Oskar Fernandez Garcia
Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación

La imperecedera sombra del imperialismo


La proclamación de la República Catalana, por parte del legítimo y legal Parlamento del pueblo catalán, ha supuesto el primer enfrentamiento directo, decidido y frontal contra el Estado español desde 1978. Ninguna otra situación sociopolítica, laboral o de otra índole habían logrado jamás comprometer, de tal forma, la credibilidad pseudodemocrática de ese Estado.

El encomiable y paradigmático proceso del pueblo catalán –en la decidida y fascinante decisión de ser y convertirse en el único agente de su futuro sociopolítico, independizándose del tirano, imperialista y colonialista Estado español– ha supuesto no sólo para ese pueblo, sino para el conjunto de la ciudadanía de ese Estado, una exposición magistral sobre el auténtico paradigma político en el que se basa, se asienta y se consolidó el actual Estado español –heredero directo de una de las más brutales y sanguinarias dictaduras que hayan existido en Europa– y que permaneció incólume tras la muerte del dictador, cruel y golpista, Francisco Franco. 


El proceso de emancipación de un brutal Estado imperialista –que hunde sus podridas raíces en una Constitución (1978), derivada de un oscuro y siniestro acuerdo de ingeniería política y realizada a la carta; completamente ajena a las aspiraciones y necesidades del pueblo al que decía representar; concebida, diseñada y redactada en un contexto sociopolítico surgido de un sangriento y terrorífico golpe de estado contra la legítima, deseada y añorada II República y de cuarenta años de una represiva y abyecta dictadura– ha tenido la increíble, poderosa y fascinante capacidad de transmitir a millones de personas –tanto de la República Catalana como a las que habitan en otras latitudes y entornos de ese aborrecible sistema político que asola y mantiene a todo un país sumido en la más absoluta abulia sociopolítica (ni sombra de lo que hubiese podido llegar a ser de haber permanecido en pie la II República)– la inmensa, descomunal e impresentable mentira, sobre ese momento histórico denominado «transición», que lograron instaurar en todos los ámbitos sociales, académicos y políticos como si hubiese sido una auténtica y modélica actuación de consenso, reflexión, pactos, acercamientos, mutua comprensión y máxime expresión democrática para conseguir una «reconciliación y una convivencia en paz y democracia». Cuando en realidad fue un absoluto desprecio e ignominia a la incontrovertible verdad histórica y a las legítimas y democráticas aspiraciones de un pueblo, que en estado de shock contempló estupefacto y anonadado como se volatilizaban todas sus ilusiones y esperanzas.


La falacia, el engaño y la mentira necia, ignorante y cruel se instauró, desde el mismo momento de la muerte del brutal dictador, en el tejido social, inoculada mediante el férreo control de los medios de comunicación, la inestimable ayuda de los partidos hegemónicos, que claudicaron de todos sus más elementales principios sociopolíticos, haciendo dejación de todas y cada una de sus señas vitales de identidad, olvidando, y rechazando para siempre la posibilidad de ser instrumentos sociales para transformar el sistema y mejorar la calidad de vida de millones de personas. 


El régimen de 1978 se pudo afianzar y consolidar no sólo por la abrumadora y absoluta presencia mayoritaria de franquistas en todas y cada una de las instituciones del Estado, sino, y sobre todo, por la entusiasta y aborrecible colaboración de partidos como el PSOE y el PCE; sindicatos como CCOO y UGT; partidos periféricos, supuestamente, nacionalistas, de derechas, neoliberales y confesionales, como EAJ-PNV en la Comunidad Autónoma del País Vasco, o CiU en Catalunya. 


El referéndum del 1 de octubre, y todos los hechos relacionados con ese día, pasarán por derecho propio a los anales de la historia contemporánea e igualmente se convertirán en objeto de estudio de otras Ciencias Sociales, tales como Sociología y Ciencia política o Politología. 
La firme decisión y extraordinaria tenacidad de un pueblo por hacer realidad su derecho insoslayable a dar su opinión y manifestar su voluntad, mediante el derecho universal a votar –derecho, protegido internacionalmente por leyes, acuerdos y tratados internacionales de rango superior jurídica y legalmente a las leyes de cualquier país firmante de dichos tratados, entre ellos se encuentra el Estado español– se encontró literalmente ante un inmenso y descomunal muro de incomprensión, de represión, de brutalidad desmedida, desproporcionada… Una violencia irracional, inusitada e incomprensible se abatió sobre decenas y decenas de miles de personas que en actitud pacífica, y alegre querían exclusivamente depositar una papeleta en una urna. 


Las imágenes terroríficas, espeluznantes, increíbles y de una brutalidad extemporánea permanecerán en las retinas de millones de personas en toda Europa y en otras latitudes del planeta. 


La larga, siniestra y dilatada sombra del franquismo era, en realidad, quien golpeaba a cientos y cientos de personas indefensas e inermes. 


La exquisita formación «cívica» y «ciudadana» de esas «Fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado», se había forjado y consolidado durante los aborrecibles cuarenta años de dictadura franquista y continuó inamovible e inalterable durante el periodo conocido como «Transición» y durante las siguientes cuatro décadas.


Hasta 1986 tres tenientes generales fueron los responsables máximos de la Guardia Civil. Todos ellos, evidentemente, tenían las mismas características lucharon contra la II República y medraron en la dictadura franquista. En orden cronológico fueron el T.G. Pedro Fontenla, hasta 1979; el T.G. José Luis Aramburu Topete hasta 1983 y el T.G. José Antonio Sáenz de Santamaría hasta 1986. Éste último fue también Inspector General de la Policía Nacional. 
Así es como se hizo esa «modélica Transición democrática», en ese ámbito y en todos los demás. 


