Mikel Otero

Hay una guerra en la frontera sur de Europa

Escribo este artículo desde el shock emocional, a corazón abierto, con la sensación de que estamos ante las últimas llamadas de advertencia de hundimiento, que tiene en la frontera sur europea un buen ejemplo de las formas salvajes con las que el capitalismo del siglo XXI pretende desarrollarse.

Habrá quien considere ingenuo pretender conseguir algo con una caravana de 500 personas que recorren y señalan lugares hablando de la política migratoria europea y estatal. ¿Tendrán razón? Visto lo visto hasta ahora, siento que es posible que estemos asistiendo a un proceso de deshumanización sin vuelta atrás. Pero también tengo claro que la partida de la solidaridad, de la defensa de los derechos humanos, de la denuncia de la barbarie hay que jugarla con decisión. Y no va a ser fácil.

La caravana Abriendo Fronteras, Mugak Zabalduz, tras la experiencia en Grecia de 2016, ha sido lanzada por un conglomerado de organizaciones relacionadas con la solidaridad internacionalista, el feminismo, la defensa de derechos humanos, etc. Recorre la geografía del Estado español, aunque podría ir a cualquier parte, ya que la política migratoria europea se está convirtiendo en una guerra contra las personas que huyen de las consecuencias de los vientos sembrados por Occidente.

Los objetivos son sencillos. Visibilizar lo que se pretende ocultar. Hacernos conscientes, vivencialmente, de las vejaciones a las que se ven sometidas a diario millones de personas. Ejercer, en directo, de altavoces humanos del drama observado. Y volver a nuestros lugares de origen a contagiar a nuestro entorno para ser más, muchas más, hasta poner patas arriba el discurso que nos presenta al inmigrante, a la refugiada, como una amenaza para nuestro nivel de vida. La metodología, más sencilla aún: mover un enjambre humano suficiente para llamar la atención allá donde se presente, llevando gritos de solidaridad y denuncia a nuestro paso (y cámaras que lo registren). La vara de medir del éxito, el férreo control policial e institucional al que la caravana se ve sometida a diario. Mi objetivo personal no ha sido otro que ser bulto en esta peculiar comitiva, ser parte de este enjambre humano que perturba el ocultamiento solo con señalarlo. Y hacer de reportero improvisado para difundir en redes y multiplicar mensaje.

Hemos denunciado el polígono militar de las Bardenas en Nafarroa, nos hemos concentrado o manifestado frente al Congreso, en Sevilla, frente a Iberia y Vueling en el aeropuerto de Sevilla, ante los CIE de Algeciras y de Tarifa, y hemos centrado el grueso de la denuncia en Melilla, única frontera terrestre (junto con Ceuta) entre Europa y África. Aquí seguimos..

Melilla tiene un ecosistema muy particular, en el que se mezclan varias problemáticas, cada cual más terrible. Más allá de la necesidad constante de afirmación de identidad española que les tiene atrapados en una iconografía y un callejero profascista, Melilla reúne en sus escasos 12 km2 varios ejemplos de violación sistemática de derechos humanos. Al igual que en otros lugares de la UE, se constata a la perfección que el Gobierno español y las instituciones comunitarias no solo están eliminando y suspendiendo derechos, también están reconfigurando quiénes son sujetos de derecho y quiénes quedan fuera de la categoría de seres humanos. La ruta “inhumana” tiene múltiples paradas:

– El CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes), donde inmigrantes y refugiados esperan hacinados un futuro incierto. Un antiguo trabajador del CETI me confesaba que muchas de estas personas, que no tienen delitos a sus espaldas, pueden pasar hasta 3 y 4 años dentro.

– La valla, con sus seis metros de altura y su diseño criminal rematado por concertinas, con cacharrería de última tecnología para que quienes huyen de la nada y aguardan en condiciones infrahumanas el momento de saltar lo tengan más difícil.

– El paso fronterizo, donde las porteadoras (mujeres marroquíes estigmatizadas por ser solteras, maltratadas…) trabajan en condiciones de semiesclavitud para pequeños y grandes trapicheros (está permitido pasar todo lo que una persona pueda cargar encima, de ahí la salvajada de llevar bultos de hasta 80 kilos). Mulas humanas, tanto por el peso que cargan como por el trato de sus “contratistas” (entre 1 y 3 euros por carga) y la Policía de frontera de ambos lados, que las golpean y empujan como a ganado.

– Los MENA (Menores Extranjeros No Acompañados), algunos en centros de acogida, pero muchos de ellos en las calles, bajo puentes, amenazados, perseguidos, con eternos 17 años para no pasar a peor situación por mayoría de edad. Pululando por el muelle para colarse en cualquier hueco peligroso que les lleve a la Península. Hemos hablado con ellos, hemos jugado al fútbol, hemos merendado juntos, pero no he visto a ninguno relajar esa mirada desconfiada de perro apaleado.

Y claro, no se puede pasar por aquí y pretender volver sin factura emocional. Las tripas se abren en canal. Tocará llorar mucho antes de digerir todo esto. Y no hemos visto más que la punta del iceberg. Hombres que saltan vallas, chicos adolescentes que viven en la calle… ¿Y cómo migran las mujeres? ¿Qué sabemos de la trata? Una vez más, invisibilizadas, con sus cuerpos como frontera, en los que se libra la batalla entre la explotación y violencia frente a la fortaleza y resistencia para llevar adelante su proyecto migratorio y vital.

A pesar del shock que provoca ver las problemáticas específicas y concretas, no debemos perder de vista que esta situación extrema de la frontera sur es, además de un drama humano, síntoma de una enfermedad profunda que no va a mejorar por sí misma. El paquete que ofrece el capital en este momento histórico es libertad de flujo de mercancías y beneficios y contención de excluidos a través de políticas migratorias y de seguridad cada vez más atosigantes (que no se limitan a las personas migrantes).

Entretanto, hay síntomas de agotamiento sistémico llamando a la puerta cada vez con más fuerza (léase agotamiento de hidrocarburos o cambio climático, entre otros). Es previsible que el número de personas desplazadas, de no cambiar el paradigma, tienda a subir. La derecha también lo sabe y se ha adelantado. Ganando o perdiendo elecciones, pero imponiendo una visión hegemónica del migrante como amenaza, lanzando con éxito una guerra entre pobres que tenemos que encarar ya, porque tenemos el debate encima de la mesa. Nos pilla con el pie cambiado. Todavía aspiramos a gobernar domesticando al capital, haciéndolo amable, lo que nos lleva a no poner en el centro estos problemas. Pero no hay margen para pasar de perfil. La guerra es más cruda en la frontera sur, pero poniendo un poco de atención la podemos ver a diario a nuestro alrededor. Las alianzas estratégicas deben incluir a las personas excluidas o en riesgo de exclusión, que cada vez serán más.