Dabid LAZKANOITURBURU
EL CONVULSO ORIENTE MEDIO

Cabezas (kurdas) de turco en el juego a varias bandas entre Erdogan, ISIS, Al-Assad...

El atentado del ISIS en Gaziantep, los bombardeos sirios en Hassaka y la ofensiva turca en el norte de Siria para impedir la consolidación de Rojava evidencian que los kurdos, cada vez más fuertes, se convierten en cabezas de turco en el macabro juego de intereses de todas las partes en liza.

El macabro atentado en una boda kurda en Gaziantep, atribuido al Estado Islámico (ISIS), coincidió con los bombardeos del régimen sirio contra las milicias kurdas del YPG al otro lado de la frontera, en Hassaka, y fue el preludio de la primera gran operación militar directa, aérea y terrestre, de Turquía en suelo sirio, oficialmente contra los yihadistas pero cuyo objetivo final es frenar el avance militar y político kurdo en Siria.

Esta sucesión de trágicos acontecimientos y movimientos en el tablero de la guerra a varias bandas en Siria evidencia, de un lado, el creciente protagonismo kurdo en torno al rediseño de Oriente Medio. Es precisamente el temor a ese creciente peso de los kurdos el que les convierte en víctimas propiciatorias, en cabezas de turco –nunca peor dicho–, en el macabro juego entre, por un lado, la Turquía de un Erdogan envalentonado tras haber frustrado la intentona golpista del 15 de julio, y enfrascado en una guerra total al PKK, y, por otro, el régimen baazista sirio, enemigo histórico –conviene recordarlo– de las históricas ansias de libertad de los kurdos. Todo ello sin olvidar al resto de potencias mundiales y regionales, que juegan a su vez la carta kurda a conveniencia.

Comenzando por el atentado suicida en Gaziantep, pocas dudas hay sobre su autoría. El propio Erdogan avanzó desde un primer momento que todo apuntaba al ISIS –incluso se presentó a su autor, consciente o no, como un adolescente de 13 años–. La marcha atrás de su primer ministro, Binali Yildirim, obedece precisamente a esa lógica macabra en la que está instalada Ankara, y sobre la que volveremos más adelante.

Que el ISIS no lo haya reivindicado no dice nada. Y es que no ha asumido ninguno de los 14 atentados que ha perpetrado en el Estado turco desde marzo de 2014, atentados que, por cierto, han provocado más víctimas mortales –al menos 262 y sin contar las decenas de heridos en estado crítico en Gaziantep– que los que ha se han registrado en la campaña de atentados que sufre el conmocionado Estado francés –235 muertos– en los últimos dos años.

Al elegir a los kurdos como víctimas, el ISIS busca varios objetivos. El más inmediato, la venganza por el protagonismo de las milicias kurdas del YPG y sus aliados sirios rebeldes en las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) en la guerra a muerte a su califato. No ha pasado casi una semana desde que las FDS lograran expulsar completamente a los yihadistas de Minbej, localidad fronteriza estratégica para un ISIS que pierde territorio a marchas forzadas y que se ve cada vez más aislado en su capital siria, Raqa.

No es la primera vez que los kurdos son objetivo preferente del ISIS. El atentado en julio de 2015 contra solidarios turcos con la recién liberada ciudad de Kobane, que dejó más de 30 muertos y la masacre en octubre de ese mismo año contra una marcha por la paz del partido kurdo HDP (más de un centenar de víctimas mortales) en Ankara, sin olvidar anteriores explosiones en mítines prokurdos, revelan la obsesión criminal de los yihadistas para con un pueblo, el kurdo, que además de plantarles cara en el plano militar, les desafía abiertamente al rechazar toda visión rigorista del islam y apostar por la separación entre política y religión.

Pero al ISIS no le mueve solo la venganza y el odio atávico al atacar a los kurdos sino un cálculo político que evidencia el alcance estratégico de su guerra. Los yihadistas, que cuentan como estrategas militares con antiguos militares de Saddam Hussein (enemigo histórico también de los kurdos), buscan exacerbar hasta el límite las tensiones étnicas, sectarias y religiosas en Turquía. Al punto de que, en sus cuarteles de Raqa y Mosul, el ISIS sueña con que el Estado turco, en plena crisis política, se hunda en una guerra civil como las que han asolado al Irak postocupación y a la Siria postrevuelta. Ambos escenarios, al fin y a la postre, hicieron posible la creación del califato del Estado Islámico.

El atentado tuvo lugar en Gaziantep, una ciudad de 1.500.000 habitantes y un crisol de culturas (turcos, kurdos, árabes turcomanos.., a los que se han sumado 350.000 refugiados sirios). Esta ciudad, a 70 kilómetros de la frontera con Siria, es considerada la capital turca del califato y fue allí donde Yunus Durmaz, el «emir de Gaziantep», se inmoló el 19 de mayo al hacer explosión su cinturón de seguridad cuando estaba cercado por la Policía turca. Durmaz era buscado como el responsable de los atentados en Suruc y en Ankara (donde habría sido utilizado el mismo explosivo que en la boda de Gaziantep) y quien en 2014 pidió por carta al máximo líder del ISIS en Turquía, Ilhami Bali, «permiso» para atentar en fiestas multitudinarias kurdas.

Tanto esto último como el hecho de que Ankara asistiera durante años impertérrita a concentraciones públicas de los seguidores del ISIS en Gaziantep, como la caravana de coches que festejaron a toque de claxon los ataques del 13-N en París –incluido el sangriento asalto a la sala de fiestas Bataclan–, encendió los ya caldeados ánimos de los kurdos.