La proclamación de la República Catalana, por parte del legítimo y legal Parlamento del pueblo catalán, ha supuesto el primer enfrentamiento directo, decidido y frontal contra el Estado español desde 1978. Ninguna otra situación sociopolítica, laboral o de otra índole habían logrado jamás comprometer, de tal forma, la credibilidad pseudodemocrática de ese Estado, la supuesta separación de los tres poderes y su irreal imagen internacional. Por esta razón la respuesta ha sido de una desproporcionalidad, brutalidad, intolerancia y violencia inédita, y hasta ahora jamás utilizada, como es el ya triste y desoladamente famoso artículo 155, de ese texto constitucional antidemocrático, ilegítimo y fuera totalmente del contexto democrático de las leyes internacionales que amparan los inalienables derechos de las personas, las colectividades y los pueblos.


La tiránica, dictatorial e imperialista reacción del Gobierno español ante la proclamación de la mencionada República revela nítidamente –y en toda su crueldad– el carácter totalitario e inquisitorial de ese Estado, que actúa, a todas luces, y sin el más mínimo resquicio a una hipotética duda, como un auténtico estado colonialista del siglo XIX.


La implementación de leyes inflexibles, desarrolladas ad hoc, para mantener a las personas sometidas y arrodilladas, como súbditos y siervos medievales de épocas pretéritas, la aplicación de los grilletes carcelarios de manera fulminante, la fuerza bruta para acallar y someter voluntades, la mera utilización de tribunales como la Audiencia Nacional –[surge del Real Decreto Ley 1/1977 (04-01-1977)–, cuando ni tan siquiera se habían celebrado las primeras elecciones «libres» de ese país. No respetaron ni las formas. No era necesario su poder era omnímodo. En esa misma fecha se suprimía el tristemente famoso e inefable Tribunal de Orden Público, el TOP; por lo tanto vigente en los últimos años de la brutal dictadura y en los primeros de la llamada «Transición». El antecedente de este abominable tribunal había sido otro de características similares: el TERMC (Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo). Creado, exprofeso para llevar a cabo la represión durante el franquismo, el 01-03-1940 y «suprimido el 08-02-1964, después de que gran parte de sus funciones fueran transferidas al TOP en 1963. Este es el nivel de la judicatura de ese Estado» el uso de los medios de comunicación para desvirtuar la realidad, transformarla completamente y generar otra ficticia, diametralmente opuesta a la real, junto con la presión diplomática internacional, dibujan un Estado más propio de otras épocas, supuestamente ya desvanecidas, que de los tiempos presentes en una Europa que por presiones y obscuros intereses permanece increíblemente silente, ajena y ausente. 


La abominable actuación del Estado contra Catalunya muestra en toda su magnitud y extensión la crueldad, intransigencia, la inaceptable prepotencia y la absoluta incapacidad para dialogar y resolver las situaciones de origen político mediante las habilidades y medios exclusivamente políticos. Todos esos hombres y mujeres –inmersos en el aparato represivo del Estado– sin ningún tipo de duda son portadores de los mismos principios, modelos de conducta, antivalores, pautas de comportamiento, creencias, conocimientos e ignorancia que conformaban las mentalidades de los gobernantes españoles de siglos anteriores. Caracterizados por su intransigencia, intolerancia e injusticia; indiferentes e insensibles, por ejemplo, al sufrimiento de miles y miles de esclavos. Lo que dio lugar, entre otras muchísimas atrocidades acometidas por ese Estado, al cruento, terrorífico y brutal acontecimiento histórico conocido como "La Conspiración de la escalera" llevada a cabo por Leopoldo O'Donell –tres veces presidente del Gobierno de España– en Cuba en la mitad del S. XIX, cuando fue nombrado Capitán General de la isla caribeña.


Ejerció esa capitanía con «puño de hierro» entre 1843 y 1848. En esa época como es lógico había un descontento manifiesto y patente entre los esclavos, cuya vida se desenvolvía en una situación desoladora y terrible en todos los ámbitos.

"La Conspiración de la escalera" así conocida por ser el instrumento de tortura contra la indefensa e inerme población esclava. Se les ataba en ellas hasta conseguir a latigazos, lo que los implacables verdugos deseaban saber, o morían desgarrados y lacerados ante el brutal y terrorífico tormento. 


El descontento de los esclavos alcanzó su cénit en 1843 y para neutralizarlos, tanto a ellos como a los abolicionistas, se fraguó una confabulación, mediante la que se hacía creer que existía una conspiración organizada y en marcha para acabar con la esclavitud y lograr la libertad de decenas de miles de personas sometidas a la cruel arbitrariedad de sus amos.


Los esclavos fueron azotados hasta arrancarles la confesión o la vida. «Fue un desenfrenado baño de sangre. El saldo de la represión fue terrible».

«Leopoldo O'Donnell desató una feroz campaña de detenciones y torturas a través de las cuales logró inverosímiles confesiones».


A pesar del terror, la tortura sistemática y bestial, las amenazas, las muertes, las largas penas de prisión… jamás se pudo hallar nada que probara la existencia de una conspiración.

«Fue uno de los más siniestros procesos implementados por las autoridades coloniales españolas para purgar mediante el crimen, el destierro y el amedrentamiento no solo las ideas abolicionistas sino el más mínimo disenso contra el poder». 


Transcurridos 147 años de aquellos terribles, brutales e inmisericordes sucesos, la mentalidad sociopolítica del poder que los desató no parece en absoluto que haya evolucionado adecuadamente en una línea temporal progresista, humanista y democrática.

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