Jaime Fernández Iruretagoiena

La cárcel de menores de Pamplona-Iruñea

Centro Educativo Aranguren (CEA), es como se conoce esta institución localizada en el pueblo de Ilundain, a 15Km de la ciudad, gestionada por la Asociación Educativa Berriztu.

Después de un corto periodo de prueba (3 meses), me invitaron a marcharme por «exceso de afecto y sobreprotección» con los menores internos. Menores de edad que han pasado por algunos calvarios que muchos de nosotros no quisiéramos ni imaginar, sufren y padecen cada día la metodología de la «Firmeza y cercanía».

A la orden no seguida, se aplica la «Respuesta punitiva», la cual constituye una falta que normalmente priva al menor de su tiempo libre durante doce o veinticuatro horas. Si la infracción se considera más grave, «Periodos de reflexión» o «Recocos» (Readaptación Cognitivo Conductual) son aplicados, periodos que varían entre tres, cinco o veintiún días de aislamiento en los que el menor va recibiendo «interacciones con educador», que habitualmente suponen pedirle redacciones o hablar de lo sucedido. Lo más impresionante son las salas «S». Estas salas de contención constan de una cama de hormigón, cámara de videovigilancia y un agujero para sus necesidades, en los que cualquier profesional a su criterio puede enviar al menor el tiempo que considere oportuno. La mayoría de ellos pasan sus primeras veinticuatro horas de internamiento en las «S», simplemente por ser nuevos en el centro. Edificio cerrado a cal y canto, dividido en módulos de residencia donde cada puerta requiere una validación con tarjeta magnética.

Los y las menores allí internos bajo medidas judiciales, cumplen condena por delitos que han cometido en la mayoría de casos por falta de cariño, cercanía, amor y amistad. Se les aplica una metodología conductual de castigos «positivos» (tareas añadidas) y negativos (privación de su tiempo libre), como se doblega a un animal de circo hasta hacerle entender que eres tú quien tiene el poder de darle de comer o no. Han cometido delitos, pero no son delincuentes, sino jóvenes muchas veces perdidos.

Recibí varios avisos advirtiéndome de que los menores hablaban bien de mí, de que sentían afecto hacia mi persona y de que eran partícipes de muchas experiencias de mi vida (valores morales que yo trataba de transmitir). Lo que para mí era motivo de orgullo, para la organización del centro fue un exceso de afecto y sobreprotección. Y llegó el último aviso.

La mayor pena fue dejar de tratar con los chavales.

Pese a que esta siempre ha sido mi opinión, solo ahora que estoy fuera de esta institución es cuando puedo expresar abiertamente todo esto. Creo que es bueno saber de primera mano lo que acontece a escasos kilómetros de nuestra casa.

Si realmente lo que se busca es educar y mirar por un futuro mejor para estos frágiles jóvenes de gran potencial, sobran «Periodos de reflexión», «Recocos» y salas «S».

Por más cariño, afecto y protección.

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