Josu Iraeta
Escritor

España: agonía de un Estado

El haber llegado al poder por vía democrática, no garantiza nunca a nadie, que la gestión de ese poder otorgado también lo sea. Y en el caso del gobierno del Partido Popular, no lo es en absoluto.

Tengo sobre mi mesa un precioso diccionario, "Pequeño Larousse ilustrado", imprescindible para quienes a pesar de conocer a Cervantes, no somos «doctos» en castellano. En este precioso libro, podemos encontrar muchas definiciones, entre ellas esta, autismo, y la define así: «Tendencia psicopatológica a desinteresarse del mundo exterior y a ensimismarse».

Esta definición ayuda, sin duda, a entender la práctica política del gobierno que preside el Sr. Mariano Rajoy. Solo así, quien es víctima de esta severa patología, puede hacer gala de su grave y complicado estado emocional.

Quizá sea esta la razón por la que expertos en Derecho –desde hace algún tiempo– temen pronunciarse en público, sin embargo en círculos estrictos mantienen una opinión que de ser difundida, dejaría en entredicho el verdadero fundamento de un Estado de Derecho, como el que agoniza en el Estado español. Su opinión mantiene entre otras graves observaciones, que el lugar que corresponde socialmente al oficio de jurista es un discreto segundo plano. Dicen que no es conveniente que los jueces desplacen a los políticos de los rotativos, porque eso indica crispación social.

Desde hace unos años, todo análisis político que pretenda ceñirse al máximo a la realidad del presente en España, para intentar dibujar el futuro a medio plazo, está obligado a un careo sin prejuicios con la gestión del franquismo.

Francisco Franco, hoy escasamente reconocido como dictador y terrorista, era también militar. Quizá por eso y a pesar de carecer (como ahora) de la fuerza y entidad suficiente para defender sus fronteras, su Ministerio de la Guerra siempre estuvo presto y activo para combatir al «enemigo interno».

Hoy, con décadas de experiencia en una democracia detestable, gestionada por la misma genética política, nos encontramos con un gobierno que carece de Ministerio de la Guerra, pero defiende y practica «acciones militares de carácter anticipativo». Con ello, superando a su predecesor y maestro, adopta como enemigo directo a la propia sociedad civil. Tal y como ha quedado meridianamente claro, en Catalunya.

Esto no es nuevo, lo que bien pudiera calificarse como sedimento político, fruto de las últimas décadas, la España del Sr. Rajoy muestra claras patologías, que de hecho pudieran sorprender, si no tuviéramos la certeza de que son eternas.

Antiguas herencias las unas, recientes otras, que como nos enseña la historia, hacen sea  perpetua la ansiedad y objetivo prioritario del ser humano; la dominación.

En principio todo el mundo defiende lo propio como una opción entre otras. En cambio, cuando un individuo como el Sr. Rajoy ocupa el poder, cuando se siente con autoridad o cuando se recrea en la propia verdad, pretende para sí la exclusiva de la razón y del acierto, tanto en las estrategias como en las acciones.

Escuchando a los ministros del Sr. Rajoy, queda en evidencia su escasa memoria, quizá por eso se dice –no sin acierto– que quien sufre persecución tiene siempre mejor memoria que el instigador.

Hay procesos que parecen renovarse intactos en el transcurso de los siglos. Gestos que con las pequeñas diferencias propias del paso del tiempo, repiten matemáticamente el pasado. Son procesos que no fallan nunca, hoy les basta con señalar, con exigir desde sus páginas, para que quienes sienten el alivio de no ser ellos los acosados, se sumen al acoso de la perruna jauría.

Me refiero al periodismo orgánico. Desde sus páginas y micrófonos se filtra, cada vez de manera más eficaz y repugnante la oleada totalitaria que invade el gobierno del Sr. Rajoy. Un infierno para los perseguidos y una vergüenza para quienes «todavía» se sienten aliviados.

Si leemos «sus diarios» podemos anticipar lo que va a suceder, pero ni el mundo de la iniquidad en que medran, ni su esplendor guerrero, han sido ni serán suficientes. Los perseguidos comprueban cómo la obscena crueldad de los adictos al régimen y la estupidez interesada y repugnante de muchos intelectuales, los transforman en inquisidores. Todos saben lo fácil que es cegar a las masas.

Hoy es delito resistir, seguir creyendo en los valores personales y colectivos de un pueblo que no es el suyo. Aquellos que enarbolan como dogma democrático, lo que no permite sino su propia identidad española, evitando se ponga en duda la legitimidad de sus actos y creencias.

Sólo en un régimen absolutista puede prosperar el que alguien con representación ministerial, considere una guía democrática de comportamiento; señalar, acusar y acorralar a personas y colectivos ante la opinión pública, sin el más mínimo rigor ni respeto alguno a la presunción de inocencia. Uno de los valores máximos que predica la Constitución que dicen defender.

Esto indica además del talante belicoso y pendenciero de un régimen político como el actual, el profundo arraigo en la sociedad española del fanatismo y la indiferencia.

Cierto que hay motivos sobrados para haberlo hecho antes, pero creo que ha llegado el momento de pensar y decidir, tanto vascos como catalanes y españoles, si los que actúan de este modo buscan el bien de la sociedad que dicen representar, o simplemente están al servicio de las empresas que les financian y enriquecen.

El haber llegado al poder por vía democrática, no garantiza nunca a nadie, que la gestión de ese poder otorgado también lo sea. Y en el caso del gobierno del Partido Popular, no lo es en absoluto.

El PP en su andadura gobernante ha secuestrado la democracia. Hoy está situado en las antípodas de cualquier sistema que se asemeje a un régimen democrático. Con su credo totalitario, violento y exclusivista, demuestra que se siente cómodo gestionando la violencia.

Toda esta serie de razones que expongo, me hacen llegar a la más firme convicción de que la estrategia del PP necesita de la violencia política. No puede ser de otra forma. Quien niega la puerta a toda solución de diálogo, cuando se anula toda vía de negociación, sólo quedan dos caminos; la sumisión por la opresión, o la resistencia por la violencia. Es decir, se busca y provoca la violencia como acción política, para intentar deslegitimar los derechos democráticos que subyacen tras ella. Ni más, ni menos.

He aquí mi sincera opinión ante esta gravísima  situación, sin duda fruto de la adecuación que en el siglo XXI, hace del franquismo, el Partido Popular.

El intento de uniformizar la «España toda», sea como sea y cueste lo que cueste, puede tener un desarrollo inesperado para quienes tienen este objetivo. Puede darse lo contrario de lo que pretenden, esto es, que el censo español se vea notablemente disminuido a medio plazo. Aproximadamente en unos diez millones de ciudadanos. Una magnífica noticia.

Desde Euskal Herria: Visca Catalunya Lliure.

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