Mikel Arizaleta

Sobre emigración y expulsiones

Jokin Revilla gritaba al mundo en un artículo en GARA que Europa no tiene corazón: «La vieja Europa está convencida que inventó la «democracia» y la ha exportado, con ese terrible historial, a los pueblos llamados salvajes e ignorantes, algunos de los cuales tenían establecido el «buen vivir», que era vivir en armonía con la naturaleza y con la comunidad. Europa y EEUU continúan con su tarea de «democratizar» el planeta con guerras «para liberar a las mujeres de la tiranía machista del burka» e invadiendo y arrasando pueblos como Irak y Libia para liberarles de «crueles dictadores y de armas de destrucción masiva». Palabras y sólo palabras para tratar de engañar y ocultar las verdaderas intenciones: hacerse con el petróleo, con los minerales, con todos los recursos de esos países y destruir los pueblos más avanzados del mundo árabe, aunque tuvieran sus contradicciones. ¿Sólo Saddam y Gaddafi eran malos? Y los amigos del imperialismo como la monarquía de Arabia Saudí, los Emiratos del Golfo, el gobierno de Israel, el rey de Marruecos, o Erdogan, ¿qué son? ¿Quizás hermanitas de la caridad?»

Y Harald Martenstein me cuenta en una carta sentida y triste: «antes me gustaba ver el telediario, últimamente solía ver temas del día, pero ahora mismo nada. Estos programas, por su sumisión, sabor y olor a gobierno, me recuerdan cada vez más la televisión de la DDR (República Democrática Alemana). Y hay que confesar que ZDF es peor que la otrora buena ARD (ARD y ZDF son las prestadoras del servicio de televisión pública en Alemania, primer y segundo canal respectivamente). El exitoso apartamiento con malas artes del crítico e independiente jefe de redacción Nikolaus Brender, a la larga, ha tenido el mismo efecto para la ZDF que la expulsión de Wolf Biermann en la DDR.

Merced a esta profunda desconfianza me mosqueé cuando en ZDF vi la noticia sobre un refugiado simpático, que fue presentado como «Samir Nagang». Mi desconfianza creció cuando supe que este hombre en realidad se llamaba Samir Narang. Samir Narang es hindú y, rechazada su petición de asilo, fue expulsado de vuelta a Afganistán, donde los hindús conforman una pequeña minoría, fácilmente reconocibles por sus tatuajes y diana apetecible de fanáticos islamistas.

Narang llevaba viviendo en Alemania cuatro años como «soportado», se le «aguantó», habla pasablemente alemán y había aprobado varios exámenes prácticos. Según la noticia, toda su familia también reside aquí, en Alemania. Y no se escondió cuando se enteró de su posible expulsión, y acudió a la oficina de extranjería para aclarar su caso. Y le enchironaron. ¿Por qué hay que detenerle un buen día a uno y expulsarle al momento si con ello corre peligro su vida? Es algo que no me entra en la cabeza. Me parece bien y lo entiendo que criminales y fanáticos sean expulsados, ¿pero personas como Samir Narang?

Y como la información venía de ZDF, me pareció que, casi seguro, había algo que no se decía, que algo se ocultaba. ¿Habría cometido alguna fechoría?

A través de diversas oficinas de prensa me comuniqué  con un señor del Ministerio de Interior en Hamburgo, responsable del tema. Rápidamente halló el nombre. No, a Narang no se le acusaba de nada, no se le imputaba delito alguno. Tan sólo en el Ministerio se había decidido que no existían argumentos para concesión de asilo. Y pregunté, ¿por qué razón? «Sobre esto, respondió, no se informa. Protección de datos».

Cuento esto porque el caso de Narang me aclara algo sobre ese caos internacional que existe en la política alemana de emigración. Primero se deja que entren cientos de miles sin ningún examen previo. No, no fue una gran acción humanitaria. Las víctimas de los ataques terroristas también son personas. Cambia el viento y ahora son expulsados, y por lo visto, también sin examen detallado de cada caso. Y lo uno y lo otro me parece igual de idiota e inhumano. En un caso el estado no se toma en serio su cometido, en el otro la máquina burocrática de pronto se pone en marcha. ¿Qué ocurriría si se aplicara una juiciosa vía intermedia?

Supongo que, como señal y zanahoria a una población desasosegada, se expulsa a prisa y corriendo en avión a un par de afganos, que se pilla a voleo. Una actuación así podría denominarse «populismo» si la palabra desde hace tiempo no se utilizara lo mismo para un roto que para un descosido, si no fuera arma esgrimida en todo debate. -«¡Camarero!». – «Sí». -«El pollo al vino me pareció muy populista».

El señor Narang ahora vive en Afganistán, dijo la televisión. Duerme en el templo hindú y el trabajar le resulta imposible porque su lenguaje le delata. Eso sí, cada día puede ser el último en su vida».

¡Todo un detalle de civilización europea!

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