O se articula la mayoría social democrática vasca o la resignación devendrá en rendición

Golpe de Estado, ley colonial, virrey, estado de excepción, presos políticos, represión, censura, gobierno de la minoría, parlamento títere, restauración reaccionaria, fin del Estado de las Autonomías… Todos y cada uno de esos términos expresan verazmente las políticas del Estado español en Catalunya. Esa es su visión sobre la democracia, el pluralismo o el republicanismo. También su amenaza sobre las aspiraciones de otros pueblos como el vasco. Es indudable que llamar a las cosas por su nombre tiene consecuencias. No hacerlo, más. En este momento no asumir la dimensión y la crudeza del golpe autoritario dado ayer por el Gobierno del PP bajo el auspicio de los Borbones y con el apoyo del PSOE y Ciudadanos no es una opción realista.

La maniobra del artículo 155 cambia todas las reglas del juego político inaugurado en la Transición, ya de por sí trucadas en beneficio del régimen posfranquista. No tienen cultura democrática, ni quieren tenerla.

El Estado ha establecido que su única alternativa a que la ciudadanía catalana exprese su voluntad democrática es la vulneración extrema de los derechos políticos y civiles; la negación de toda identidad, tradición o proyecto divergente de su definición de español; la subordinación de toda la estructura institucional al Gobierno metropolitano; y la inviabilidad política de todo proyecto democrático y pacífico que no asuma el principio sagrado de este Estado: la unidad de España.

Esa España no puede ser ya más opresiva e inhóspita para quien no comulgue con esos principios, establecidos como privilegios legales. Se puede ser republicano pero no se puede lograr la República, se puede ser independentista vasco, catalán o galego pero no se puede lograr esa independencia. Ni siquiera si eres mayoría. No dejan votar. No solo tienen el privilegio legal, sino que además ostentan derecho a veto sobre las mayorías sociales y políticas de estas naciones. Incluso puedes ir a la cárcel solo por defenderlo, como con los primeros presos políticos de esta fase histórica en Catalunya, Jordi Cuixart y Jordi Sànchez. Sí, aceptar que son presos políticos tiene consecuencias. No aceptarlo, en cambio, no solo es indigno; rebaja el escándalo y hace más sostenible que sigan presos, y también que caigan otros.

«Direct Rule», leyes coloniales

En el contexto del 1 de octubre muchos sostenían que el derecho de autodeterminación solo se puede aplicar a colonias –aunque ni los países nórdicos, ni los bálticos, ni Escocia ni Quebec lo sean–. Pues bien, ahora Madrid aplica en Catalunya el «Colonial Direct Rule», la norma básica por la que la metrópoli manda sobre los territorios subordinados. No son constitucionalistas, son colonialistas. Blanden la ley para golpear a la democracia.

La aplicación del artículo 155 en su versión más salvaje remata el Estado de las Autonomías y fulmina el relato de la Transición. Andalucía es más soberana que Catalunya simplemente porque la voluntad de su ciudadanía coincide con el proyecto político estatal. También está herida de muerte la retórica del autogobierno vasco. Sería un error creer que esto es una cuestión catalana. No hay opción de reforma democrática del Estado, solo de contrarreforma reaccionaria y centralizadora.

Un proyecto de país mejor para todos y todas

Los vascos y vascas no pueden gritar alegremente eso de «No tinc por». No solo es comodidad, ni las nuevas tendencias sociales, ni la descompresión de años de conflicto, ni ventajismo. La vivencia represiva de este país es espeluznante y esta sociedad teme al fascismo español. Y eso marca. También tiene una vibrante historia de lucha contra ese totalitarismo, una memoria latente de lo sufrido y recursos comunitarios para resistirlo. Pero resistir, sostener lo logrado y resignarse no es realista. No solo para el independentismo, tampoco lo es para el autonomismo o el unionismo democrático. Hay que buscar alternativas y articular esa mayoría social vasca que conforma una cultura democrática divergente del autoritarismo españolista. La minoría unionista que promueve semejante belicismo contra la democracia no puede regir en nuestras instituciones.

La independencia ha pasado de ser una opción identitaria a una también democratizadora. En Catalunya y en Euskal Herria. Otra cosa es cómo articular esa confluencia de culturas, intereses y proyectos que garanticen que la ciudadanía vasca no esté subordinada, que pueda decidir libremente su futuro. La fase abierta será seguramente más larga de lo esperado y conviene reprimir la ansiedad. También los esquemas caducos. Frente a la destrucción autoritaria, toca construir democracia.

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