Mariasun Monzon
PeRIODISTAS EN ZONAS DE CONFLICTO

Periodistas en la línea de fuego

Hacen de su trabajo su pasión y se consideran afortunados por poder dedicarse a lo que les gusta. 7K ha hablado con cinco periodistas, «freelances» todos ellos, que desarrollan su labor profesional en zonas de conflicto. Cinco voces diferentes, una opción de vida.

Nos hemos acostumbrado tanto al desenfadado heroísmo de la versión cinematográfica de los corresponsales de guerra, que de algún modo se han vuelto más importantes que las personas de las que informan. Se supone que Hemingway liberó a París –o por lo menos el bar de Harry–, pero ¿habrá un solo lector que recuerde el nombre de un francés que haya muerto liberando a París?». En un artículo titulado “Reporteros ‘de guerra’: la verdad incómoda”, el periodista británico y corresponsal en Oriente Medio para “The Independent” Robert Fisk desmontaba ese romanticismo asociado a los reporteros de guerra y denunciaba la doble moral de Occidente. “Los cínicos no sirven para este oficio”, titulaba uno de sus libros Ryszard Kapuscinski; «ningún héroe es el caído», se puede escuchar en “La despedida”, una canción de la Guerra Civil Española; «sin periodistas independientes la guerra no sería más que un bonito espectáculo», señalaba un comunicado de Reporteros sin Fronteras... Mucho se ha escrito y visto en torno a los periodistas en zonas de conflicto. El cine, la literatura, los propios soportes informativos han contribuido a crear una aureola en torno a estos profesionales de la comunicación que, salvo excepciones, no se reconocen en esa imagen.

Mikel Aiestaran, Ricardo García-Vilanova, Manu Bravo, Pablo González y Andoni Lubaki son cinco periodistas que desarrollan su trabajo en zonas de guerra. Cinco trayectorias diferentes, cinco perfiles distintos. Todos son freelances, pero Aiestaran y González trabajan casi en exclusiva para unos medios concretos; los tres restantes, fotoperiodistas todos, aunque tienen algún soporte prioritario, publican hoy aquí y mañana allí, donde les compran el trabajo. Están especializados en Oriente Medio, Libia, Palestina, Europa Oriental o Sáhara, pero su mapa se extiende a otros conflictos mucho menos mediáticos pero no menos sangrantes. Cinco experiencias diferentes, cinco puntos de vista, pero un lenguaje común: ninguno cree que su trabajo sea especial –«es una profesión como otra cualquiera, solo cambia el entorno», dice García-Vilanova–, todos reniegan de esa imagen de «superhéroe» que se tiene de los periodistas de guerra –«Parece que la figura del periodista es más importante que lo que cuente», comenta González–, y los cinco confiesan que lo suyo es «pura vocación». «Es lo que sé hacer, lo que quiero hacer, y lo que tengo la suerte de poder hacer», declara Manu Bravo.

Hemos hablado con ellos sobre su trabajo, sobre su manera de afrontarlo; sobre el conflicto y el postconflicto, sobre la noticia y las prioridades de Occidente, sobre las grandes agencias internacionales, sobre el riesgo. Un mosaico de ideas que nos aproximan al quehacer de estos cinco periodistas, sí, pero también a un mundo en conflicto permanente y en el que hay «bombazos de primera y bombazos de segunda».

Da la sensación, viendo y escuchando los informativos, de que en el mundo solo hay tres o cuatro conflictos. Ahora es la crisis de los refugiados, el ISIS, los atentados en capitales europeas, Siria... Y los periodistas acuden en masa a esos «puntos calientes», obviando otras zonas también en conflicto. ¿Por qué todos al mismo sitio?, ¿por interés personal?, ¿por qué es lo único que vende?

Mikel Aiestaran. Hay algunos aspectos que se repiten en los conflictos más mediáticos. El primero es que haya intereses occidentales en juego; otro punto que siempre se repite también es cuando hay una presencia militar, ya sea una invasión o bombardeos de países de la OTAN; los intereses energéticos también suelen ser claves; y a estos hay que añadir los desastres naturales. Creo que estos son cuatro aspectos que se repiten a lo largo de todo el mundo. Pero, sobre todo, es que tengamos algún punto de interés, o que afecte de alguna forma, directa o indirecta, a nuestras audiencias.

