Javier Orcajada del Castillo

Glamour en Hollywood

Todos los humanos tenemos un espacio íntimo en el que guardamos nuestros sueños de lo que siempre quisimos llegar a ser sin conseguirlo. Nos figuramos que en ese espacio nos convertimos en hadas o en príncipes azules. El prototipo de ese sueño son los festivales de cine que provocan entre las masas la visión idílica del necio que espera llegar a compartirlo con las stars. Es el glamour con se envuelve la fantasía. Pero detrás hay un mundo de intereses en el que convergen tiburones que chapotean entre cuerpos femeninos perfectos, pero con pasión irrefrenable por gozar de a la fama y se sirven de lo que sea para conseguirlo. El tiburón que financia el espectáculo exige el peaje de las starlettes dispuestas a prostituirse a cambio de la gloria, «si el guión lo exige». Tal como ejercen en la calle otras mujeres que se prostituyen para supervivir, aunque con ese toque de distinción e incitación para que el macho espectador se sienta atraído. A cambio estas prostitutas selectas logran papeles de protagonistas en las películas que financian las productoras en manos de los desalmados que lucen en la pasarela sus costosas yeguas que humilladas sonríen junto al amo que les alimenta de la alfalfa maravillosa del éxito, muchas de ellas han logrado ser premiadas con el Oscar. Cuántas decepciones habrán producido entre los entusiasmados que histéricos esperan en los glamourosos festivales que desfilen por la alfombra roja las actrices consagradas favoritas que han aparecido en las imágenes en televisión reconociendo ahora que tuvieron que pagar a Harvey Weinstein el peaje forzado interpretando asqueadas el papel de enamorada de un puerco. Este personaje nauseabundo en su descargo se declara adicto al sexo y que quiere regenerarse. Seres de esta calaña sin moral son quienes controlan la industria del cine mundial que deberían estar recluidos a perpetuidad en un psiquiátrico. Es impactante ver a iconos del arte como Angelina Jolie, Jane Fonda, Merryl Streep, Gwyneth Paltrow entre otras que han confesado en público sus miserias. Y es decepcionante la confesión de Emma Thompson, la prestigiosa defensora de los derechos humanos, reconociendo que también tuvo que aceptar prostituirse para alcanzar la fama porque el mundo de color y del glamour es un estercolero que sirve para manipular a las masas que no distinguen la ficción de la realidad y son los esclavos felices.

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