Karlos ZURUTUZA Kirkuk

Los discípulos del Bautista también huyen del Estado islámico

«¿Volver a casa? Sería un suicidio, los yihadistas nos cortarían el cuello sin vacilar», asegura Jalil Hafif Ismam. El temor de este refugiado resume el de uno de los pueblos más antiguos de Mesopotamia. Y el del más diezmado.

Teníamos nuestra casa y dos joyerías en Baiji -a 230 kilómetros al norte de Bagdad- pero cuando el Estado Islámico (EI) se hizo con el control de la zona el pasado mes de junio tuvimos que escapar. Hoy vivimos de la caridad», lamenta Ismam desde el complejo del Consejo Mandeo de Kirkuk, a 100 kilómetros al oeste de Baiji. Allí comparte hoy techo con la familia de su hermano Sami y la madre de ambos.

Desde que el Estado Islámico emergiera en 2013 y se hiciera con el control de varios distritos al oeste del país, yezidíes, shabak, cristianos siriacos y el resto de las minorías en la región se han convertido en las primeras víctimas del grupo extremista.

Los Ismam son mandeos, seguidores de una religión que los expertos han rastreado hasta 400 años antes de Cristo. Consideran a San Juan Bautista como único profeta, no en vano, su ritual principal, el bautismo, se lleva celebrando en los mismos lugares de las orillas del Tigris y el Éufrates desde hace casi dos milenios.

Procedentes del sur del país, los hermanos joyeros relatan que se trasladaron en los años 80 a Bagdad «en busca de una vida mejor». Tras la Primera Guerra del Golfo, en 1991, se volvieron a desplazar, esta vez a Baiji. Hoy están en Kirkuk, y desconocen cuál será su siguiente escala.

«Nos han dicho que no podemos quedarnos más de un mes pero no sabemos a dónde iremos después porque el EI -Estado Islámico de Irak y el Levante- ya está a las puertas de la ciudad», explica Sami.

La cercanía del temible fantasma del EI hace que los rituales mandeos empiecen a desaparecer a medida que los sacerdotes son arrastrados al exilio, en el mejor de los casos. En Kirkuk, el cauce seco del río Khasa, afluente del Tigris, no es una opción para celebrar el ritual del bautismo por lo que las cada vez más escasas ceremonias han de celebrase en un improvisado pozo de agua dentro del complejo.

«Cada dos o tres semanas viene un genzibra -sacerdote mandeo- de Bagdad para celebrar el rito pero el trayecto resulta más peligroso a cada día que pasa», lamentan los Ismam junto al estanque.

Según un informe de Human Rights Watch publicado en febrero de 2011, el 90% de los mandeos ha huido de Irak o ha muerto desde la invasión del país por parte de Estados Unidos en 2003. Desde su residencia en Bagdad, Sattar Hillo, líder espiritual de los mandeos de todo el mundo, trasladaba a GARA que su comunidad atraviesa «el momento más crítico» de su historia, y que apenas suman 10.000 en Irak. Y ese era su balance antes de la irrupción del Estado Islámico en la región. A día de hoy, la situación ha empeorado considerablemente. Suhaib Nashi, secretario general de la Asociación Mandea en el Exilio, lo resume así: «En los dos últimos meses nuestra comunidad en Irak está sufriendo un auténtico genocidio a manos de los islamistas radicales, y no solo los del EI». Nashi aseguraba a GARA que la situación es igualmente preocupante en zonas del sur del país, donde los seguidores de esta religión son víctima fácil o bien de las milicias chiíes o bien de criminales.

«Lo más preocupante tras los asesinatos de los mandeos en Irak es que sus razones van desde las puramente económicas hasta otras mucho más siniestras, como la total eliminación de nuestra comunidad en el país», denuncia Nashi.

Ofensiva «inminente»

Khalima Mashmul, de 39 años, es otra de las refugiadas en el Consejo Mandeo local. Originaria del sur del país, llegó a Kirkuk siendo una quinceañera en el marco de un proceso de repoblación forzoso con el que Saddam Hussein pretendía alterar la balanza demográfica de Kirkuk, de mayoría kurda. Y es que kurdos, árabes y turcomanos se disputan esta ciudad que hunde sus cimientos sobre una de las mayores reservas de petróleo del mundo. El que ha sido hogar para Mashmul durante casi 25 años sigue considerado como uno de los puntos más peligrosos del país. «Mi marido es policía. Perdió una pierna y cuatro dedos de una mano tras un atentado en junio. A pesar de todo, le obligan a seguir trabajando», explica esta madre de cuatro hijos. Al igual que los Ismam, no se pueden quedar indefinidamente. «No podemos volver a nuestra casa en Kirkuk porque mi marido está amenazado, pero tampoco tenemos dinero para pagar un alquiler porque aquí son demasiado caros», lamenta Mashul. Su única opción, dice, es que «Australia, o un país europeo», les conceda asilo político. Es el sueño de la mayoría. En su informe del pasado mes de octubre, la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA) sitúa la cifra de desplazados internos de Irak en 1,8 millones desde enero de este año. Dicha entidad alerta de que alrededor de 600.000 de ellos necesitan ayuda urgente ante la inminente llegada del invierno.

Mientras el ansiado traslado a Occidente se hace esperar, algunos han optado por refugiarse en los países vecinos. Imad Chabar Abid, uno de los policías -todos ellos mandeos- que gestionan la seguridad del recinto dice no lamentar haberse quedado solo:

«Mi mujer y mis cinco hijos están en Jordania y me reuniré con ellos en cuanto pueda», admite este mandeo de 43 años desde su garita. Puede que sus temores no sean infundados: «Nos acaban de comunicar que el Estado Islámico está agrupando efectivos en Hawija -a 50 kilómetros al oeste de Kirkuk-. La ofensiva sobre Kirkuk, asegura el policía mandeo, es «inminente».