Antonio Alvarez-Solís
Periodista

La oposición

Insisten los socialistas en que su apoyo al Sr. Rajoy para presidir un nuevo Gobierno de la asfixiada y asfixiante derecha española, que a eso equivale la abstención del PSOE en la sesión de investidura, es una abstención estrictamente «técnica» que será seguida de una fuerte oposición socialista en el Parlamento de Madrid.

O sea, que los socialistas continuarán siendo ideológicamente adversarios del Partido Popular, aunque la «precisión» de que el país tenga un gobierno les lleva a encabalgarlos de nuevo en el poder. Dicen: como sea, España necesita un gobierno. Desde el primer momento en que surgió esta teoría me he preguntado para qué sirve un gobierno si este gobierno no nos sirve. Ante el saturnal enredo lógico que implica ceder el poder al adversario para destruirlo seguidamente, he recordado esta frase resolutoria y conformista de Abraham Lincoln sobre el espiritismo: «Diría que es algo que gusta al que ama este tipo de cosas». Ante este diabólico modo de liberarse de su genética izquierdista estoy convencido de algo más radical: que en el socialismo navega hoy una voluntad que le conduce penosamente al puerto contrario. El socialismo ya no viste pana. Felipe González soslayó esta contradicción «matando» al padre, como se dice en lenguaje freudiano. Y de acuerdo con este «parricidio» mató al marxismo en el socialismo, que es, poniéndonos menos dramáticos, como si al jamón le quitáramos la parte magra. Pues bien, sin las velas marxistas para navegar el socialismo ha atracado en el puerto de los poderosos. No creo que sea necesario añadir más.

El carácter calificativo que conlleva la palabra «técnica» aplicada a la abstención introduce en el pensamiento crítico un desorden catastrófico. Este desorden surge, según numerosos autores, porque la técnica se basa en «la transformación de una realidad natural en una realidad artificial». Ciertamente no siempre la realidad artificial es peor que la natural, pero es otra cosa. Por eso debemos plantear: ¿ha sido bueno transformar lo que era propio o natural del socialismo –la lucha de clases– en su artificial contenido de hoy al cocinar mediante la socialdemocracia un gastronómico revuelto de principios? Hay quienes deducen de esta concreta transformación de lo natural en lo artificial nada menos que la peligrosa alienación de los trabajadores, que denunciaron con gran energía precisamente los ya olvidados creadores del socialismo. Adelantemos conclusiones: facilitar desde la llamada izquierda encarnada por el PSOE un nuevo y dramático gobierno neoliberal, con el menguado argumento de que España necesita un gobierno, constituye una traición objetiva y repugnante a los ya triturados derechos de los trabajadores e incluso una ofensa a la inteligencia y al espíritu de otras capas sociales, como es el que a alienta aún en el corazón de los viejos demoliberales, que también viven ya una trágica anoxia en el terreno económico y social.

Es, pues, lógico ver una prueba incontestable de lo que afirmo acerca del tardofranquismo imperante, que ahora han fortificado nada menos que los socialistas amotinados, en este hecho: una mayoría absoluta en la comisión parlamentaria formada, pese a todo, para analizar el comportamiento político del actual ministro del Interior determinó que había que eliminar este absurdo brote de «carrerismo», pese a lo cual el acuerdo mayoritario quedó en nada por alegarse desde el PP que el cese de un ministro es competencia única y exclusiva del jefe del Gobierno, que por estar en funciones no tiene por qué rendir cuentas a la Cámara. Y ahí sigue el detestado ministro. ¿Va a ser posible, por tanto, una oposición potente del PSOE tras una muestra de victorioso autoritarismo como la citada? ¿Tanto va a mejorar la cosa?

Segunda prueba de una imposible oposición efectiva por parte de los socialistas desarmados al Gobierno totalitario del PP: ante el escandaloso asalto furtivo del Gobierno a los fondos de pensiones de la Seguridad Social, que están amenazados de avería gruesa, el Gobierno, que no ha movido las maletas de la Moncloa, se apresura a decir que tras su plena restauración se proveerán nuevos impuestos para tapar la escandalosa brecha en la política social de los para mí neofascistas «populares». En ningún momento se ha referido Madrid a reclamar a la banca los miles de millones que el Gobierno le prestó –y que no han sido devueltos más allá del 5%– tras extraerlos de los presupuestos públicos, es decir, del dinero colectivo de la nación, saqueada una vez más impunemente y, lo que es peor, inútilmente, ya que la banca española sigue cimbreando como una bailarina vieja sobre un cable oxidado. Repito: ¿Sobre esta teórica devolución que evitaría seguramente ordeñar al país con esos nuevos impuestos, ha adelantado siquiera algo de lo qué hará el PSOE en corso mediante su anunciada y «potente» oposición? ¿Derribará al Gobierno «popular» si los «mercados» nacionales e internacionales oponen su negativa a la mencionada devolución apoyados en el viejo proverbio de «Santa Rita, santa Rita, lo que se da no se quita»? Era esta una espléndida oportunidad de los socialistas para compensar siquiera mínimamente el acto de su rendición de Breda. Pero insisto, que yo sepa el PSOE no ha dicho nada. El futuro de los socialistas está en manos de un dirigente que quiere volver a Oviedo, según parece, y de una señora que no quiere regresar a Sevilla, según parece. ¿Van a ser estos dirigentes los que gobernarán, desde la oposición de hierro que prometen, la nueva legislatura del top manta? Obsequio a mis sufridos lectores, si es que tengo alguno, con otra canción popular asturiana, ya que en el Principado ha empezado la nueva Reconquista: «Juanín y la Madalena/ fueron juntos a melones/ y en medio del melonar/ Juanín perdió los calzones».

Y ahora, sigamos con el despliegue de muestras que nos adelantan el futuro que nos espera. Hablemos del verbo vetar. Peligroso verbo que ha funcionado desde la Moncloa respecto a otra docena de acuerdos del Congreso y que esgrime el Gobierno como un proceder legal, pero que pone sistemáticamente en manos del poder ejecutivo la escandalosa invalidación de cualquier norma o ley acordadas democráticamente por el cuerpo parlamentario. Este procedimiento del veto revela su esencia autoritaria en las razones aducidas para sobreponerse a la soberanía nacional, como es en esta ocasión la imposibilidad de mover dinero si no están aprobados los presupuestos.

Ahora bien ¿qué dinero tiene que mover el Gobierno español en funciones, o sea, provisional, para no permitir, por ejemplo, la reprobación de su reforma laboral, acordada por un Parlamento que está en plena posesión de su mandato y al que ignora sistemáticamente la Moncloa, que está en una posición transeúnte y, por tanto, de muy discutible legalidad ante una asamblea recién respaldada por las urnas? Sr. Rajoy ¿se debe esa constante y burlona sonrisa con que aparece en los medios de comunicación al impune protagonismo de esas continuadas y lamentables jugadas con que desarticula el sistema de libertades y competencias políticas del país? ¿Comprenden ahora usted y sus múltiples colaboradores en las instituciones y en muchos medios de información ciertas iras de la gente que ustedes califican de extremismo antidemocrático? Iras que son fruto de una larga sucesión de agresiones del poder a la calle ¿Quién es realmente el agresor? Este es un tema sobre el que muchos partidos pasan como sobre ascuas. Es muy complicado acusar de violencia a quienes han sido despojados realmente de su soberanía. Porque la soberanía no se agota en unas simples papeletas con que políticos como usted, Sr. Rajoy, proceden a engalanar, como si fuera una verbena, el festival del Gobierno.

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