Imprimir mayor potencia a nuestro gran símbolo, Gernika

El bombardeo de Gernika es, lógicamente, el acontecimiento histórico ocurrido en Euskal Herria que mayor trascendencia internacional tiene. La magnitud de la tragedia y su relevancia política en el devenir de aquella guerra –y de las guerras modernas en general–, hacen de esta efeméride y de esta villa vasca un símbolo mundial, acrecentado por la imponente obra de Pablo Picasso que lleva su nombre. Pocas veces una masacre de este tipo ha tenido tanto reconocimiento, una denuncia tan asumida, un recuerdo tan vivo. Pese a estar insertado en el discurso público y ser parte central de la iconografía del país, quizás no seamos del todo consciente de esa importancia. Gernika contiene una fuerza moral, política y simbólica de dimensiones inabarcables, que aparece tristemente devaluada por batallas banderizas y por una falta de acuerdo e inversión a la altura de lo sucedido y de su memoria.
 
Este ochenta aniversario, con su hasta cierto punto rico programa, con sus decenas de charlas y actos, con sus expresiones culturales y con todos sus enfoques, no deja de ser una muestra más de una autolimitación colectiva para proyectarnos al mundo con una marca fuerte y compartida, no excluyente de otras muchas características, indicadores y valores que hacen del vasco un pueblo singular y vivo, pero con una potencia mucho mayor que la demostrada estos días.

La redondez del aniversario y el momento histórico que vive el país tenían carga suficiente para haberle dado un carácter más profundo y trascendente. Sin restar nada a todo el esfuerzo realizado por centenares de personas de cara a esta efeméride, sin menospreciar en ningún sentido lo que se ha hecho y se hará en adelante, sí se puede valorar críticamente aquello que no se ha logrado por no haberlo ni siquiera intentado: situar Gernika en sus justos términos, más allá de las palabras y los discursos, dándole centralidad y un sentido político y comunitario incontestable. Contra el fascismo y por la paz y la libertad. Gran parte de los discursos en este tema tienen que ver con justificar las posiciones particulares, no con reconocer a pasado y proyectar a futuro el icono más potente que tiene el pueblo vasco. Asimismo, una parte de los actos utilizan Gernika como telón de fondo, con alambicados razonamientos para unir cosas en términos holísticos o con pequeños gestos que sirven más como cumplimiento que como compromiso.

Adelantándonos a la tradición de que se dé por aludido quien no debe y quien debería hacer propósito de enmienda crea que no va con él, la primera reacción ante esta crítica bien puede ser un descargo de actividades particulares o incluso compromisos personales que refuten la misma. No se trata ni mucho menos de que Gernika no sea significativo para la mayoría de la ciudadanía vasca, que el cuadro no esté colgado en miles de casas –o recreado en muchos puntos, desde la misma Gernika hasta el hayedo de Zilbeti–, que no se hayan realizado y proyectado documentales o compartido noticias sobre el tema, que no se hayan hecho docenas de declaraciones, artículos y mociones, que no se haya participado en alguna iniciativa con Gernika como tema central o colateral. Ayer mismo dos iniciativas encomiables, el Foro Social Permanente y Ongi Etorri Errefuxiatuak, coincidían en la villa y contextualizaban cuestiones tan cruciales como la resolución y la paz o el éxodo y la acogida de refugiados que huyen de la guerra.

La crítica se fundamente en que, por ejemplo, Gernika no es parte troncal del currículum que se imparte en nuestras escuelas, más allá de la voluntad de cientos de docentes concienciados con la historia y comprometidos con el país y la educación. El «Guernica» –o cualquiera de sus versiones e iconos– no están en general expuestos en los centros público e instituciones. Es sorprendente, por ejemplo, que cuando se discute sobre qué fecha podría ser el día festivo oficial nadie contemple el del bombardeo. Una austera solemnidad caracteriza los actos institucionales en estas fechas. Las diferentes campañas que tienen Gernika como bandera pueden tener más o menos éxito en cada familia política, pero ninguna rompe esas barreras. EiTB o los diferentes museos, por ejemplo, no han realizado un esfuerzo mayor que con otros días señalados. No se han invertido ni los fondos ni el esfuerzo suficiente para que esta efeméride estuviese a la altura y perdurase.

Gernika es símbolo de resistencia, paz y libertad. Son valores por los que todo el mundo querría ser reconocido, no limitemos su potencia por inercia o necedad.

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