Mikel ZUBIMENDI

«Riacquistu di Corsica»

En una serie de reportajes y entrevistas, GARA analiza la coyuntura abierta tras la incontestable victoria electoral del nacionalismo corso. Tiene un mandato claro para gobernar Corsica defendiendo el interés general y acelerando el proceso de emancipación.

El símbolo nacional corso en un ferry a Marsella. (Boris HORVAT/AFP)
El símbolo nacional corso en un ferry a Marsella. (Boris HORVAT/AFP)

Cuando Jean-Jacques Rousseau publicó en 1792 su famoso libro “El contrato social”, dejó escrito su presentimiento de que algún día Corsica asombraría a Europa. Su preocupación por conseguir la libertad e igualdad de las personas bajo un Estado instituido por medio de un contrato social le llevó a observar e inspirarse en Corsica. Dejó escrito que «hay aún en Europa un país capaz de legislación: la isla de Corsica» y dio testimonio del «valor y la constancia con la que ha sabido recobrar y defender su libertad este valiente pueblo».

Sin duda, la victoria de las fuerzas patrióticas corsas en las últimas elecciones territoriales ha asombrado a muchos. Unidas, percibidas como la única alternativa al tradicional sistema de clanes que ha dominado la política, lo que han conseguido es algo histórico, grandioso.

No obstante, la cuestión corsa va más allá del último medio siglo. Sin ir más lejos, hunde sus raíces y encuentra su manantial en las revoluciones del siglo XVIII lideradas por Pasquale Paoli, que estableció en 1755 una nación soberana institucionalizada sobre la base de la eficacia de la soberanía popular.

Paoli lideró a toda una comunidad nacional hacia la modernidad y las libertades civiles. Paoli, el capu generale que expulsó a los ocupantes genoveses y proclamó la independencia, Babbu di a Patria (el Padre de Corsica) a la que dio una constitución, un ejército, un sistema judicial, un servicio social y una moneda. Paoli, el legislador de los corsos, un grande de la Ilustración que no solo despertó el interés de Rousseau, también inspiró decisivamente la redacción de la Constitución de EEUU, donde en Indiana, Colorado, Pennsylvania o más allá muchas ciudades llevan su nombre.

En definitiva, Pasquale Paoli, además de ser el héroe nacional por excelencia, es un icono del nacionalismo, una fuente inagotable de la que todas las corrientes patrióticas han bebido siempre, asociando la idea de una nación corsa con el «Paolismo», un ideal que ha ejercido como catalizador de la imaginación nacional colectiva.

De Aleria a la clandestinidad

El corso es un pueblo resistente y orgulloso. Pero también es un pueblo que canta, plagado de poetas, con una lengua que se pierde en la noche de los tiempos que ha sido enriquecida con las de los diferentes conquistadores, como los genoveses, los árabes o los aragoneses. Corsica es un país maravilloso, heredero de una civilización agro-silvo-pastoril muy unida a la tierra, al curso del agua y al ciclo de las estaciones. El colonialismo francés, consciente de ello, guiado por un jacobinismo centralista extremo y la negación de la identidad corsa, hizo de la desposesión de la tierra su modus operandi. La tierra es un tema crítico para los corsos, pero todo colonialismo, además de las posesiones materiales, siempre ha pretendido tomar el alma, la cultura, los valores y el idioma de los colonizados. Que se avergüencen de hablar su lengua milenaria, que en la comunidad sojuzgada se imponga el auto-odio, un sentimiento de rechazo a su identidad al considerarla inferior a la de los dominantes. Pero como reconoce Edmondu Simeoni, «no puedo decir lo mismo en francés que en corso; las referencias y las imágenes y los códigos son otros».

La lucha de los corsos contra la desposesión de sus tierras, contra la negación de su identidad nacional, tuvo un punto de inflexión clave en los acontecimientos de 1975 en Aleria. Un comando de activistas liderado por Edmondu Simeoni, armado de escopetas de caza y a cara descubierta, ocupó la bodega de un colono pied-noir para denunciar la colonización agrícola y el derecho a una existencia colectiva como pueblo. La respuesta de París fue brutal. Al estilo de lo que la Gendarmería francesa haría después con los independentistas kanakos en la toma de rehenes de la cueva de Ouvéa de 1988, donde los masacraron, miles de gendarmes, por tierra, mar y aire, se lanzaron al asalto en Aleria. El balance: dos agentes muertos (luego se supo que fue por «fuego amigo») y un militante gravemente herido. Simeoni se constituyó prisionero y fue enviado al continente cuando la pena de muerte todavía no había sido abolida, los enfrentamientos se generalizaron, se impuso el toque de queda en Bastia... Aleria, simbólicamente, inauguró un nuevo ciclo en la revuelta de los corsos.

Meses después se creó el Frente de Liberación Nacional de Corsica (FLNC) y dio continuidad a la lucha de Aleria. El combate, terriblemente asimétrico, ya no se podía seguir a cara descubierta y, para muchos corsos, la clandestinidad constituyó la única forma para proseguir en él.

