Un contexto favorable a la liberación nacional

Soberanía, fin de régimen, unidad popular, no ceder ante la oligarquía, derecho a decidir, representar los intereses de las clases populares, alianzas y negociación, dignidad nacional, defensa de lo público, respeto, procesos constituyentes… son términos que décadas después de gastarse a oídos de muchas personas y perder sentido o apoyo, adquieren en Europa un nuevo aire, una fuerza renovada para otras muchas personas. Sorprendentemente, a muchas de ellas les suenan como si fuesen nuevas. A la hora de valorar el sentido profundo de esas palabras, ayuda el hecho de que su eco no sea ahora el de uno mismo en el vacío, sino el reflejo de otras gentes de otros pueblos, que recitan esos mismos lemas para enfrentarse a situaciones límite y a escenarios aún peores. A todo el mundo le gusta pertenecer a algo que resulta popular y que parece tener opciones reales de lograr sus objetivos.

La victoria de Syriza en Grecia y, sobre todo, su primera semana en el poder, ha relanzado el valor de esas palabras, de estas luchas. Desde un punto de vista de izquierda es importante analizar las diferencias entre la coalición griega y el fenómeno Podemos, el auge del Sinn Féin o la nueva propuesta de proceso constituyente de EH Bildu. Pero ese análisis no debe servir para establecer rankings de revolucionarismo, sino para aprender y reconducir propuestas, discursos y formas de hacer las cosas. Para ver las posibles palancas en el contexto general. La función del análisis revolucionario no es la entrega de carnets, el objetivo no es tener razón en la derrota, sino construir una estrategia para la victoria.

La primacía del principio de realidad es común a todos esos proyectos, a ese movimiento que, de lograr encadenar varios éxitos y ser capaz de articular unas alianzas, una visión y una serie de políticas comunes, puede alterar el curso fatalista que ha desarrollado Europa durante las últimas décadas. Históricamente se ha acusado a esos movimientos de falta de realismo, pero la realidad está demostrando que lo que no funciona es este sistema y que sus responsables son unos corruptos y unos ineptos. El contraste juega del lado del cambio.

Movimientos de liberación nacional

Es necio negar el origen revolucionario y de izquierda de todos esos términos, pero mucho más necio es arrogarse su propiedad para reprochárselo a quienes ahora los defienden. La lucha por el relato es contra el adversario y sobre el futuro, no con el aliado y sobre el pasado. Al menos si lo que se busca es una estrategia eficaz.

La mayoría de esos conceptos defendidos históricamente por la izquierda son, sobre todo, acervo de los movimientos de liberación nacional. Esos movimientos tienen la ventaja de reconocer esas palabras y su significado, pero tienen la desventaja de haberlas desgastado en otros contextos, en marcos que no han resultado eficaces, con todo lo que cuesta cambiar las inercias. Y siguen teniendo la desventaja de no ser Estado en un mundo en el que esa es la entidad política homologada.  Al igual que la izquierda tiene la desventaja intrínseca de jugar dentro de un sistema capitalista pervertido más allá de sus propios límites.

Pero por primera vez en mucho tiempo, los términos en los que discurre buena parte del discurso político general coinciden plenamente con el diccionario particular de los movimientos de liberación nacional, y eso supone un activo que si se sabe manejar, si se enmarca bien y se gestiona inteligentemente, puede alterar el equilibrio de fuerzas a su favor. Los riesgos de las incoherencias o traiciones que pueda llegar a hacer Podemos en un hipotético escenario en el que lleguen al poder, son objetivamente mucho menores que la ventaja política que supone que el marco discursivo general sea favorable a la democracia, los derechos y la justicia social. Siempre y cuando uno se concentre en lo que debe hacer él, no en lo que debería hacer el otro. Pero incluso en ese terreno, la apuesta por la unilateralidad debería haber empezado ya a desterrar algunos vicios.

Por otra parte, es lógico que quienes no han visto su nación en riesgo, quienes no han sentido la necesidad de adoptar compromisos extraordinarios o incluso quienes no veían opciones reales de desarrollar sus proyectos, traten esos términos con cierta candidez. Seguramente no serán del todo conscientes de las dificultades de los retos a los que se enfrentan, de las desilusiones que les deparará este camino, ni siquiera de que están reivindicando términos que hasta ahora ellos mismos demonizaban cuando eran otros quienes los defendían. Y también hay arribistas, sin duda. Pero el factor de la ilusión es crucial en estas sociedades desengañadas, adormecidas y acobardadas, por lo que en todos los casos mencionados la capacidad de generar ilusión se está mostrando indispensable.

Este movimiento general por el cambio tiene otra gran ventaja: la mediocridad y la soberbia de sus adversarios. El episodio entre Yanis Varoufakis y Jeroen Dijsselbloem es una buena muestra de ello. En el contexto español, Pablo Iglesias no debe temer por tener la tentación de darle un abrazo a Pedro Sánchez, porque este pase a apoyar la democracia y los derechos de las personas. El acuerdo entre PP y PSOE para establecer la cadena perpetua explícita –la otra ya existe para los vascos–, evidencia que esos dos partidos han empezado a favorecer la opción de una gran coalición para hacer frente a la descomposición de la Transición española.

En este contexto general, el movimiento de liberación nacional vasco ha dado un paso de gigante con la formulación de su estrategia recogida en la Vía Vasca. Porque si acierta, en este contexto sus opciones de llevarla a cabo se multiplican y aceleran.

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