Ahora mismo, estamos en el momento del Estado Islámico; ahí donde haya un ataque del Estado Islámico va a estar en las noticias. Pero eso es, sobre todo, por lo que ha pasado en París y Bruselas, y por el derribo del avión de los turistas rusos en Egipto. Es lo que ha puesto al Estado Islámico en nuestras coordenadas. Porque antes, cuando estaban solamente activos en Irak y en Siria, no tenían una presencia mediática tan fuerte.

Y, por supuesto, está el hecho de que hay bombazos de primera y bombazos de segunda. África no interesa en Occidente.

Ricardo García-Vilanova. Hay muchos componentes. Obviamente, está el medio. Y, al final, los medios son los que guían a los periodistas… Los medios no dejan de ser negocios, y eso puede llegar a marcar la agenda. Después, hay un grado de proximidad: en el caso, por ejemplo de los refugiados, ¿por qué de repente hay esa implicación? Porque afecta a Europa, nos afecta directamente. Y después, hay un tercer matiz, que para mí sería la accesibilidad: por ponerte un ejemplo, en Syria, al principio, entre el 2011 y aproximadamente agosto del 2012, no había apenas periodistas, y cuando se abrieron las fronteras de Bab al Salama, en Turquía, llegaron en manada. Y eso tuvo su parte buena y su parte mala: su parte buena es que a más periodistas más visibilidad; y la parte mala fue que en un momento determinado aquello parecía un circo. Por explicarte algo –siempre cuento lo mismo, pero es que fue así–: yo vivía en un hospital desde hacía 3 o 4 semanas, y cuando abrieron la frontera llegaron tours, literalmente, en furgonetas, que lo que hacían era llegar, se bajaban, hacían cuatro fotos de la gente que estaba tirada en el suelo, destrozada, y luego se iban. Obviamente, los médicos se enfadaron y al día siguiente cerraron el acceso a toda la prensa. Ese es el tercer factor, la accesibilidad: antes no había periodistas porque no había acceso, y de repente hay acceso y se genero eso...

Pablo González. Yo me niego a entrar en ese carrusel: cubro lo que sé. Pero sí es verdad que la gente va en masa al punto caliente del momento. Normalmente es porque eso es lo que vende. Los fotógrafos son el mayor exponente. Un fotógrafo debe estar ahí, sin eso no hay foto. El periodista que escribe no debería caer en ese juego, tendría que especializarse y solo ir a las zonas de las que sabe. El que mucho abarca...

Andoni Lubaki. Hay una crisis muy grande en Somalia desde hace treinta años y aquí nadie intenta arreglar nada. En Kenia, en Etiopía, en Angola, en Costa de Marfil, en el norte de Nigeria, en Mali,... ¿Qué está pasando con los tuaregs del norte de Mali? ¿Qué es lo que pasa en todos esos países? Si vas allí e intentas hacer algo decente, a la vuelta te encuentras con las puertas cerradas, te dicen que no, que no interesa en ese momento, que está el tema de los refugiados, por ejemplo. Con lo cual..., es que somos freelances, no somos hermanitas de la caridad.

De todas formas, en mi caso, como es vocacional, también vas a sitios solo por el interés que te despiertan, sin tener en cuenta la rentabilidad económica; por ejemplo, aquí, en el Sáhara, donde si cuento todos los viajes que he hecho dudo que me haya salido rentable desde el punto de vista económico. Pero lo voy a seguir haciendo; creo que es importante que haya gente hablando sobre estos conflictos... Luego nadie podrá decir: «no, es que no había ningún periodista». Sí, sí lo había, lo que pasa es que no se le prestó atención. ¿Por qué? Porque no se quiere, porque está todo filtrado: AP, AFP y Reuter venden muchas más noticias y fotos en Europa que en Chad o en Niger. Con lo cual, como somos muy ombliguistas, queremos ver noticias y fotos que traten sobre nosotros mismos.

También nos llegan muchas imágenes de bombardeos, tanques de guerra, ciudades arrasadas..., pero pocas de la guerra después de la guerra.