La acción clandestina en general, con más de 11.000 atentados en cuatro décadas, y muy particularmente el FLNC, que fue la fuerza que compaginó la organización de la resistencia política y su funcionamiento como de ejército de liberación, dominaron la política de los nacionalistas hasta 2010. Durante ese periodo, no faltaron expresiones de canibalismo entre diferentes facciones de la clandestinidad; luchas fratricidas y sangrientas que, además de cobrarse un gran número de vidas de activistas, eclipsaron otro tipo de discursos y de propuestas del nacionalismo corso.

Anatemas y falsos estereotipos

Ser un país insular, en el concierto de naciones, tiene una ventaja competitiva: no hay que dar tantas explicaciones. Es decir, a diferencia de los vascos que tenemos que explicar un país dividido en dos estados, con una parte de cuatro territorios a su vez dividida en dos comunidades y otra parte de tres no reconocida como tal, una isla se ve fácil en el mapa, su territorialidad resulta muy visible. Pero tiene también sus desventajas. Dependes de las rutas marítimas, y si no tienes el control del transporte ni continuidad mediterránea, la situación se complica mucho.

Corsica, con poco más de 300.000 habitantes, tiene una base económica precaria. Una industria turística fuerte y diversificada, un sector primario con muchas dificultades y apenas ninguna industria productiva. El asistencialismo y una dependencia económica respecto a París, labrada deliberadamente por la metrópoli, pesa mucho sobre el desarrollo de Corsica. Los sueldos son más bajos, pero salta a la vista sobre el terreno que, por ejemplo, el parque automovilístico o los puertos están plagados de grandes cilindradas y mucho lujo. Eso da pistas sobre la existencia de una economía subterránea y un flujo considerable de dinero negro.

Sí, es innegable la existencia del fenómeno que se conoce como grand banditisme corse, una criminalidad organizada menos centralizada que la siciliana que desde los tiempos de la descolonización de los territorios franceses, ya sea en Indochina con el opio o con los casinos de la Françafrique (los países africanos colonizados por los franceses), generó mucho dinero y una cultura concreta. Se extiende desde Marsella hasta las Antillas, e incluso la cinematografiada “French Connection” puede decirse que en un 80% fue una “Corsican Connection”. Al margen de los habituales brotes de violencia y ajustes de cuentas, que llegan a tasas superiores de muertes que en Sicilia, su peso en la economía es significativo y no puede pasarse por alto.

Este fenómeno ha sido posible por la existencia de un potente sistema de clanes, que a su vez lo ha alimentado hasta hacerlo muy presente en la política. Para los nacionalistas, romper con el asistencialismo de París y con el clanismo local es una prioridad.

Por otra parte, el “bandidismo” ha sido explotado para lanzar anatemas y falsos estereotipos sobre los corsos. Recientemente, el primer ministro francés, Manuel Valls, decía en la televisión pública que «los corsos llevan la violencia en su cultura». Gilles Simeoni, presidente del Consejo Ejecutivo de Corsica, con signos de contrariedad, se pregunta si se atrevería a «decir lo mismo de la comunidad judía o musulmana».

Otro estereotipo, amplificado recientemente tras unos disturbios que siguieron al ataque con cócteles molotov a bomberos corsos y la posterior quema de locales de oración musulmana en la que un ejemplar del Corán ardió, es el de «los corsos son racistas». Los mismos que hasta hace poco decían «l'arabe au pied du palmier, le Corse au pied du châtaignier», que querían dejar clavados a los pies de las palmeras y los castaños a árabes y corsos, generalizan la denuncia para presentar a Corsica como un pueblo xenófobo. Claro que hay racistas, como en Euskal Herria y en todo los sitios. Pero como recuerda Gilles Simeoni, los corsos tiene códigos propios, y cuando se unen y se conjuran son fuertemente solidarios y acogedores. A diferencia de miles de judíos de la metrópoli que fueron vendidos por sus vecinos franceses y enviados a los trenes que partían de Drancy hacia la muerte industrializada de Auschwitz, ni un solo judío de Corsica fue delatado y entregado a los nazis. La omertá corsa los protegió a todos.

Convergencia y madurez patriótica

La histórica victoria de los nacionalistas corsos simboliza un punto de no retorno para el viejo sistema de dependencia. La convergencia de fuerzas patrióticas, su madurez, les ha permitido ganar una primera batalla sobre el terreno institucional. París tendrá que convencerse, tarde o temprano, de que negar la realidad y atrincherarse en posturas ineptas solo puede conducir a una pérdida dolorosa de tiempo. Los electos que el pueblo corso ha elegido, a pesar de las presiones y temores agitados por los celosos servidores de un sistema extranjero, son apreciados y escuchados. Disfrutan de una legitimidad democrática que ningún prefecto u otro representante del Estado francés en Corsica jamás tendrá.

Con diferentes matices, todos nuestros interlocutores corsos insisten en que «el jacobinismo ha muerto en Corsica». Decenios de lucha contemporánea, con formas bien variadas, han creado unas condiciones que consideran «históricas». El camino está abierto. Solo falta coger la línea recta, a strada diritta, hacia la inevitable emancipación del pueblo corso.