Lógico, y no porque sea fácil evitar un atentado en una boda en plena calle sino porque llueve sobre mojado. Desde que la revuelta siria derivó en guerra abierta, Ankara ha sido cabeza de puente para el paso de refuerzos, armas y suministros de rebeldes de todo tipo, incluidos los yihadistas del ISIS.

Y no es que Turquía haya apoyado explícitamente al ISIS (Ankara tiene sus propios y patrocinados rebeldes sirios). El objetivo de derrocar a Al-Assad estaba por encima de cualquier consideración y distinción. E incluso cuando Erdogan se apercibió de que el monstruo al que alimentó –por omisión o por cálculo táctico– se había convertido en un rival mundial al islamismo político de su partido, insistió en hacer la vista gorda y priorizar a los kurdos como el enemigo a batir y como la amenaza principal a sus intereses. Así se explica que, por su constante torpedeo a las conversaciones con el líder del PKK, Abdullah Oçalan, y en plena oleada de atentados yihadistas antikurdos, la guerrilla perdiera lo poco que le quedaba de las grandes dosis de paciencia y anhelos de paz mostrados en los últimos años y diera en julio de 2015 por roto el alto el fuego instaurado dos años atrás.

No faltó en Erdogan el frío cálculo electoral. Y es que el reinicio de la guerra, que se ha saldado ya con 1.700 muertos y la destrucción de ciudades y pueblos kurdos, le permitió, pese a críticas que surgieron incluso de oficiales del Ejército turco, transformar la mayoría simple que logró en las elecciones de junio de aquel año en una cómoda mayoría absoluta cinco meses después, en noviembre, gracias al trasvase de votos de la uktraderecha panturca del MHP a su partido, el AKP.

Y así como el atentado de Suruc pudo al fin y a la postre, independientemente o no de la voluntad de sus autores (el ISIS) beneficiar indirectamente a Erdogan, lo mismo se puede colegir del de Gaziantep.

Y es que el atentado se puede asimismo leer como un aviso-advertencia-venganza por la operación de asalto al feudo yihadista fronterizo de Yarablus que se venía anunciando hace días y que ha completado estos días el Ejército turco.

Astuto y cínico, Erdogan se ha servido del atentado para lanzar, sin prácticamente condena internacional alguna y con el apoyo de sus aliados occidentales su primera gran operación militar en Siria.

Un operativo, «Escudo del Éufrates», que busca, y parece haber logrado, establecer una zona tapón con rebeldes protegidos por Ankara para impedir que los kurdos crucen la ribera del río y comuniquen en un continuum territorial los tres cantones que componen Rojava (Kurdistán Occidental).

Los próximos días y semanas arrojarán luz sobre el alcance del operativo turco, que podría intentar deshacer todos los avances militares y políticos de los kurdos en estos años.

Es en este punto del juego a varias bandas en el que entra el régimen de Bashar al-Assad. Es mucha casualidad que la tregua tácita entre sus milicias y los kurdos del YPG se rompiera estos día en Hassaka, coincidiendo precisamente con el giro estratégico iniciado por Erdogan en junio y apuntalado con su visita a Rusia tras la asonada.

Más allá del origen de los enfrentamientos –Damasco acusa a los kurdos de iniciar la ofensiva y estos denuncian bombardeos injustificados–, es evidente que la liberación por parte de las FDS del estratégico enclave de Minbej hace dos semanas y el anuncio de que su próximo objetivo era Yarablus puso nervioso a más de uno. Y no solo en Ankara.

Sería, sin duda, mucho aventurar que, después de la genuflexión de Erdogan ante Putin en San Petersburgo, de los guiños de Ankara a favor de la integridad territorial de Siria –y de una transición pilotada por Al-Assad– y de los renovados contactos entre los servicios de inteligencia turcos e iraníes estemos ante una reconfiguración total de las alianzas en Oriente Medio y en el mundo.

Más parece que, en el cada vez más enrevesado y macabro juego de espejos en que está hundida la región, cada parte mueve fichas según sus intereses y cálculos a corto plazo.

La tibia condena de Damasco a la invasión turca del norte del país parece apuntar a una contemporización en la que el régimen habría llegado a la conclusión de que, puesto que no está en condiciones militares de hacer desistir a Turquía y de frenar a los kurdos (ha sido derrotado en toda regla en Hassaka), es preferible que sea Erdogan el que le haga el trabajo sucio.

Este juego de cálculos no es exclusivo de ambos. La decisión de EEUU de apoyar a Ankara y exigir a sus aliados de las YPG que no crucen a la ribera occidental del Éufrates evidencia que todos los actores mueven fichas en esta sangrienta partida de ajedrez. El equilibrismo de Estados Unidos, que ha decidido nadar y guardar la ropa al ver que Erdogan recibía a su vicepresidente Biden en Ankara lanzando ese mismo día la operación en Siria no ha gustado sin duda a Rusia, que acaba de sumar otro problema con Irán por el uso de una de sus bases aéreas en la campaña siria.

Y en medio de todo, los kurdos. Verdugos y a la vez víctimas propiciatorias del ISIS, aliados de unos y a la vez de sus rivales y enemigos de todos los poderes regionales que aspiran a mantener su status quo (Erdogan, Al-Assad...). El tiempo dirá si salen vencedores o nuevamente vencidos en esta dura pugna por su supervivencia como pueblo.