Evarist Olcina

Los siniestros números de la represión

Nuevamente opinan un pequeño grupo de personas –seis–, las mismas que abogan no ya por la renovación para exponer la verdad histórica consensuada científicamente de los fondos del denominado «Museo del Carlismo» sino proponiendo su total desmantelamiento y desaparición que fundamentan en la muy culta razón de que «quien quiera un museo que se lo pague», o sea el Partido Carlista, que es como si se solicitara que quien quiera un Archivo del Reino de Navarra que se lo pague (en este caso serian los investigadores y algún ocioso desocupado). O aún peor: propiciando, en definitiva, la destrucción de sus fondos, una actitud que me recuerda la del Daesh respecto al museo y ruinas de Palmira.

 


 
              

En realidad el museo de Lizarra/Estella –180 años de historia del pueblo navarro, de la entera Euskalherria, y hasta de otras naciones del estado– no importa, mas bien no interesa, a ese reducido club de «liberales» (llamarles «progresistas» sería insultante para los progresistas), aunque sí el disponer de una excusa para mostrar un nunca cicatrizado atávico resentimiento, casi de secta, en obsesión difícil de explicar porque ellos son del bando ideológico de quienes con la fuerza de espadones y respaldo e impulso de oligarcas políticos madrileños han reprimido a sangre, fuego y devastación las rebeliones carlistas tan populares y autenticas que en cada territorio y hasta en cada comarca y pueblo sus voluntarios tenían incluso una razón distinta para coger las armas. En muchas comarcas motivados por la defensa de sus libertades, de su soberanía, de sus Fueros y Libertades, soberanas en definitiva,  pero en otros por el hambre y la continuada injusticia y explotación que sufrían, así  –el mundo es mas que la estricta Navarra, señores ateneistas– en el Maestrazgo con los «maquis» de los años cuarenta que, sin saberlo, eran los redivivos guerrilleros, nietos de la rebelión carlista en el mismo escenario de cien años atrás y que luchaban, como sus coterraneos predecesores, contra igual opresión: «guerras del hambre» han sido denominadas las rebeliones carlistas del siglo XIX desarrolladas en aquel abrupto y, por entonces, pobre territorio.

Es al menos chocante la persistente belicosidad de ese grupito de amigos del Basilio Lacort. Seis en total, siempre los mismos –¿no son mas?–, que evidencian la poca entidad de su club, número de asociados que mas bien parecen una partida de dominó: cuatro jugadores, y dos mirones. Pero el asunto es mucho mas serio, especialmente por su denodado empeño en criminalizar, si no en exclusiva sí al menos en paridad con los falangistas, a los carlistas embarcados en la sangrienta estafa monarcofascista de 1936. Y para ello, para intentar justificar su rabiosa inquina, incluso de forma excesivamente audaz, pretenden adjudicar una parte importante de la represión de los primeros días y meses del golpe militar a los carlistas siempre sin el dato incontestable, e incluso cayendo –la airada precipitación siempre tiene malos resultados– en puras contradicciones, tal vez creyendo que no leemos sus propios productos. Así en el escrito que motiva estas líneas se hace una explícita referencia (copio) a «los más de 3.000 asesinados en Navarra». Veamos, no es probable sino seguro que para dar tal cifra han tenido presente el trabajo de investigación (“Sin piedad” se titula) de su mas conocido socio, Fernando Mikelarena, y a esa obra de referencia he acudido: en la misma se incluyen cuatro anexos, distintos y no complementarios, dos referidos a la cárcel de Pamplona y correspondientes a los meses de julio, agosto y septiembre de 1936 con un total de 242 asesinados; otro relativo a la cárcel de Tudela de 1936 y 1937 con 214 víctimas; un anexo mas, distinto a los anteriores, con relación elaborada en 1940 de fusilados en toda Navarra y con un total de 657, a la que sigue otra diferente relación, también de toda Navarra, efectuada en Paris en 1946 con el atroz resultado de 1107 víctimas, aunque con sorprendentes cálculos y deducciones, así cuando se desconoce el número de asesinados en una localidad y con valiente osadía se informa que «se desconocen datos, pero se calculan los fusilados en unos 250» método que se utiliza respecto a varias poblaciones (Lodosa, Mendavia…) o como en Tafalla que se establecen 26 pero se pretende ampliar el número con el curioso «faltan datos». Ni sumando todos los relacionados dan los «más de 3000 asesinados», lo que no exculpa de la criminal salvajada cometida especialmente los primeros meses del «Alzamiento», pero si orienta respecto a la ligereza en los cálculos (algo similar a lo de Gironella o López Sanz con el «millón de muertos» como resultado final de la entera guerra).

