Iñaki San Sebastian

¿Pregunta sin respuesta?

Ha ocurrido en el reciente viaje del papa Francisco a Filipinas, en su encuentro con los damnificados del último tifón. Una niña de la calle de doce añitos de edad, recogida en su día en una ONG, le lanzó un desgarrador «¿Por qué? ¿Por qué Dios consiente que a algunos niñas y niños nos haya tocado sufrir tanto, sin tener ninguna culpa?». Tras un breve silencio, recuperando el castellano para expresarse mejor, balbuceó algo así... «No sé qué deciros, pero Él sí lo sabe y a cada uno responde en el corazón». ¿No suena un poco a evasiva? En definitiva, quienes hacen la pregunta, por boca de la chavalita, están dando a entender el no haber captado la tal repuesta individualizada. Al parecer, el consuelo que debía de llegarles de un Dios de las Alturas, invisible e intangible, no les resulta identificable. De ahí su desconsolado llanto. ¿No se merecían algo mas, los cinco millones de filipinos que despidieron al Papa, aguantando estoicamente la lluvia y el frio? ¿Les llegará algún tipo de maná tangible consolador, tras esta visita?

Afortunadamente, si no hay palabras ante una pregunta tan demoledora, sí que hay ejemplos que hacen reflexionar. Lo dan la cantidad de gente dedicada al cuidado de otras personas. Muchas de ellas dicen inspirarse en su fe y confianza en el Dios de Jesús de Nazaret. Un Dios de las bajuras al alcance de todos, aquí en la Tierra. Un Dios que se hace presente, de algún modo, en el amor gratuito entre personas de cualquier clase, raza o condición.

Volviendo al tifón, la solidaridad que se hace visible en las grandes catástrofes, podría ser una fuente misteriosa de esperanza para la Humanidad. Imposible sentirnos solos cuando brota en nuestro entorno un amor desinteresado. Un amor que se hace eterno y poderoso, al trasmitirse, de generación en generación, en una concatenación apasionada del dar, recibir y devolver. ¿No será la energía latente en el amor entre personas, el verdadero Dios universal? ¿El único capaz de aliviar nuestras penas y darnos un poco de felicidad?.

Las visita relámpago del papa están muy bien, pero quizá se echa de menos un Vaticano más itinerante y menos ceremonioso. Algo capaz de acercarnos a un Dios universal, reconocible como camino, verdad y vida para el conjunto de Humanidad.

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