Araba, una alianza que desnaturaliza un país

El último Sociómetro del que daba cuenta ayer GARA ofrece múltiples datos inquietantes, por no decir alarmantes, para quienes desean una sociedad que progrese a mejor y creen en la capacidad de la acción política para ello. El 67% se declara poco o nada interesado en la política. Las cuestiones de igualdad y justicia (violencia machista, desigualdad social, recortes, racismo...) tienen peso ínfimo en el ranking de preocupaciones. La autocomplaciente valoración sobre la situación política y económica en la CAV avala la idea del «oasis vasco». Todo ello parece retratar una sociedad acomodada, individualista, conservadora, más española y menos vasca de lo que se pensaba; desconocida, en suma. Contradictoriamente con ello, sin embargo, en la misma encuesta el PP aparece de modo muy marcado como el partido con menos simpatías (1,5 de nota sobre 10), sus líderes están a la cola en valoración y el Gobierno español es denostado casi unánimemente como mal ejemplo.

Esa derecha españolista tenía hasta hace dos años dos bastiones claros: Araba y Nafarroa. La pérdida de apoyo ciudadano por un lado y la suma de fuerzas propiciada sobre todo por EH Bildu (el ejemplo de Gasteiz es rotundo) gestaron gobiernos más plurales, progresistas y para todos. Algo a todas luces imposible si hoy Javier Maroto fuera alcalde de Gasteiz o Javier Esparza presidente navarro.

Desde entonces la posición política de este sector político no ha evolucionado lo más mínimo; al contrario, ha tomado posiciones más extremas, hasta llegar a la aplicación de ese 155 que revienta el sistema autonómico. Es en este contexto en el que, contra la lógica política y la naturaleza de fondo del país, el PNV abre la puerta de atrás al PP para que recupere su influencia política vía acuerdos fiscales y presupuestarios. Y la apuesta la apadrina un lehendakari desde cuya oficina se promueve ese Sociómetro que revela un país a la fuerza más conservador, más timorato, como si todo fuera una profecía autocumplida.

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