Una represión criminal (todas lo son)  en el que el número si es menor no devalúa nada, pero el tema es de tal importancia que resulta inadmisible la frivolidad de hacer cálculos inexactos, contradictorios o simplemente supuestos, y además de tal volumen. La no probada atribución de asesinatos por los carlistas argüida por Mikelarena queda en igual entredicho que «los más de 3.000 asesinatos» según los datos aportados por el mismo ateneísta.

Pero también ahora iguales seis ateneistas intentan abrir un nuevo frente con la excusa del monumento/panteón de Pamplona a «los muertos en la Cruzada», y así muestran su extrañeza porque el partido carlista no haya dicho nada de su pretendido desmantelamiento. Y deberían saber que desde su propuesta de construcción, pasando por la elección de a quienes había de servir de mausoleo, el partido ha sido totalmente ajeno a tal muestra pétrea de la «cruzada» franquista. Ni Sanjurjo, marqués alfonsino del Rif, ni Mola, militar como el anterior y al sucesivo servicio de la monarquía y de la república, jamás tuvieron nada que ver con el carlismo, es mas sus particulares ambiciones al preparar el golpe puede decirse que eran tan contrarias al carlismo como las de sus congéneres isabelinos o alfonsinos del XIX. En cuanto a los voluntarios allí también enterrados, su exhumación solo afecta a sus familiares, y estos tampoco han dicho nada; solo quedaría a preservar la ornamentación ejecutada por el muralista Stolz que no se pudo negar al encargo como igualmente ocurriría con Zuloaga y su retrato de un ridículo Franco falangista hoy en el Pazo de Meirás.

Y, claro, no podía faltar en el escrito «ateneísta» la referencia a María Cruz Mina, la esforzada denegadora del fuerismo carlista. Pues bien, y pese al corto espacio de que dispongo, voy a reproducir una afirmación de la misma emitida en su intervención en las IV Jornadas de Estudio del Carlismo (septiembre 2010) organizadas por el Museo. Esto dijo la señora Mina: «Fue Franco el que no se olvido de los fueros y con aires de monarca tradicional, concedió privilegios como pago a lealtades y servicios». Es decir, según Mina, es a Franco, no al pueblo navarro, a quien se debe la conservación de los fueros, al mismo Franco que se los arrebató a Biskaia y a Gipuzkoa, no al continuado esfuerzo de los carlistas navarros que exigieron su respeto como ineludible para su participación en la guerra; pero es que, además, para igual señora, los fueros no son libertades y leyes garantes de soberanía sino «privilegios» (tradicional argumento de la imperial derecha centralista). Identificarse con las tesis de Mina esclarece cual es el concepto que los ateneístas tienen de los derechos soberanos de Navarra: meros privilegios.
 

También iguales firmantes han acudido ahora a otro santo patrón: a Jordi Canal. De lo que realmente me alegro, porque tal auxilio esclarece y muestra mejor su verdadera ideología y los objetivos que buscan en esta controversia: Canal, el  predilecto y elegido piloto ideológico designado por UPN para controlar el museo, el derechista enemigo declarado del Partido Carlista. Y los ateneistas lo invocan. Todo encaja. 

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