M.A. Yo creo que sí se trabajan. Lo que pasa es que, lo que te he dicho antes, en un momento de breeking, de actualidad, vas a tener doscientos periodistas, y en un momento de postconflicto vas a tener dos. Pero sí creo que hay material de después de la guerra. De hecho, yo estoy metido en un colectivo de periodistas que se llama 5W (www.revista5w.com) y acabamos de hacer un monográfico superexhaustivo sobre “después de la guerra” precisamente y hay reportajes superpotentes.

R. G.-V. Totalmente de acuerdo, pero nosotros no tenemos la decisión final de publicar lo que queremos, lo que creemos que es importante en un momento determinado. Podemos enviar, podemos intentar condicionar, pero la decisión final es de los medios… Yo a veces, muy pocas, voy enviado por medios, y muchas otras veces, el resto, por interés personal. Por eso, prefiero trabajar con organizaciones como Médicos Sin Fronteras o Cruz Roja Internacional, que necesitan de esas imágenes que puedan generar más implicación de lo que puedan hacerlo en el periodismo.

M. B. Creo que siempre es bueno echar la mirada atrás y ver los resultados de todo eso. Dicho esto, a veces pienso que esa afirmación es cierta, otras –pongo el caso de los refugiados– creo que se trabaja demasiado sobre las consecuencias y no tanto sobre las causas. Hace años que no veo fotos de combates de Siria. Hace años que no veo un esfuerzo serio por cubrir esa guerra. Al final, la sensación es que esa gente huye de una guerra cualquiera, y no es cierto. La intensidad de la guerra de Siria creo que solo podría ser comparable, para mi generación, con la guerra en Yugoslavia.

P. G. Eso no vende. Tal cual. Además, todo conflicto debe ir in crescendo. El que hoy se tiren cócteles molotov es noticia hoy, al cabo de una semana, o pasan a granadas de mano o ya no vende; y la siguiente, artillería; y la siguiente, algo más... Es triste, pero es así. La posguerra no interesa. No hay imágenes tan impactantes, y la miseria no es tan extraordinaria para los medios.

A. L. Gervasio Sánchez tiene una frase muy buena: «Una guerra no termina cuando lo dice la wikipedia. La guerra termina cuando los daños hechos a la población civil se reparan». ¿Se han reparado en alguna guerra los daños hechos a la población civil? No. ¿Cuándo termina una guerra? No termina, se diluye... Generación tras generación, llega un momento en el que el olvido diluye el sufrimiento.

Piensa que aquí todavía estamos hablando de 1936. Ochenta años después, aquí, en el Estado español, todavía se está hablando de reparar los daños que se hizo a la sociedad. Esa guerra, para mí, todavía no ha terminado.

Informativamente no es noticia, pero no por eso deja de ocurrir. Y no es noticia porque el mundo de la comunicación es un negocio muy rentable, y no hablo tanto desde el punto de vista económico como político.

Actualmente, son pocos los medios que envían a sus especialistas en plantilla a cubrir un conflicto. Hoy, todos echan mano de las tres o cuatro agencias líderes en la cobertura internacional; y, en el mejor de los casos, contratan los servicios de periodistas «freelances». ¿Vemos el mundo filtrado por esas tres o cuatro agencias que sí se pueden permitir la cobertura?

M. A. No estoy de acuerdo. Creo que, con los datos en la mano, cada vez que hay un breking fuerte, los medios siguen enviando a su gente, tirando de freelances o de periodistas más o menos de su confianza. Lo que sí se ha perdido, quizás, es el seguimiento de esas crisis.

Por otro lado, respecto a la realidad filtrada, si sigues con el esquema mental de los medios tradicionales a la cabeza, sí, pero ahora mismo en internet lo tienes todo; ahora mismo, en las redes sociales puedes estar viendo cómo se está bombardeando Alepo prácticamente en directo. No necesito que vaya AP o Reuters a contármelo, si yo quiero, lo veo.

M. B. Aquí hay varios puntos. Los medios se pueden permitir esas coberturas. Que no lo hagan porque prefieren dar preferencia al enésimo título de liga que toque, es otra cosa.

Es cierto que, al final, hay cuatro o cinco agencias en el mundo que marcan los ritmos, pero también es cierto que nunca han existido tantos periodistas independientes en el terreno. Quieras o no, eso también aporta frescura a estas grandes agencias que, en su afán por llegar a todo, tienen que confiar en gente que muchas veces no es de su cuerda.

