden Menzil, y su existencia dio un giro de 180 grados. En ningún momento da la impresión de ser un fundamentalista, es lo opuesto, pero tal vez ahí radica el éxito del EI.

Durante el Imperio Otomano tuvieron importantes lazos con la burocracia. La llegada del kemalismo las condenó a la clandestinidad tras su ilegalización. Esto provocó que muchos jóvenes estudiasen en los países del Golfo, importando las ideas salafistas. Las restricciones se relajaron en los años 50, como parte de la cohesión en torno al islam para enfrentarse al comunismo. Poco a poco la influencia de estos grupos se acercó de forma indirecta a la política. Con la llegada al poder del AKP, la apuesta por el islam político ha encontrado el apoyo de los diferentes grupos religiosos.

Los Naqshbandi han ido incrementando su influencia en colegios, mezquitas y universidades teológicas. Cornell advierte del peligro que conlleva la posición ideológica de algunos de sus grupos: «Los Naqshbandi, al ser ortodoxos, son el principal grupo al que se dirigen los yihadistas para reclutar miembros. En Turquía, la tradición religiosa ha sido suplantada por ideologías fundamentalistas, algunas de las cuales se han infiltrado en el movimiento Naqshbandi».

Menzil, el pueblo sagrado

La orden Menzil se expandió rápidamente en los 80. Importantes políticos como Taner Yildiz, que ocupó con el AKP la cartera de Energía, tienen estrechos lazos con esta cofradía. Según explica Cornell, el número de seguidores no ha dejado de crecer porque saben adaptarse a las situaciones.

Un abarrotado autobús recorre los 40 kilómetros que separan Kahta de Menzil. Todas las mujeres van cubiertas. Reflejan el concepto de buena musulmana que Huseyin y Murad tratan de explicar. Los hombres, en su mayoría, lucen pobladas barbas y llevan el takke.

En el pequeño pueblo nadie rehuye hablar. Ali ha llegado desde Maras para hacer una visita. Se va directo a rezar tras la llamada del muecín. Cuando termina, muestra la tumba del líder fundacional de la orden. En la puerta, un niño y un anciano leen el Corán. A 50 metros está la impresionante mezquita del pueblo. La entrada al rezo es solo para sufíes. En la planta baja, decenas de mesas octogonales soportan pucheros llenos de comida gratuita.

Tugay, un joven que cada año pasa un mes en Menzil, es de Esmirna, en la costa occidental, en donde la orden tiene gran influencia. Al igual que Murad, ha tenido problemas con las drogas. «Tenía malas compañías, cada día tomaba seker –MDMA– y mis amigos, que no lo eran, me trataron muy mal». Es alegre, fuma, habla de fútbol y me asegura que algún día seré musulmán.

Esta semana ha comenzado a picar la tierra llena de piedras, en donde algún día crecerán los pimientos de la orden. No lo hace solo, hay otros dos jóvenes que, como él, pasan pequeñas temporadas en Menzil. Cuenta que su familia es tradicional, aunque su madre no se cubre por completo de negro. Rechaza cualquier fundamentalismo que arrebate vidas y repite que todas las desgracias son culpa de los poderes occidentales. Murad dice lo mismo. Huseyin también, y añade sonriente que tiene 4 hijos, tres hijas y 22 nietos. «Las chicas están casadas, son buenas con sus maridos. Uno de mis hijos es funcionario, pero mi mayor orgullo son mi hijo, uno de los imanes de Pazarcik desde hace 35 años, y mis nietos, que todos son capaces de leer el Corán».