Mikel ZUBIMENDI

Los sami ganan una batalla legal que reconoce su derecho sobre el territorio

Tras 30 años de litigios legales, un tribunal sueco acaba de reconocer a una comunidad sami el derecho exclusivo de caza y pesca en su territorio. Este paso puede ser un punto de inflexión en el camino hacia el reconocimiento nacional de ese pueblo milenario.

De los 370 millones de personas que pertenecen a pueblos indígenas que habitan en más de 90 países del mundo, los indígenas sami son el pueblo de las tierras del «lejano Norte» europeo. Se trata de un pueblo dividido entre cuatro Estados (Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, donde habitan en la península de Kola) y, aunque no existen estadísticas oficiales de su población, se estima que viven unos 50.000 en Noruega, 20.000 en Suecia, 10.000 en Finlandia y 2.000 en Rusia.

El pueblo sami se ha dedicado durante milenios a la cría de renos y a la pesca, a sacar el máximo provecho a lo que les ofrecía la naturaleza. Era un pueblo originalmente independiente, con su propia lengua y religión basada en creencias paganas, hasta que se les impuso el cristianismo (una persecución convertida en política de Estado que llevó a que más de 300 mujeres samis fueran ejecutadas entre 1668 y 1676 acusadas de brujería) en el siglo XVII como paso previo a la tasación y confiscación de sus tierras.

En los siglos posteriores, la confiscación se fue acentuando y los colonos suecos que se asentaron en territorio sami fueron premiados con exenciones de impuestos. Las tierras se consideraron propiedad del rey y los samis fueron tratados poco menos que como inquilinos, sin derecho a heredar; cuando no fueron directamente expulsados, solo se les permitió el derecho al usufructo.

Los viejos estereotipos raciales que fueron deliberadamente enraizados en la psique colectiva sueca y fueron utilizados para expulsar a los sami de sus tierras, desposeerlos de su cultura y su religión, no van a borrarse fácilmente. Ese legado de racismo y discriminación sigue aún muy presente. Se creía y se difundía la idea de que la cultura nómada estaba en un nivel inferior de desarrollo que la de los colonos, lo que ayudó a que pareciera inevitable su eventual asimilación cultural. Ya desde el siglo anterior y hasta nuestros días, las tierras –muy ricas en materias primas– de los sami conocieron el boom de las industrias forestal, minera e hidroeléctricas. Aún hoy esos intereses privados amenazan a las comunidades sami.

Borrarlos de la historia

Es cierto que Suecia va adoptando a través de resoluciones judiciales una política que se podría denominar como de tolerancia étnica. Los sami han conseguido pequeñas victorias en los tribunales en la lucha por el reconocimiento de sus derechos. Pero, como ya se ha apuntado, el legado de una política racista subyace y ralentiza (aunque no lo impide por completo) la reconstrucción cultural en marcha, una revolución tranquila por los derechos y la libre autodeterminación del pueblo sami.

Su última victoria ha venido tras una batalla legal que duraba 30 años. Según se conoció la semana pasada, un tribunal de distrito de Gällivare concedió a la pequeña comunidad sami de Girjas, situada en el Círculo Polar, los derechos exclusivos de caza y pesca en el área, restaurando así esos poderes que les fueron usurpados por el Parlamento sueco en 1993.

Ha sido un paso simbólico en el línea del reconocimiento de los derechos de los sami y puede ser un punto de inflexión para cambiar las políticas suecas en relación a los temas que les afectan. La sentencia, que no es definitiva y puede ser recurrida, ha venido tras un juicio en el que los abogados del Estado declararon que el estatus de pueblo indígena de los sami era algo irrelevante y que Suecia no tenía obligaciones internacionales que le fuercen a reconocer ningún derecho especial al pueblo sami.

En una iniciativa que tuvo gran repercusión pública, durante el juicio 59 académicos e investigadores, incluidos etnógrafos y antropólogos, condenaron la «retórica de la biología racial» que utilizaron los defensores del Estado y su «sorprendente ignorancia de las condiciones históricas» que ha sufrido el pueblo sami. Tras la sentencia, la reacción de los colonos suecos, especialmente en las redes sociales, no se hizo esperar. Estos mostraban su temor a que con la excusa de preservar los pastos para sus renos, los nómadas sami utilizarían en adelante su competencia exclusiva para prohibir las motonieves o la caza del alce.

Suecia quiso en su día borrar a los sami de la historia. Es cierto que esta pequeña victoria se circunscribe a un ámbito geográfico muy concreto, pero conviene darle todo su valor. Y es que durante los últimos años se venía cociendo entre los sami una frustración colectiva: sus problemas estaban siendo apartados de la agenda y de la arena políticas. Se extendía la sensación de que querían condenarlos a la irrelevancia, a tolerarlos como reclamo turístico obligándolos como pueblo a una muerte lenta. Se debatía durante años, pero no se tomaban decisiones. Con este veredicto, los sami fortalecen su voluntad colectiva y refuerzan su afán para seguir reivindicando sus derechos nacionales, para ir reconstruyendo su conciencia de pueblo y su cultura milenaria mediante una tranquila revolución.