Pedro Mari Usandizaga Añorga

Valle de los Caídos

Cuando pregunto a españoles cuál es el monumento nacional a la Guerra Civil, me dicen que no existe; pregunto ¿Acaso no es ese lugar la tumba de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera? Sí, me dicen. Y además, pregunto, ¿no fue mandado construir por Franco con la mano de obra forzada de prisioneros de guerra de la vencida República? Sí, me dicen. Entonces, pregunto, ¿no es el Valle de los Caídos un monumento a la victoria de Franco?

La derrota de Alemania, en cambio, obligó a los ciudadanos de ese país a enfrentar los horrores que habían cometido en nombre del Tercer Reich. Decidieron borrar de la faz de la tierra el lugar exacto de la muerte de Hitler, su búnker en Berlin, asumen su responsabilidad ante el genocidio que cometieron.

Siempre me ha inquietado la tendencia española a la amnesia colectiva y también su tolerancia a convivir con lugares temibles como el Valle de los Caídos. Comenzando con el pacto del olvido que fue el eje de la famosa Transición post franquista, me parece que este empecinamiento español en negar la verdad de su propia historia es la gran flaqueza de su precaria democracia.

Ya han cumplido 80 años del «levantamiento» que lideró Franco en el verano de 1936, que provocó la Guerra Civil y terminó con las vidas de por lo menos medio millón de españoles y el exilio de otros sería conveniente reconciliarse con la historia, y, en un acto solemne, con la aprobación del Parlamento, volar con poderosos explosivos ese monumento a la brutalidad que se llama Valle de los Caídos.

Allí, entre los escombros de ese lugar tenebroso, España finalmente podría tener su monumento nacional: un sitio en donde no sólo los verdugos serían recordados, sino también sus víctimas.

Salud y República.

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