Iñaki ZARATIEGI

TODO DYLAN ESTÁ EN LOS LIBROS

Coincidiendo con su galardón como Premio Nobel de Literatura se ha editado un volumen bilingüe con las canciones de 28 discos de Bob Dylan más descartes. Y aprovechando esa nominación se editan o reeditan nuevos y viejos libros sobre el influyente creador norteamericano. Un autor de escasa obra en prosa, una novela y unas memorias, pero con más de cien estudios y biografías alrededor de su vida y obra.

Cuando la Academia Sueca anunció que el Premio Nobel recaía no en un literato con una sólida colección de novelas sino en un autor de letras para canciones, la polémica estaba servida. ¿Son poesía los textos para canciones y puede ser considerado poeta su autor? ¿La poesía es literatura? La institución nórdica argumentó que Bob Dylan era laureado por «haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana». Se premiaba su poesía (él mismo se ha definido siempre como poeta) y se “institucionalizaba” la variante poética de los versos escritos para ser cantados. Se reconocía un género que se remonta a culturas antiguas y que alcanzó su internacionalización en el siglo pasado gracias a la radio y los discos y en boca de autores como Dylan y similares.

Pero, además de sus más de 500 canciones, ¿ha escrito Bob Dylan libros formales? Pues sí, pero un par. En 1971, siendo ya un fenómeno musical planetario, publicó “Tarantula”, monólogo de poesía y prosa poética experimental al estilo de los textos de algunas contraportadas de sus discos. La obra, que la editorial Malpaso reedita estos días, había sido desarrollada en 1966 en el Greenwich Village neoyorquino, pero su publicación se paralizó y tuvo filtraciones piratas. Definido como «escritura automática» e imaginativamente complejo, no tuvo muy buena acogida de público y crítica y el propio cantautor de Minnesota confesó no estar muy satisfecho de su debut en prosa porque no lo había escrito para ser publicado como libro.

Muy diferente fue su segunda incursión literaria en 2004 con “Chronicles, Volume One”, primera parte de una supuesta biografía en tres entregas que no ha tenido aún continuidad. Necesitaba aclarar por qué y cómo se dedicó a la canción y dejar claro que nunca quiso ser más que un simple juglar. Llevaba décadas intentando sacudirse el peso de ser considerado «la voz de una generación» y tópicos al uso. Y explicaba por qué no hacía concesiones en sus recitales: «Casi todos los demás intérpretes se concentraban más en sí mismos y en intentar conectar con el público que en interpretar la canción, pero eso no iba conmigo. A mí lo que me interesaba era que mis canciones llegaran a la gente». Brillante, con sorprendente capacidad para recordar datos, el libro dejaba claro que el original poeta era también un excelente narrador en prosa. Malpaso la reeditará en unos días.

Alcanzadas las cumbres de reconocimiento creativo que un artista puede soñar y con varias medallas (12 premios Grammy, Globo de Oro, Óscar, premio Pulitzer honorario, Legión de Honor francesa, Príncipe de Asturias de las Artes, MusiCares Person of The Year…) el bardo de Duluth ha roto con el Nobel un esquema más al protagonizar lo que su colega Leonard Cohen dijo poco antes de fallecer: «Es como ponerle una medalla al Everest». La Academia escandinava parecía quitarse esta vez el frac y calzarse una de las horteras chaquetas de colores o uno de los muchos sombreros que Dylan almacena y soliviantó a lo más conservador de la profesión literaria. Pero la emotiva poética dylaniana rompió incluso el protocolo cuando una digna Patti Smith se confundió en el apocalíptico “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” y emocionó a los emperifollados invitados de Estocolmo.

Un centenar de títulos

Casi obsesionado con la música popular desde joven, absorbió canciones folk, blues, gospel, pop o rock y su primer repertorio fueron versiones de tonadas tradicionales. Las composiciones propias mostraron después una notable capacidad narrativa bajo la influencia de grandes del género como Woody Guthrie, a quien homenajeó en su primer disco. Pero la influencia de las nuevas literaturas y formas musicales de los años 50-60 colonizaron su consciente creativo para escándalo de la vieja guardia como Peter Seeger, y sus canciones acogieron un aluvión de cultas referencias poético-literarias y artísticas en general. Bob Zimmerman, que había escogido el alias de Dylan en referencia al literario irlandés Dylan Thomas, resonaba a Rimbaud y Verlaine, cantaba a los trotamundos hobos y a la bohemia, bebía de la llamada generación beat o citaba al cine y la dramaturgia, en una obra penetrada por la tradición religiosa judía y las cuestiones claves de la vida y la sociedad.

