Iñaki Egaña
Historiador

De Evian a Luhuso

Así, se trata de un 8 de abril que va a servir como referencia a dos formas contrapuestas de hacer, de entender en qué consiste la democracia

El sábado 8 de abril de 2017 ya ha sido facturado como fecha fetiche para el desarme anunciado por los llamados «artesanos de la paz». Desarme que afectará a ETA, dando fin a una de las etapas abiertas el 20 de octubre de 2011 cuando la organización vasca notificó «el cese definitivo de la actividad armada». Desarme que vendrá asimismo a dar fin a un proceso singular, atípico donde los haya y que, previsiblemente, marcará una nueva particularidad en Europa en la gestión de un conflicto político histórico. Un desarme al que se han opuesto durante más de cinco años los Estados español y francés.

Esta singularidad viene a sumarse a otras que han configurado el contexto vasco, pero también el español y el francés, en estos más de 60 años de historia. ETA, una organización política que nació en los años del desasosiego franquista, que poco más tarde decidió sumarse al aluvión de los movimientos de liberación nacional con la «lucha armada» como herramienta de intervención. Que manifestó su decisión de continuar cuando la mayoría de organizaciones aceptaron la Reforma del franquismo, con una hoja de ruta marcada en la consecución táctica de unos puntos mínimos (Alternativa KAS), resumidos más adelante en la llamada Alternativa Democrática. Un grupo que ha atravesado con dos o tres generaciones de militantes la vida política de España y de Francia, la vasca también, y que concluye definitivamente su ciclo armado.

Abril es el mes del aniversario del bombardeo de Gernika, cuya expresión pictórica, la que Picasso realizó para la Feria Internacional de París de 1937, se ha convertido en el icono de la represión sobre el pueblo vasco. Un icono que ha superado la singularidad y se ha convertido en símbolo mundial. En Palestina, en Harlem, en Faluyah, en decenas de escenarios distribuidos por el planeta, Gernika es nuestro emblema más universal. Raptado el cuadro, por cierto, por un Gobierno que lo ubicó en un museo con el nombre de una reina perteneciente a una monarquía aliada de quienes provocaron la masacre. Este año se cumplirá y recordará el 80 aniversario del bombardeo. Ocho punto cero, en cita moderna.

En abril precisamente y más precisamente aún un día 8, el mismo anunciado para culminar el original desarme de ETA, se celebró uno de esos acontecimientos que, visto de la perspectiva, tuvo también sus renglones singulares. Me refiero al referéndum oficiado en Francia para apuntalar las negociaciones celebradas entre un Gobierno (francés) y un movimiento armado insurgente (argelino).

Las conversaciones, y los acuerdos, comenzaron en una pequeña población francesa llamada Evian, a orillas del lago Leman, en marzo de 1961. Culminaron un año después con la salida de miles de presos y el reconocimiento del derecho de autodeterminación para el pueblo argelino. El 8 de abril de 1962, es decir en unos días se cumplirán 55 años del acontecimiento, el pueblo francés (por utilizar nomenclatura oficial) apoyó el resultado de las negociaciones por un abrumador porcentaje, un 90,7% a favor.

La época animaba a una iniciativa de semejante calado. No me cabe la menor duda de que hoy todo habría sido bien distinto. Recordarán que entonces también fue un proceso complejo. Y que militares especialmente, aunque también civiles convertidos en matones y mercenarios, crearon una organización terrorista que llamaron OAS. Con el lema «Argelia francesa». Mataron indiscriminadamente en la colonia y en la metrópoli, y establecieron en España y Euskal Herria su retaguardia. Algunos de aquellos mercenarios, que obviamente se opusieron a los acuerdos de Evian y al referéndum del 8 de abril, sirvieron de sustento a los grupos paramilitares españoles que tomaron nombres estrafalarios como BVE, Triple A o GAL. Mismos perros con distintos collares.

Así, se trata de un 8 de abril que va a servir como referencia a dos formas contrapuestas de hacer, de entender en qué consiste la democracia. No tengo interés alguno en ensalzar la figura de Charles De Gaulle, tampoco la de la V República francesa. Hay que poner en valor, sin embargo, la apuesta política que concluyó con el reconocimiento del derecho de autodeterminación y la independencia de Argelia.

A pesar de la estrategia de «tierra quemada» que alentó y propagó la OAS. Aquel 8 de abril de 1962 fue punto de partida para que Argelia y Francia decidieran su futuro. Por contra, un 8 de abril de 2017 que será la culminación de un estrambótico proceso de desarme porque ni la Francia que con De Gaulle dio un paso adelante, ni la España de Mariano Rajoy, que con Franco acogió y dio cobertura a la OAS, han querido abordar la solución a una de las patas de un conflicto histórico.

¿Por qué semejantes discrepancias en 55 años de crónica política europea? La correlación de fuerzas en el Continente es notoriamente diversa a la que existía en 1962. Pero hay un elemento en común entre la Francia de De Gaulle y la España de Rajoy. La diferencia estriba en cómo abordarlo. Se trata de ese gran lobby (poder fáctico) liderado por militares, fuerzas policiales y sectores económicos autárquicos. En la época de las negociaciones de Evian, estos grupos, con la OAS al frente, manifestaron su fortaleza. Intentaron incluso dar un golpe de Estado que fracasó.

Torturaron de forma sistémica (Henri Alleg nos lo recordaba en "La question"), formaron cuadros que sirvieron a las dictaduras latinoamericanas (Paul Aussaresses fue el maestro), etc. El FLN argelino negoció con la OAS su desmantelamiento. Los pieds noirs «retornaron» a la metrópoli. Francia amnistió a los militantes de la OAS en 1968. Un tema de calado, tuvo una resolución aceptada por las partes en litigio. Las urnas, una izquierda sólida ideológicamente, un colectivo de intelectuales alineado con el derecho de autodeterminación y una sociedad francesa educada en los valores republicanos y antifascistas (Vichy demonizado) ayudaron.

En España, en cambio, ese sector militar, policial, económicamente autárquico, apoyado en una naturaleza ideológica pre-política y pre-democrática, pero no por ello irrelevante, sigue teniendo poder de decisión. Sirvió como vanguardia para moldear la Transición, para frenar ese cambio que anunció Felipe González, para convertirse en retaguardia de la OTAN, para explotar la impunidad a sus agentes, mercenarios y peones ejecutores. Sirvió para arrinconar a Zapatero. Cada vez que las posibilidades de entendimiento, al menos de cambio de escenario, se hacían visibles, el sector hispano citado tomaba las riendas políticas.

Así se entienden ambas formas de abordar la resolución de un conflicto. Hecho que, a la postre, también escenifica la forma restrictiva, inclusiva o expansiva, de entender la democracia. Aquel 8 de abril de 1962, fue mojón dentro de un complejo proceso de resolución de un conflicto histórico. Este 8 de abril de 2017, será un mojón de un singular proceso de paz, punto y aparte de una inédita situación de desarme como vía unilateral para la conclusión de un ciclo político.

París tiene una de las llaves de este particular proceso. Quienes siguen mis artículos semanales conocen mi admiración por los comuneros parisinos, los mismos que provocaron el asombro de Marx, y mis suspicacias por los revolucionarios que cercenaron nuestra soberanía al norte del Bidasoa. Aun así no deja de cautivarme la frase del guillotinado Danton, visible hoy bajo el pedestal de su estatua frente al Teatro Odeón de Paris: «Para vencer hace falta audacia, aún más audacia y siempre audacia». El acontecimiento culminado el 8 de abril de 2017 va en esa línea. Cuando la lógica histórica no acompaña, la audacia es también arma revolucionaria.

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