Naiz

Así era la vida de las mujeres de Iruñerria en la Edad Media

Solteras con el pelo largo y suelto, y casadas con tocados de muy diversos tipos, trabajando en obras como la fortaleza de la plaza del Castillo y viudas obligadas a vender la virginidad de sus hijas para poder sobrevivir. Así era la vida de las iruindarras de la Edad Media, tal y como se recoge en el libro ‘Historia de las mujeres en Euskal Herria’, obra de Rosa y Ana Iziz.

Grabado de una mujer de Iruñerria del año 1572.
Grabado de una mujer de Iruñerria del año 1572.

Esta obra sobre las mujeres vascas, editada por Txalaparta, se centra en los periodos de la Prehistoria, la romanización y el Reino de Nafarroa, y toca de manera profusa y documentada aspectos de esa época como la misoginia y la sexualidad, la legislación relativa a las mujeres, su día a día, las acusaciones de brujería y su vestuario.

En lo que respecta a Iruñerria, en sus páginas se recogen diversos datos, especialmente de la Edad Media, Por ejemplo, se recuerda que en aquella época si una mujer estaba casada o soltera, se podía saber a simple vista. En Iruñea, las jóvenes solteras llevaban su cabello largo y suelto, como en el sur del reino, algo que las diferenciaba de las del norte de Nafarroa, Gipuzkoa y Bizkaia, que lo llevaban corto. Como adorno, se ponían una guirnalda o cinta de tela o terciopelo, y en el caso de ser la doncella noble y rica, diadema de plata o de oro.

Por su parte, las mujeres casadas se cubrían la cabeza con diferentes tocados. De hecho, había tanta variedad, que un viajero que visitó Iruñea en 1529 llamado Enrique Cook dijo que había tal cantidad que «no se ve en ninguna otra ciudad».



En la Edad Media era corriente que los clérigos vivieran con mujeres, con las que no se podían casar y con las que no existía ningún vínculo de tipo legal. Así, en 1295, el arzobispo de Iruñea visitó su obispado y encontró más de 200 clérigos amancebados, según se recoge en el libro de las hermanas Iziz.

Aunque puede parecer que la construcción era un trabajo solo desempeñado por hombres, durante los siglos XIII y XIV, gran número de mujeres se empleaban como operarias o peonas. Por ejemplo, entre 1308 y 1310, en la construcción de la primera fortaleza de Iruñea, la que terminaría dando nombre a la plaza del Castillo, participaron 250 hombres y 287 mujeres. Ellos cobraban ocho dineros al día y ellas, cinco. Más adelante, en 1521, cien mozas ayudaron a cien peones en las tareas del derribo del monasterio de Santa Eulalia de Iruñea.



En el siglo XIV, destaca en Iruñea la figura de Flandina de Cruzat. Tras quedar viuda joven, se casó con Miguel Deza, de una familia de cambistas de la capital. Cuando falleció su segundo marido, mantuvo el control de sus negocios y fue una mujer rica con gran cantidad de propiedades inmobiliarias y bienes muebles abundantes.

Otras mujeres no tenían tanta suerte y terminaban ejerciendo la prostitución o haciendo de alcahuetas, según se recoge en ‘Historia de las mujeres en Euskal Herria’. Las viudas podían pasar por apuros económicos tan graves que terminaban recurriendo a la venta de la virginidad de sus hijas para sobrevivir. Ese fue el caso de María de Ibero, que en 1539 fue juzgada en Iruñea bajo la imputación de vender la virginidad de su hija María de Chipía. Le acusaban de haber estado negociándola desde mayo hasta el 1 de noviembre. Ese día llevó a su hija, bien vestida y acicalada, a la posada donde vivía Juan de Alcarcón para que este efectuase sus propósitos, lo que así hizo y después la retuvo en su poder muchos días.

En lo que respecta la prostitución, hasta 1343, las prostitutas judías ejercieron su oficio en dos casas pequeñas de titularidad municipal situadas en la judería de Iruñea.



Aunque en el Barrio Nuevo (calle de la Merced, Tejería, Dormitalería y Labrit) o en el de las Carpinterías se consentían las casas públicas de mancebía sin ningún impedimento, en el de las Burullerías (actual San Lorenzo) se impedía que se instalara cualquier mujer que estuviera amancebada.

Desde 1514, las prostitutas se llamaban en Iruñea «mujeres enamoradas» o «buenas mujeres» y en los libros de las cofradías de Santa Catalina de San Cernin y San Nicolás, de 1534, aparecen con el nombre de «mujeres de partido».

En la capital no faltaba la presencia de monjas. Cerca de la actual plaza del Castillo existió un monasterio llamado Santiago Lakedengo, propiedad de la monja Gaia de Ipuzkoa, esposa de García Aznárez, señor de Ipuzkoa. Gaia lo donó en 1048 al monasterio de San Juan de la Peña.

El primer monasterio de monjas clarisas fundado fuera de Italia se erigió en Iruñea bajo el obispado de Remiro de Nafarroa (1220-28), en concreto en el barrio conocido como Santa Engracia de Jus la Rocha.

Como ahora, los insultos en esa época buscaban ofender al otro y se utilizaban con bastante frecuencia. Según se recogen en algunos pleitos, las iruindarras del siglo XV tenían «la lengua muy larga y afilada». Las mujeres que así se enfrentaban y se insultaban llamándose «ladrona, bellaca, puta o alcahueta» eran castigadas con penas económicas y obligadas a pedir perdón.



Aunque pueda resultar sorprendente, el divorcio era una práctica común en la Edad Media. Para la nobleza era más fácil de obtener que entre los campesinos, y para las mujeres de cualquier estrato era más complicado que para los hombres.

En el libro de las hermanas Iziz se destaca el caso de María de Lafita. En la Iruñea de 1592, el platero Luis de Suescun lleva a juicio a su esposa demandándole la separación matrimonial. Suescun estima que María de Lafita «es de tan horrible condición que no habrá igual en todo el reino y es tan insufrible que ha estado a punto de matarla varias veces. Que le ha vendido en varias ocasiones el vino de su bodega y la plata y oro de su oficio de tal manera que desde que se casó con ella está endeudado».

María de Lafita consiente la separación, pero suplica que se haga a su propia solicitud, acusando a su marido de crueldad y sevicias. La sentencia concede la ruptura matrimonial y ordena al platero devolver a María los bienes dotales.

Como estas, infinidad de anécdotas y hechos curiosos salpican este libro, en el que se ofrece una visión completa de cómo era la vida de las mujeres de Euskal Herria en esas épocas de la historia.