Ainhoa Güemes eta Zaloa Basabe Blog
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Maternidades, género y clase

Zaloa Basabe

Yo también creí en una época que los textos que comenzaban con primera persona del singular (o del plural) carecían de rigor científico. Que la objetividad aportaba la seridad y el distanciamiento que quien analizaba o investigaba necesitaba para su exposición. Por suerte conocí a Dora Haraway y a otras muchas investigadoras feministas que reivindicaban la exposición desde la subjetividad, el posicionamiento de la autora, sin que por ello el texto adoleciera de veracidad. Despojada pues del complejo inicial de exponerme en primera persona, y recordando la multitud de discusiones que tuvimos durante la juventud, cuando algunos compañeros cacareaban aquello de que “las preocupaciones personales son preocupaciones burguesas” excluyendo del debate político aquellas cuestiones y malestares que se creaban y desarrollaban en el ámbito de la privacidad (que no intimidad), me dispongo a narrar algunas de mis experiencias personales que han chocado en estos años con las cada vez más habituales y enconadas discusiones sobre los diferentes modelos de maternidades.

En estos últimos ocho años he tenido tres hijas y dos abortos. He estado empleada en tres trabajos, he pasado por un periodo de desempleo y por otro de estudiante de Posgrado en la Universidad. He dado teta durante un año en un caso, he optado por lactancia mixta en otro y el tercer caso está por definir. Solicité reducción de jornada con la primera, a la segunda la amamanté entre apuntes de la uni, sacándome leche en los descansos y con la tercera me incorporaré después de las 16 semanas de baja maternal. En este punto, no pasa día en que alguien me pregunte (me interrogue, en realidad) “¿te vas a incorporar ya? ¿no vas a pedir excedencia? ¿cómo te vas a apañar?”.

Como feminista me repatea que a mi compañero no se le hayan planteado las mismas cuestiones, como miembra de la clase trabajadora, no puedo eludir el caracter no solo político sino también económico que subyace en cada una de las decisiones que tomamos en todas y cada una de nuestras actividades humanas, entre ellas la reproductiva y la crianza.

Los modelos de maternidades por los que optamos y que, al parecer, nos definen como madre hay que analizarlos no solo desde el punto de vista del género, aquel que nos presupone una disposición natural para la entrega gratuita e incondicional del cuidado de nuestras criaturas, sino también desde el punto de vista de clase, que forzosamente sitúa nuestro punto de partida a la hora de plantearnos cuáles son nuestras oportunidades en una partida con las cartas marcadas. He discutido mucho estos años con diferentes madres (y con menos padres) y he llegado a la conclusión de que debatir sobre el modelo de maternidad con una subdirectora de Caixabank es casi como hacerlo con la monja Alférez. Interesante, pero no tiene nada que ver conmigo, con mis condiones materiales a partir de las cuales construyo mis proyectos vitales. Difícilmente compartiré con la primera el modo de criar, el tiempo de lactancia o de excedencia, de cuidado exclusivo. En situaciones de vulnerabilidad económica el cuidado exclusivo me convierte en trabajadora excluida. Hay quien me acusa entonces de haberme plegado a las necesidades del mercado capitalista, que prima la acción productiva respecto a la reproductiva. Seguramente sea así, pero el caso es que, en las coordenadas en las que sitúo mis planteamientos, el capitalismo aparece como uno de los ejes vertebradores de la realidad sobre la que incido sin querer o queriendo. No se trata de preferir trabajar de forma remunerada a cuidar de forma gratuita (cosa que sería perfectamente planteable si no fuera porque ciertas/os gurús de la crianza, además de quitarnos el carnet de madre, nos condenarían a los fuegos de la perpetua culpabilidad) sino de replantearnos y plantarnos en una época en la que atonomía económica y autonomía personal se han convertido casi en sinónimos y en la que la escavitud de la precariedad difícilmente puede asumir, sobre sí misma, la esclavitud de la maternidad.

   Lo cierto es que yo no he elegido libremente una u otra manera de maternidad; lo que he hecho ha sido, siendo consciente de mis condicionamientos de clase, optar por aquellos modos que en cada momento han permitido una supervivencia más digna a lo que viene denominándose unidad familiar, entendida también como unidad económica. Porque parece que solo las ricas pueden hacer números. Quienes no lo somos, no solo podemos, si no que nos vemos obligadas a hacerlos continuamente. Pos eso echo muchísmo de menos en los debates sobre maternidades y más aún entre quienes se denominan defensoras de la crianza natural la cuestión económica, la cuestión de clase; porque a los malestares generados por la actividad de la crianza en el sistema sexo/género, debemos añadir los malestares y contradicciones que aparecen en el desarrollo de esta actividad en el sistema capitalista.

   Cuando desde los púlpitos de flores de Bach anucian la crianza natural como la única posible para alcanzar la felicidad de nuestras criaturas y la realización absoluta de la madre, nos olvidamos de la situación real a la que se enfrentarán muchas madres trabajadoras tras años de exclusión del mercado laboral. Los modelos y las soluciones que planteemos a las múltiples contradicciones que nos genera la maternidad a las trabajadoras tienen que analizar el modelo económico en el que se desarrollan y combatirlo de forma colectiva, de manera que la pregunta “¿y qué piensas hacer cuando se te acabe el permiso?” se torne en “¿y qué vamos a hacer con estas medidas insuficientes y con el desmantelamiento de los servicios públicos que hacen que los cuidados no se planteen como una actividad económica y que cada cual tenga que desarrollarlos en su propia economía sumergida doméstica?” Quienes optamos, o directamente no tenemos otro remedio que volver a trabajar a jornada completa tras los escasos cuatro meses de permiso ¿tenemos que ser percibidas como desalmadas que priorizamos nuestro trabajo a nuestras criaturas?

Liberadas como feministas del mandato patriarcal que nos sitúa, antes de forma exclusiva y ahora de manera preferente, en el ostracismo del hogar, ¿tenemos que someternos ahora al sentimiento de culpabilidad por no poder llevar en la manduca a nuestra prole durante los tres años en los que daremos teta y permanecer en los columpios hasta que anochezca? ¿posponiendo nuestros trabajos, nuestra autonomía, nuestros proyectos…? ¿posponiéndonos, en definitiva, a nosotras mismas y a todas esas cosas que también nos constituyen como seres complejos y agentes activos de nuestra comunidad? ¿Por qué las lecturas marxistas se dicen trasnochadas y la crianza primitiva es tan contemporánea?

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