Evarist Olcina
Ex Secretario General Federal (2000-2009) del Partido Carlista

«Hijo, los carlistas vuelven siempre»

No ya política, sino sociológicamente es interesante observar la polémica desatada no solo en Navarra, también en Euskadi, con motivo del  propuesto –y necesario– vuelco al discurso expositivo en el denominado «Museo Carlista» de Estella-Lizarra. Abordar la necesaria revisión de ese ámbito cultural ha sido el pie forzado para igualmente adentrarse en el apasionante y siempre controvertido relato de lo que ha sido, y es, el carlismo.

Recientemente, el pasado día 17, se publicó en este GARA un artículo firmado por Víctor Moreno –«escritor y profesor», según se identifica– socio del Ateneo Basilio Lacort y de cuyos miembros ya han aparecido otras intervenciones, especialmente en Navarra, con reiterada atención a los excesos producidos por los actores implicados en el golpe militar de 1936. En el escrito a que ahora me refiero el foco queda algo disperso, y según el discurso que desarrolla más bien nos retrotrae a pleno siglo XIX con «liberales» progresistas, enciclopedistas, laicistas a ultranza y hasta con el pintoresco añadido de masones por una parte (la suya, de socios del ateneo), y de carlistas reaccionarios hundidos en la miseria de su caverna-sacristía por otra.

Es curioso observar hasta donde llega la descalificadora parcelación ideológica de su alegato, y buena muestra de ello es esta terminante concreción: el carlismo pertenece, dice, al «pasado cretácico». Afirmación que nos sume en una profunda perplejidad, ¿el señor Moreno considera de ese periodo al Pacto de Lizarra, o a Izquierda Unida?, pues de la creación de ambos fue parte destacada el Partido Carlista. Tal vez sería conveniente que quien lanza tan novedoso encasillamiento hubiera consultado previamente algún tratado de paleontología para situarse en el tiempo o, simplemente, que repasara nuestra común historia contemporánea.

Tal ignorancia le disculpa en gran medida –al menos a nuestros ojos– de su casi dogmática seguida afirmación de que el carlismo carece de cualquier idea original. Y es coherente que lo diga, coherente en relación con la ignorancia demostrada según lo apuntado antes. Además de su socialismo autogestionario, el carlismo es hoy el único partido que de forma clara y terminante hace la propuesta confederal desde los ineludibles fundamentos del soberanismo y la autodeterminación (en esto último ya fue el primero no secesionista que a nivel estatal la planteó públicamente, así en el Montejurra de 1990). Por supuesto que tales propuestas, entre otros posicionamientos de índole social (que hicieron posible, por ejemplo, que un sindicato de CCOO fuera fundado en el disfrazado circulo carlista de Madrid) son sistemáticamente ignoradas por quienes pretenden reducir a la nada al carlismo y que, por el contrario, destacan, en muchas ocasiones, la caricatura del guiñol dinástico tan ridículo como ya hace tiempo superado.

Pero también Víctor Moreno hace una magnánima concesión y reconoce el foralismo carlista al menos en Navarra, aunque con esta inmediata puntualización negacionista refiriéndose a los fueros como precedente del nacionalismo: «que dicha formulación la han ordeñado del carlismo». Particular apreciación no compartida por casi ningún tratadista, excepto que eche mano de Urquijo o Mina respecto a Euskadi, porque en cuanto a Catalunya la opinión es prácticamente unánime en cuanto a que las bases para la construcción teórica en la defensa del nacionalismo catalán se encuentran en el carlismo. Una evidente obviedad, pero que conviene de tiempo en tiempo recordar.

No existe el carlismo, según se repite en varias ocasiones en el escrito que comento, ante lo que se nos presenta esta inquietante pregunta ¿si no existe, como a la menor referencia –en esta ocasión el museo de Lizarra– provoca y se produce una animada intervención en los medios de la entera Euskalherria?, ¿y a que vienen los acerados ataques, como el que ahora comento, contra el carlismo y la subsiguiente pérdida de tiempo en descalificarlo que ello conlleva para quien afirma esa su no existencia?  Curiosa y contradictoria paradoja, porque si no existe es incongruente, si no pintoresco, el combatirlo.

No debe nunca caerse en supuestos simplistas. Baroja –don Pío, que en alguna intervención anterior de otro ateneista era invocado para señalar el supuesto remedio contra el carlismo– en su entera vida estuvo obsesionado por tal movimiento político, algo chocante en un hombre demostradamente liberal en toda su obra y actitud vital pese a algunos artículos recopilados bajo el significativo título de “Comunistas, judíos y demás ralea”, que nunca serian matizados y menos descalificados. El mismo narra en su penúltima obra publicada –“La guerra civil en la frontera”– un curioso lance muy ilustrativo de tal irreprimible y continuada curiosidad. Cuenta que nada mas iniciado el golpe militar y estando él en Bera entraron en el pueblo los requetés y, obedeciendo a esa subyugación que le dominaba, junto con un amigo que tenía automóvil se dedicaron a seguirlos, hasta que ya cansados de tal persecución los requetés los detuvieron pero no para torturarlos y menos fusilarlos sino para entregarlos al mando militar que despachó a Don Pío a Francia de donde volvería (como Azorín o Marañón) varios años después. En lo profundo de su ser ¿quedó Don Pío defraudado por no haber sido ejecutado o, al menos, maltratado por los carlistas?, tal vez ¿pero qué podía esperar de unos muchachos –lo narra también sin disimularles su simpatía– que ni sabían interpretar el himno español y que para rendir honores deleitaban con una alegre jota? Unos muchachos a los que a diferencia de a los falangistas jamás califica de fascistas.

Posiblemente la fascinación barojiana hacia el carlismo provenga de lo que su sobrino, el antropólogo Julio Caro Baroja, cuenta en su magistral “Los Baroja” respecto a lo que la madre de sus tíos Pio y Ricardo les repetía en su casona de Bera recordando historias de la segunda guerra: «Hijos, los carlistas siempre vuelven». De ahí que por mi parte recomiende al autor de la diatriba que me ha sugerido este escrito que no caiga en simplismos reduccionistas en su vana esperanza de poner al carlismo en el espacio de la nada, al tiempo que muestro mi reconocimiento como carlista por la ayuda prestada por los miembros del Ateneo Basilio Lacort, al dar la oportunidad –según el propio Víctor Moreno constata– de publicitar al veterano partido, y por alguien al que especialmente hay que también agradecer habernos deleitado con un regalo inesperado: percibir el espíritu, el lenguaje y la vivencia personal de un resurrecto, discípulo y profeso entusiasta del decimonónico “Las dominicales del libre pensamiento” como generosamente nos muestra con su pensamiento, actitud y vivencia personales.

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