P.G. Parece mentira, pero últimamente, que es cuando menos se paga, más gente va. Sí es verdad que las agencias marcan un mainstream bastante claro, pero hay espacio más allá de ellas, en la información escrita al menos. En vídeo y foto la cosa sí empeora bastante, ahí esas agencias sí son unos ogros bastante inexpugnables.

A.L. El mundo está muy filtrado por los intereses, tanto económicos como políticos, que hay detrás de estas tres grandes agencias [Reuters, France Press y Associated Press]. Mandan a un periodista y uno o dos fotógrafos a una zona de conflictos para que saquen fotos espectaculares. Y de la información que manden esos tres van a comer miles y miles de periódicos, que van a utilizar ese material. Con lo cual, si eso no es filtrar...

¿Es suficiente con estar cuatro o cinco días en la zona?

M. A. Depende del conflicto. Ahora es muy raro una cobertura de más de diez días; no se mantiene el interés informativo más allá de tres o cuatro días. Tiene que ser algo muy puntual. Con lo cual, para cubrir la información, me parece suficiente. Otra cosa es que si quieres hacer algo más en profundidad, lógicamente no.

En los medios tradicionales no te va a aguantar la cobertura, pero ahora hay otras plataformas, otras formas de mantener el pulso informativo.

R. G-V. Yo intento estar el máximo de tiempo posible. Por ejemplo, en Siria, he estado en estos últimos cinco años unas quince veces, en diferentes viajes. Creo que es ese tipo de trabajo en el que puedes invertir el tiempo necesario para que al final la gente te conozca y, sobre todo, por respeto: eres un fotógrafo y estás ahí por lo que estás... Es mi forma de trabajar.

M. B. No soy amigo del periodismo de paracaídas, si bien es cierto que a veces no hay otra forma de hacerlo. Personalmente, pienso que el fotoperiodismo tiene una carga de experiencia importante: de contacto, de pateo, de calle, de cafés, de cigarros, de empotrarse, en definitiva, en la vida de los otros. En la fotografía no entran los datos, ni las cifras, ni las últimas declaraciones del consejo de turno en Naciones Unidas. Sin la gente, sin el acceso más o menos profundo a sus vidas y a sus experiencias no hay material para fotografiar. Para eso, hace falta tiempo.

P. G. En mi caso, me suelen bastar unos cuantos días en la zona más caliente para poder hacer bien mi trabajo. De un total de, por ejemplo, tres semanas de viaje, no suelo permanecer más de diez días en zonas de frente o cercanas. De todas formas, yo conozco bastante bien la región donde trabajo. Antes del conflicto, ahora, durante y, seguramente, seguiré por ahí después. Por eso, a mí me basta con menos tiempo. Si tuviera que ir ahora a Libia o Siria, no me valdría la misma fórmula. Es verdad que hay gente que sin tener ni idea de a dónde va intenta hacer el mismo trabajo en cualquier sitio, tanto si lo conoce como si no. Especialización, para mí es clave para el trabajo bien hecho.

A. L. ¿Cuánto tiempo suelo pasar? Depende. Para hacer un buen trabajo necesitas pasar mucho tiempo y volver al terreno muchas veces. Por ejemplo, ahora en el Sáhara voy a pasar mes y medio; en otro sitio, igual en diez días lo tengo hecho, o en tres semanas, y hay sitios a los que vuelves y vuelves una y otra vez para poder sacar algo.

La persona que diga: «yo entiendo el conflicto», es que no me fío de ella. Uno puede entender el conflicto, digamos, desde una perspectiva burocrática, pero luego a pie de calle, sobre el terreno, no entender nada. Un conflicto tiene varios niveles: yo puedo intentar entender y llegar a comprender algo de un nivel; del otro, no. Yo sé lo que está pasando delante de mí, de lo que está pasando a mis espaldas, no sé.

¿Tiene que ser imparcial un periodista de guerra?, ¿tiene que ser una voz neutra? ¿Es fundamental la empatía con la víctima?

