Contagiarse de la energía de la Behobia

Casi un siglo de historia contempla la Behobia-San Sebastián. 98 años han pasado desde que el primer corredor que pasó por Ategorrieta ganase una moneda de oro donada por un banquero de la ciudad. Y la popular carrera, como se volvió a comprobar ayer, goza de una salud de hierro. Si en 1919 fueron una veintena los corredores que participaron, ayer fueron más de 30.000 las personas que salieron desde Behobia con la intención de llegar a la meta del Boulevard donostiarra. A ellas se suman las centenares de personas que organizan la cita o que asisten como público. No hay muchos eventos capaces de congregar a tanta gente en nuestro pequeño país, y conviene ponerlo en valor.

Hay muchas Behobias dentro de la gran carrera. Está, evidentemente, la de los atletas que compiten, como Carles Castillejo y Aroa Merino, que hicieron buenos los pronósticos y se impusieron en la meta. Vaya por delante la felicitación. Está también la de los vips desorientados como Álvaro Arbeloa y su desnortado comentario sobre el dorsal 155. Y está, sobre todo, la Behobia popular, aquella que da sentido y carácter a la carrera tanto dentro como fuera de Euskal Herria –ayer participaron corredores de 21 países diferentes–. Un puzzle formado por centenares de historias individuales y colectivas; relatos que no ponen el foco en la competición con el resto de atletas sino en la superación personal de quien se marca un reto y se esfuerza por alcanzarlo.

En su acepción más limitada, correr no es más que poner una pierna delante de otra cuanto más rápido mejor; del mismo modo en que el deporte, en sí mismo, no tiene aparentemente más beneficios que la mejora de la condición física de quien lo practica. Estas visiones quedan cortas, sin embargo, ante la energía y las potencialidades que se desatan en citas como las que ayer acogió la capital guipuzcoana, y que sería saludable contagiar a otros ámbitos de la vida política y social del país.

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