Mikel Casado
Licenciado en Filosofía y miembro de Hitz&Hitz

El engaño oculto en crecer primero y distribuir después

No hay relación causa-efecto o consecuencia lógica entre crecer (acumular dinero) y crear puestos de trabajo. Acumulación de dinero no es causa suficiente, sino que sólo puede hablarse de probabilidades, ya que entre lo uno y lo otro media la voluntad, apetencia de quien decide qué hacer con la riqueza acumulada.

«Hago contigo un convenio, todo él a costa tuya y a mi provecho exclusivo, y el cual yo cumpliré mientras me plazca y tú acatarás en tanto que yo quiera». J. J. Rousseau, "El contrato social".

Recientemente he leído dos artículos, uno de Daniel Fuentes Castro en eldiario.es bajo el título «Sobre crecer primero y distribuir después», y otro de José Errejón en la revista "Trasversales" titulado "Es hora de repartir". Ambos economistas demandan, basados en el crecimiento económico como consecuencia de la injusta gestión de la crisis, una distribución de la riqueza, pues las políticas económicas han supuesto «un sistemático y continuado proceso de redistribución de rentas desde las del trabajo (directas e indirectas) hacia las del capital (nacional e internacional) por la vía de la contrarreforma laboral y las políticas austeritarias» (José Errejón).

Cierto es que tal repartición debería estar teniendo lugar ahora mismo, sin más dilación. Ahora bien, a mi me gustaría hacer la crítica desde otro punto de vista, analizando qué hay detrás, debajo o antes de esa propuesta de crecer primero y distribuir después, qué se esconde o qué subyace en la mente de quien la anuncia a los cuatro vientos en una economía de libre mercado, qué se antepone o, dicho de otra manera, qué valores la inspiran. Este ejercicio sería algo así como analizar tal propuesta en bruto, a priori, independientemente de su validez o invalidez factual.

La llamo propuesta porque, aunque yo no sea economista, no creo equivocarme si digo que no es una ley económica, sino más bien una creencia, un supuesto. Bien es cierto que si algo se quiere repartir o disfrutar, primero tiene que existir. Pero no necesariamente debe producirse más de algo que ya existe en abundancia en pocas manos. Digo esto porque, aparte de que, como se apunta desde el ecosocialismo, la teoría del crecimiento infinito se está demostrando irrealizable, mientras se espera que se produzca algo que repartir, de algo hay que vivir, y esa riqueza ya existía antes y durante la crisis, pero quien la poseía no quería compartir, y por eso exigía sacrificios. Pero, por interés de lo que me interesa analizar, concedamos que, efectivamente, no se pueda repartir si no es después de haber crecido. La visión de quien lo propone va a quedar igualmente  en evidencia.

Abundando en la razón de mi elección del término propuesta, es así porque la frase «Crecer primero y distribuir después» se entiende como «Es conveniente que crezca el PIB para que se cree empleo» o «Debemos aumentar el PIB si queremos trabajar». Se presenta más bien como una propuesta de racionalidad, como una elección del medio más adecuado, a saber, aumentar riqueza (en abstracto, macroeconómicamente, sin tener en cuenta si el crecimiento es proporcional sociológicamente hablando), para que se puedan crear, como si fuera por consecuencia lógica, puestos de trabajo. Si la propuesta la hacen los expertos o técnicos economistas clásicos o neoliberales, se presenta y percibe como una verdad indiscutible. Si la hace el gobierno liberal de turno, se presenta, además de como verdad indiscutible, como sentido común o, incluso, como deber moral. De ahí el sacrificio y solidaridad exigidos a la ciudadanía (más a una parte que a otra) por los gobiernos como pago de la falsa culpa de  haber vivido por encima de nuestras posibilidades. El aspecto sacrificial lo ha hecho explícito varias veces el Gobierno español cuando ha reconocido públicamente ese sacrificio realizado por la sociedad española. Pero, desde luego, no es un imperativo moral: ni existía culpa ni tampoco se le puede exigir a gran parte del pueblo que se sacrifique como lo hizo y lo hace, perdiendo trabajo, derechos y posibilidades de supervivencia, a favor de supuestos negociantes o inversores, para luego recuperar migajas humillantes. Es decir, la propuesta en cuestión es más bien un deseo de quien la pronuncia que una ley económica o un imperativo moral. Siendo así, podría expresarse como «Deseo y propongo que primero crezcamos los que ya tenemos para repartir después». Más tarde nos daremos cuenta que es, en realidad, una imposición unilateral.

