Ramón SOLA
HENDAIA
Interview
MARRUBI Y MATTIN TROITIÑO
HIJA Y SOBRINO DE ANTTON TROITIÑO

«Es la tercera generación que pasa por esto, el cuento de nunca acabar»

Marrubi Troitiño vivió con su aita solo hasta los tres años. Desde entonces Antton lleva 30 en cárceles españolas, inglesas y ahora de nuevo españolas, con una nueva imputación. Una página que no se acaba de cerrar y que afronta con realismo.

La trayectoria vital última de Antton Troitiño encierra no pocas paradojas. Si no hubiese sido excarcelado en 2011 no se hubiera desencadenado la pataleta española que lo ha devuelto a sus prisiones seis años después. Y si Londres no hubiese acabado aceptando la enésima euroórden de Madrid, quizás solo se hubiera estirado hasta el infinito esa persecución. De momento, estar en Soto del Real le permitirá hoy mismo conocer a su nieta de cinco meses. Marrubi Troitiño habrá cogido ya el coche rumbo a Madrid, consolándose con que el viaje será más corto que los que debió hacer durante muchos años de su infancia y juventud a Huelva, Puerto... y qué decir de Londres.

Mattin Troitiño, su primo, ya fue testigo de otro emotivo reencuentro en la capital inglesa: el de su aita Txomin, excarcelado en 2013 al anularse la «doctrina Parot» tras 26 años preso, con el hermano, Antton, al que Londres se apresuró a liberar también tras el fallo de Estrasburgo. «Llevaban 20 años sin verse, desde el inicio del encarcelamiento. En su día estuvieron en la misma prisión pero en módulos diferentes. Podían verse por un pequeño agujero en la pared, hasta que se dieron cuenta y los cambiaron...».

La historia reciente de Antton Troitiño tiene tantos vaivenes y revueltas que se hace difícil fijar un punto de inicio. Quizás sea mejor ir de adelante hacia atrás. La extradición se ha consumado al fin después de que Madrid la buscara por uno y otro camino, hasta hallar el argumento del «reingreso en ETA», que deberá probar en un juicio. «Me alucina la habilidad que tienen para inventarse cualquier cosa: imputaciones, leyes, lo que sea», apunta Marrubi. Mattin recuerda cómo Londres ha terminado retirando uno de sus recursos para dar vía libre a la extradición. Pese a la evidencia de que se ha construido una imputación, el caso no ha suscitado demasiadas reacciones al contrario de lo que pasó, por ejemplo, con Iñaki de Juana. Se encogen de hombros: quizás la gente se ha habituado a la mala costumbre de retorcer la ley o se ha perdido en el laberinto de acusaciones, recursos, tribunales... por el que ha pasado Troitiño desde el arresto en Londres en 2012.

La extradición se veía venir desde que cambiaron el juez que llevaba el caso del vasco. El mismo Antton Troitiño expresaba su escepticismo en un vídeo de ‘‘Argia’’ en noviembre, aún libre, un mes antes del encarcelamiento definitivo: «España te quiere allí y te va metiendo una, otra, otra... Digo yo que ya se aburrirán. Durará hasta que cambien de mentalidad o hasta que ganen y me lleven a la cárcel otra vez de vuelta». Y añadía cuál era su posición personal: «Una cosa es que te lleven y otra es que tú vayas». Se lo han llevado al final, primero a Belmarsh y luego a Soto del Real.

Su hija habla también de un modo que suena entre escéptico y resignado, pero que finalmente se entiende como realista: «Esto es lo que nos ha tocado vivir». Y vivir es poder visitar a su aita hoy en Madrid, algo que resultaba inviable en Londres: «dejar el trabajo y el bebé, coger el avión, un montón de trámites»... Las comunicaciones telefónicas también han supuesto una odisea: «Belmarsh es una cárcel de alta seguridad, ahí estaban los presos del IRA antes y ahora los islamistas. Para llamar se exigía la presencia de un traductor, que solo iba los viernes. Ha estado también en otra cárcel, Long Lartin, junto a Birmingham; allí tenía alguna hora más de patio». Y concluye: «Para estar en la cárcel, mejor aquí».

En los periodos en que no ha estado preso, tampoco cabe decir que Antton Troitiño fuera libre: «Lo sacaron con la tobillera puesta –dice en alusión a la pulsera de control telemático–. Hasta se duchaba con ella. No podía salir de casa antes de las 9 de la mañana ni volver después de las 8 de la tarde, y todos los días tenía que ir a firmar a comisaría entre las 10 y las 11. Para encontrar un trabajo, por ejemplo, estaba totalmente condicionado». Están agradecidos a la pareja de vascos que lo acogió y se encargó de la fianza, pero la impotencia era evidente y así lo reconocía Antton en el citado vídeo: «Estás fuera y todo lo que te gustaría no lo tienes aquí».