Se puede polemizar sobre su valía como literato por su poca casi nula obra en prosa, pero no parece que existan muchos Nobel con tanto estudio sobre su persona y legado. La referencial Bodleian Library de la Universidad de Oxford acumulaba recientemente 109 libros sobre Dylan, que serán más, dada la rapidez del mercado para presentar novedades post Nobel. No es fácil hacer una selección entre semejante marasmo literario; los especialistas destacan el mentado autobiográfico “Crónicas”, las biografías de Clinton Heylin o los análisis de Michael Gray, Paul Williams o Cristopher Ricks.

La bibliografía en castellano cuenta con antecedentes como las selecciones “George Jackson y otras canciones” (1972), los estupendos dos tomos de “Escritos, canciones y dibujos” (1973), los cuatro cancioneros en la serie Los Juglares (Ediciones Júcar), la colección de libros de canciones de Espiral (Fundamentos) o biografías de Jesús Ordovás, Danny Faux o Alberto Manzano. También los trabajos periodísticos “Bob Dylan en la prensa española 1980-1993” o “Bob Dylan en España” (2000). O los ensayos “Like a Rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada” (2010), de Greil Marcus, y “La trilogía del tiempo y el amor” (2014), de Eduardo Izquierdo. En 2015 se publicó el amplio “Dylan. Todas sus canciones. La historia detrás de sus 492 temas”, de los galos Philippe Margotin y Jean-Michel Guesdon. Y la gran novedad ha sido el reciente nuevo tocho “The Lyrics: Since 1962” (“Letras completas”), que tuvo un precedente en “Bob Dylan. Letras 1962-2001”, de 2007. Las librerías e internet reciben estos días más reediciones y algunos libros nuevos aparecidos al calor del Nobel.

El periplo vasco

El influyente creador ha actuado nueve veces en Euskal Herria. Algunos espectadores vascos lo vieron por primera vez en una excursión colectiva desde Donostia para su macizo concierto de rock-gospel en junio de 1981 en la francesa Toulouse. Debutó en el Estado español en 1984 con conciertos en Madrid y Barcelona junto a Santana. En 1989 llegó al donostiarra velódromo de Anoeta, con Eddie Brickell and The New Bohemians de invitados. Llenazo de público y dos impecables horas de show. A la salida, un pletórico Mario Gaviria sugería a Mikel Laboa llamar a Aita Barandiaran y encadenarse los tres a las máquinas que construían la autovía a Nafarroa... La actuación gasteiztarra de julio de 1993, en el flamante Pabellón Araba y con el taquillaje agotado, pareció una encerrona con los invitados de una caja de ahorros ocupando la parte delantera. Pero los bancarios fueron desertando y los dylanianos conquistaron el terreno para un concierto memorable de casi tres horas. En julio de 1995 la plaza de toros de Bilbo fue testigo de un precioso recital de casi dos horas para unas 9.000 personas. En abril de 1999 Dylan regresó a Donostia con Andrés Calamaro de invitado. Fue una correosa gala de hora y tres cuartos con 17 hermosos hits.

El 11 de julio de 2006 fue contratado para un “Concierto por la Paz” gratis en la donostiarra playa de Gros. En la primera parte Mikel Laboa se atrevió valiente con el gentío y las difíciles condiciones de concentración en la que sería su última aparición en público. Dylan dio un recital correcto que defraudó a una buena parte de la masa por la imposibilidad de oír y ver en condiciones y por su “distante” comportamiento escénico. En junio de 2008 fue anunciado en la plaza de toros de Iruñea, pero el recital fue trasladado a un pabellón Anaitasuna repleto y convertido en un horno en una gran fiesta musical.

En 2011 participó en el festival Azkena de Gasteiz, en plena forma y con 92 minutos y 13 canciones. Un año después ofreció en la plaza de toros de Baiona un potente show con muchos minutos actuando desde el piano. Y en julio de 2015 estuvo en el donostiarra Illunbe para una elegante fiesta swing-rock con más de 4.000 asistentes y Andrés Calamaro invitado de nuevo. Para quien quiera disfrutar de su música en vivo, Dylan tiene a sus 75 años 22 nuevas citas europeas en 2017; la más cercana, el jueves 20 de abril en el parisino Zénith.