DANIEL GALVALIZI

Las primarias consolidan a Macri, pero el kirchnerismo resiste

El calendario electoral de Argentina comenzó a rodar en abril, con primarias abiertas para elegir candidatura de los partidos en tres de las cinco jurisdicciones más pobladas del país: Santa Fe, Mendoza y en la metrópolis Buenos Aires. En todas ganó la alianza de derecha del alcalde de la capital, Mauricio Macri, candidato a las presidenciales de agosto.

Maurici Macri, en un acto de campaña. (AGENCIA ROSARIO / AFP)
Maurici Macri, en un acto de campaña. (AGENCIA ROSARIO / AFP)

En Santa Fe ganó su candidato, Miguel del Sel, un comediante exitoso que decidió hace cuatro años volcarse en la política. En la estrategia por trascender las fronteras del distrito federal, Mauricio Macri abrió su partido a figuras reconocidas del mundo deportivo y del espectáculo que reproducen el lenguaje liviano y desideologizado que propone esta nueva camada de neoliberales argentinos. Y lo sorprendente es que la idea viene resultando sumamente exitosa.

En Mendoza, el triunfo fue para un miembro de la Unión Cívica Radical, cuya facción de centroderecha se impuso y se alió con Pro (el partido de Macri) a nivel nacional. Allí, casi la mitad del electorado votó la coalición UCR-Pro, ganándole al kirchnerismo, que gobierna desde hace ocho años.

Y la estocada llegó el domingo 26 de abril, cuando casi el 48% de los porteños votaron en las primarias del Pro (allí la UCR iba en otra coalición), ungiendo a Macri como el único presidenciable que podía exhibir un resultado contundente en el distrito que gobierna hace siete años y medio.
El «dedazo» de Macri. En la otra ciudad-capital con régimen de autonomía provincial de Latinoamérica además de Buenos Aires, Ciudad de México, se conoce como «dedazo» al gesto de poder que solían ejercer los presidentes del PRI para designar a su sucesor, sin mediar primarias ni votación interna.

En el siglo XXI esa costumbre antidemocrática persiste, y el jefe del Gobierno porteño y presidenciable del Pro prefirió hacer un «dedazo» a la rioplatense.

Es que su elegido para sucederlo era su jefe de gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, pero la carismática senadora Gabriela Michetti, histórica rival del delfín de Macri, se empecinó en participar en las primarias a pesar de los pedidos de Macri.

Macri ordenó una ofensiva feroz, no solo personal sino a través de los medios, para torcer la decisión de la senadora. No lo logró y debió deglutir su postulación a jefa de Gobierno, que ponía en riesgo la de Rodríguez Larreta, cabeza visible de la facción más liberal del Pro, con un estilo más gerencial y menos político que el de Michetti.

A fines de marzo, en una jugada en la que puso en riesgo su liderazgo, Macri hizo pública su predilección por Rodríguez Larreta, lo que se convirtió en una descarnada puja entre las dos facciones del partido.

Con la ayuda de los grandes medios, Macri logró plantear las primarias como un referendo entre él y Michetti, desdibujando el rol de Rodríguez Larreta. En la disputa, claro está, salió perdiendo Michetti, votada por el 19%, mientras que su rival alcanzó el 28%.

La ubicación de Macri en un lugar de liderazgo negativo –Michetti tiene una imagen positiva ante el electorado además de una inevitable empatía especial por estar en silla de ruedas– lo hizo retroceder un poco en las encuestas. También mostró una versión autoritaria que el equipo de comunicación del Pro siempre ha tratado de ablandar.

Ahí radica una de las causas del sostenido ascenso de Macri: la sofisticación del mensaje. Su discurso en los últimos tiempos viene corriéndose al centro, especialmente en su talón de Aquiles: la economía. Allí, su neoliberalismo trae reminiscencias del Gobierno de Carlos Menem, un sacrilegio para la gran mayoría del electorado.

Pero Macri tiene otra desventaja. Como muchos argentinos, es hijo de un inmigrante pobre italiano que llegó a mediados del siglo pasado, pero a diferencia de la mayoría, se convirtió en una de las 20 familias más ricas de Argentina. Y el electorado tiene aversión a votar a empresarios ricos (el último presidente proveniente de las clases altas ganó en 1922).

Además, una de las razones de la construcción de esa fortuna fueron los suculentos y constantes contratos vinculados al Estado, con gobiernos de distinto color. Su partido fue fundado por empresarios que lo acompañaron a él, que prosiguió el negocio del padre. Demasiada simbología de sangre azul.

El kirchnerismo resiste. A pesar de estar en una economía en recesión, el Gobierno de Cristina Fernández mantiene la centralidad política y si las elecciones fueran mañana su partido sería la fuerza más votada. Eso sí, su candidato que más votos atrae es justamente el más diferente a la presidenta: el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli.

Los resultados electorales vienen siéndoles adversos (en la capital obtuvieron el 18%), pero el kirchnerismo sigue fuerte en la provincia bonaerense, que registra el 38% de la población, y en las más pobres del noroeste y noreste argentino. El oficialismo espera que en agosto un resultado del 35% en el distrito más importante del país le permita contrarrestar los malos datos que le auguran en la capital federal, Córdoba, Santa Fe y Mendoza (entre las cuatro suman casi diez millones de votantes).

Además de ser una conquistadora de votos formidable por su capacidad de persuasión, Cristina Fernández mejoró en las encuestas en los últimos dos meses (tras el bajón por el «caso Nisman») porque la economía, más que mejorar, no empeoró tanto como se esperaba. El dólar se revalorizó, la inflación se estabilizó –si cabe la palabra– en menos del 30% anual y la economía sigue en frenazo, aunque no tan grave que provoque el aumento del paro (aunque tampoco del nivel de ocupación).

Por lo tanto, el kirchnerismo comienza a mirar con más esperanza las primarias presidenciales de agosto.