Pero, concedamos, mientras tanto, que es una propuesta y, como tal, analicémosla. Veamos lo que significa la idea de crecer. Desde luego, significa aumentar o acumular riqueza, bien dinero o productos convertibles en dinero. Pero el asunto es entender qué significa en la economía de libre mercado, o de iniciativa privada, o, más concretamente, lo que tienen en su mente quienes, en el contexto de la gestión de la crisis, presentan esta propuesta. Primero voy a intentar expresar lo que no significa. No significa acordar o contratar, después de un diálogo, entre las fuerzas productivas, agentes sociales, partidos políticos, etc., sobre objetivos comunes, sobre qué hacer, qué producir, qué medidas tomar, cómo repartir responsabilidades y sacrificios sin perder ni un solo derecho fundamental, para mantener unas condiciones de vida dignas. Lo que en realidad significa es algo así como el aumento de las ganancias empresariales, entre ellas, principalmente las mejor situadas de partida, mediante una reducción de derechos laborales decidida unilateralmente, una reducción de salarios y una precarización de las condiciones del trabajo. Hemos dicho más arriba y es evidente, que riqueza ya había, pero en pocas manos. Alguien podría decir que esa riqueza ha sido ganada justamente. Tal argumento es discutible. Pero, aunque fuera correcto, la propuesta presupone que la obtenida por la mayoría mediante el trabajo no lo es, por eso se le exige sacrificio sólo a esta parte. Por tanto, esta propuesta que parte de un deseo particular, con el apoyo del Gobierno, se puede expresar de la siguiente manera, en lenguaje dialogal, en palabras emitidas, por ejemplo, por un presidente de una empresa del IBEX35 o el presidente de la CEOE a un trabajador: «Es conveniente que te desposeamos de gran parte de tus derechos laborales, que te reduzcamos el sueldo o que pierdas tu puesto de trabajo y, por tanto, ingresos, e incluso tu casa, para tener yo más beneficios y así, sentirme más animado para, sin compromiso, quizá algún día, dependiendo de tu valor en el mercado y de las posibilidades de negocio, volver a contratarte por menos dinero y, así, puedas recuperar algo de lo perdido. Hasta entonces, solo te queda luchar por buscar ingresos a pesar de las dificultades, sacrificarte, sufrir, angustiarte y esperar. Pero hazlo elegantemente, siguiendo las leyes vigentes, no sea que te acaben acusando de violencia o terrorismo».

En realidad, esta es, cruda y claramente expuesta, la famosa propuesta de crecer para luego distribuir. Esto es algo así como: «Dame de lo tuyo que luego reparto yo si me parece bien», o «Entrégate a mi suerte, que yo dispondré de ti, y quizá me porte bien contigo». Esto se puede llamar prepotencia, cinismo, descaro. Es como pedir a la población que se empobrezca para salvar uno mismo su caviar.

Y hay que exponerlo así porque no hay relación intrínseca, no hay relación causa-efecto o consecuencia lógica entre crecer (acumular dinero) y crear puestos de trabajo. Acumulación de dinero no es causa suficiente, sino que sólo puede hablarse de probabilidades, ya que entre lo uno y lo otro media la voluntad, apetencia de quien decide qué hacer con la riqueza acumulada. Se puede decidir invertirlo para aumentarlo, según sean las condiciones económicas, sociales y tecnológicas (robotización), y según sean las perspectivas de negocio (producción de bienes o especulación con lo obtenido). O se puede decidir gastarlo en lujo y placer. Debemos no olvidar que el motor de la producción de riqueza, según la figura intelectual más destacada del capitalismo, Adam Smith, es el egoísmo o self interest. No es cuestión de aventura, como algunos dicen, nadie invierte por aventura sino por dinero. Y si lo fuera, sería aún peor, por exigir sacrificios a la mayoría para diversión de la minoría.