2011, 24 horas de tregua

En otro salto atrás casi de flashback llegamos a abril de 2011, al día en que Antton Troitiño fue liberado en aplicación de la doctrina del Tribunal Constitucional español sobre el doble cómputo de la prisión preventiva. El mismo día los titulares eran para otra excarcelación sonada: la de Joxe Mari Sagardui Gatza, tras 31 años preso que suponen todavía un penoso récord. Sin embargo, ya al día siguiente la noticia no era Sagardui sino Troitiño. La tregua duró apenas 24 horas. Los periodistas empezaron a rondar la casa de Intxaurrondo, antes incluso que los policías, y luego también la de Hendaia. Recuerda Marrubi que la Policía alejó a un hombre que se había metido en el jardín: «Estaba vigilando detrás de unos pinos... en fin».

Las prisas españolas por volverlo a encarcelar fueron tantas que la primera euroorden, «una chapuza», la rechazó París. A Antton no lo hallaron hasta un año después, en Londres. Resulta evidente que el apellido pesó –y pesa– lo suyo. Marrubi sabe mejor que nadie que «con mi padre hay una obsesión, lo sacan siempre que pueden, a cuenta de lo que sea». En Wikipedia hay una página titulada ‘‘Clan Troitiño’’. ‘‘La Razón’’ los denominó «Los pata negra de ETA». Todos estos relatos subrayan la participación de Antton en atentados como el de la Plaza de la Republicana Dominicana de Madrid, que mató a doce guardias civiles. Pero no refieren que las condenas están cumplidas y no tienen parangón en Europa, ni siquiera en los estados que llevan en su legislación la cadena perpetua, dado que esta se revisa al cabo de 15-20 años. Con los 24 cumplidos casi siempre en Andalucía y estos seis de Londres, Antton Troitiño suma 30. Si se le acaba imponiendo otra condena por «pertenencia», puede terminar acercándose a los 40 años preso. Decididamente, no hay precedentes de ello.

Mattin reflexiona al respecto: «Marrubi y yo ya tenemos hijos e hijas, y lo que veo es que esta es la tercera generación que tiene que pasar por esto: la cárcel, la dispersión... Primero fueron nuestros padres y madres, luego nosotros, ahora los recién nacidos. Y son tres generaciones que pagan esta factura por las mismas personas presas». «Este es el cuento de nunca acabar», añade su prima.

Mattin Troitiño también tiene una anécdota ilustrativa, que incluye a su hermano Jon, detenido en 2005, actualmente en la prisión de Murcia y también con muchos años de condena por atentados de ETA. Cuando el aita, Txomin, salió de la cárcel, tramitó el permiso para poder hablar telefónicamente tanto con su hermano Antton como con su hijo Jon. Pero, al apercibirse de ello, las autoridades le emplazaron a elegir entre uno u otro. Un veto sin justificación y que Mattin se toma con filosofía y una pizca de ironía: «Siempre han sido muy meticulosos para intentar romper los lazos familiares de los presos».

«La solución está en nosotros»

Tras este recorrido, volvemos al presente duro y al futuro incierto. De momento, Antton está en Soto del Real. Con su experiencia ya en estas lides pese a su juventud, Mattin explica que «el protocolo habitual es tenerlo allí uno o dos meses en módulo de aislamiento y luego cambiarlo de cárcel. No sería extraño que lo alejasen», augura.

Queda, con todo, el juicio, y no es una cuestión menor para el Estado español. La aceptación de la extradición por parte de Londres es limitada. No se le podrá acusar de documentación falsa, por ejemplo, y está por ver entonces si la Audiencia Nacional podrá usar esos papeles para probar su enrevesada acusación de «pertenencia», que sustente en la tesis de que Antton Troitiño se reintegró en ETA para poder huir. Topamos de nuevo con la cuestión recurrente: a los ojos del Estado español, no es uno más. «Yo no me fío de nada ni de nadie ya», dice Marrubi al preguntarle por las perspectivas jurídicas.

¿Y las políticas? ¿Puede ayudar a encarrilar su situación la reciente culminación del desarme, el debate de EPPK, los acuerdos que se entablen en Euskal Herria, alguna apertura en Madrid o París...? Ambos dan la misma respuesta, al unísono: «Está claro que esto solo lo podemos resolver nosotros, desde Euskal Herria. De los estados no se puede esperar nada». Mattin concluye que cosas como esta solo tienen un sentido: «Lo hacen porque necesitan alimentar todavía esta situación, pensando que eso a su vez enriquece su estrategia política».

Coinciden igualmente en que «tal y como están las cosas, esto será progresivo. Si se logra el acercamiento de los presos, luego se abrirán otras perspectivas en las que se podrán abordar excarcelaciones».

Vuelve a imperar el realismo; con un juicio en la Audiencia Nacional todavía pendiente, y sin que por ahora se pueda atisbar siquiera la fecha de celebración, es más factible pensar en la próxima visita que en el día en que la familia llegue a reencontrarse entera en la calle. ¿Se imagina ese día, o ni siquiera eso? Marrubi levanta la mirada hacia el techo y pone el epílogo a la entrevista: «A ver... la ilusión no se pierde, soñar es libre y soñamos con que algún día podamos estar todos juntos. Pero sí, también es cierto que de algún modo nos hemos acostumbrado a esta situación». A su lado, sin perder de vista a su madre, el bebé refleja esa tercera generación del cuento que no acaba.