Una vez explicitado el significado oculto de «crecer primero y distribuir después», se pueden evidenciar mejor los valores que la sustentan. Ya se ha apuntado el valor del egoísmo, ingrediente esencial en la economía capitalista. Cercano al egoísmo, pero algo diferente, está el de la priorización del yo (primero yo y luego… veremos), que si representa al grupo social de la élite, se convierte en clasismo, con dosis de autoritarismo, prepotencia y altanería, al ser esa élite y sus supuestos expertos quienes proponen y presionan para que se cumplan sus deseos,  prescindiendo cada vez más de la participación, sobre asuntos de tal calado, de las partes implicadas, como son la clase trabajadora y los sindicatos. Alguien diría que no se puede hablar de autoritarismo en una democracia. Esto es discutible, porque una democracia es, esencialmente, respeto a  los derechos humanos, civiles y sociales, contemplados en la Constitución, antes de ser abruptamente cambiada en el artículo 135 para excusar, no justificar, tal desposesión. Aparte de ello, lo que está claro es que se da una priorización de la economía en abstracto, sin consideración del sufrimiento ocasionado a personas concretas, de carne y hueso, con nombre y apellidos. En esa propuesta-imposición se valora o prioriza la cantidad (acumulación) sobre la calidad (a qué costes humanos). Esto lo explicita José Errejón en su artículo. A todo lo anterior se suma la insolidaridad o falta de empatía hacia el sufrimiento cierto, de efectos irreversibles, de las víctimas objeto de sacrificio. Incluso si se diera una buena voluntad en la intención de repartir de una forma justa después de haber acumulado riqueza (posibilidad harto difícil de imaginar si no es por una conversión moral repentina de tipo cinematográfico), es obvio que sería un caso de despotismo ilustrado, de desconsideración hacia los afectados de la medida en cuanto a que sean capaces de participar en la elección de objetivos y medios adecuados. Es decir, sería un caso de engreimiento o unilateralidad decisoria y, por tanto, falto de democracia.

Es obvio que esta petición de entreguismo y estos valores no pueden ser fundamento de ninguna relación laboral en ninguna sociedad democrática, no pueden ser ingredientes o condición de un contrato social, es decir, está deslegitimada de inicio. En primer lugar, no lo es porque a partir del egoísmo no puede formarse una sociedad de responsabilidades compartidas, no pueden crecer la convivencia y la cohesión social. Son incompatibles. En segundo lugar, porque toda propuesta involucra a, por lo menos, dos partes, espera aceptación de las dos, es decir, debería ser bilateral y, por tanto, resultado de un diálogo en la forma apuntada más arriba. De lo contrario, es una imposición. Por eso he adelantado al principio que, eventualmente, la propuesta resultaría ser más bien una imposición. En el contexto de la gestión de la crisis, una imposición basada en una situación altamente desventajosa para una de las partes. Lo que ocurre es que, presentada como propuesta, ley económica o imperativo moral, es más fácil ganarse voluntades, aquiescencia, consentimiento acrítico.

Estoy de acuerdo con los autores mencionados arriba en que, una vez impuesta la injusta gestión de la crisis y constatada la acumulación, es momento de repartir o, más bien, obligación moral en sentido fuerte. Además, es momento, y lo será siempre, como se aprecia en ambos artículos y en el razonamiento de éste, de despreciar esta propuesta de crecer primero y distribuir después por ser ilegítima a priori, tremendamente desigual a posteriori, y un fraude.

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