M. A.L. Desde el momento en que vas a una guerra, eliges uno de los bandos. Lo que sí he aprendido es que no puedes estar hoy en uno y mañana en otro. Si apuestas por un lado en la cobertura, tienes que estar en ese lado. Y lo más lógico es que generes empatía con la gente que te rodea, sobre todo si es la más débil.

R. G.-V. Creo que lo fundamental es la empatía y el respeto. Evidentemente, desde el momento en que entramos en un sitio y decidimos tomar un ángulo o escogemos un bando, perdemos en cierta forma esa objetividad que como periodistas tendríamos que conservar al máximo, pero, obviamente, eso es una quimera. Ahora bien, los periodistas tenemos que intentar tener el máximo de objetividad posible y no dejarnos influenciar por elementos externos.

M. B. La imparcialidad se te quita desde el momento en el que uno te tira las bombas y otro te protege de ellas. El que diga lo contrario, es un embustero. Más allá de eso, el lenguaje es subjetivo y la fotografía, como lenguaje, no es distinta. Lo único que podemos hacer como periodistas es agarrarnos a la franqueza y la honestidad.

La objetividad, el equilibrio y nuestra mirada clínica y quirúrgica es una de esas máximas que solo se aplican en el aula de la universidad y en la mentalidad del idealista que, a mi juicio, pasean poco por el mundo o lo hacen con los ojos cerrados.

P. G. Para mí, sí debe ser imparcial, si no, se convierte en un comparsa. Al final, la tarea de un periodista es informar, no ponerse de un bando. Tiene que intentarlo. Está claro que no se puede ser neutro y totalmente objetivo, pero más allá de las simpatías personales hay que mostrar y explicar lo que ahí sucede, con lo bueno y con lo malo.

La empatía debe estar presente en el trato del día a día, pero no en el resultado global. Lo malo es malo aunque lo hagan los luchadores por la libertad en contra del mayor de los tiranos. Otra cosa es que tú los entiendas sobre el terreno, pero no se debe tomar partido.

Hay gente que confunde el periodismo con el activismo; no es lo mismo, y mezclarlos es hacer un flaco favor a la verdad.

A. L. Sabiendo que la objetividad como tal no existe, un periodista tiene que intentar ser imparcial ante lo que ve. Al periodista hay que exigirle que sea imparcial, no que sea objetivo. ¿Empatía con el damnificado, con la víctima? Eso sí, siempre. Aunque hay que subrayar que el solo hecho de ser víctima tampoco te da toda la razón. Porque ahora parece que solo por ser víctima ya tienes toda la razón...

En nuestra profesión hay que tener un escudo ético. Mis opiniones pueden ir variando, pero mis pilares fundamentales siguen ahí: La objetividad no existe, hay que intentar ser imparcial y tener empatía con la víctima.

¿Qué papel juegan los periodistas locales? ¿Pueden ayudar a abrir puertas? ¿Qué relación tiene el corresponsal que va a la zona con estos locales?

M.A. Aquí, donde hay doscientos mil periodistas, está todo supertrillado. No es lo mismo que cuando vas a un sitio más virgen, cuando tienes que tirar más de gente local.

R. G.-V. Creo que hay que hacer dos distinciones superimportantes: lo que es un periodista local y lo que es un activista local. Yo estoy a favor, obviamente, de los periodistas locales, porque son los que conocen el país, quienes tienen las llaves, los contactos, el idioma…, todos las claves para, en un momento determinado, darte una visión mucho mas profunda que la que tú puedas llegar a tener nunca. Porque, al final, tú eres un extranjero, y difícilmente puedas llegar a comprender, por mucho tiempo que estés, lo que sucede.

Otra cosa son los activistas que ejercen de periodistas. Y entiendo que los activistas sí que están más contaminados, se dejan llevar más por las emociones.

P. G. Intento no utilizarlos demasiado de fixer, que es una práctica muy común. Más que con periodistas, suelo tratar con los locales, sea cual sea su profesión. Un periodista te puede contar algo, pero un policía, un político local... puede ser más interesante. Al final, lo primordial son los contactos que hagas, tu red. Por ello, es importante conocer el terreno, la gente, la cultura, y el idioma, por supuesto.

A. L. Es básico el papel de los locales. Estoy harto de ese discurso de que «yo llegué, me tuve que meter en la boca del lobo, sacar estas fotos...». Perdona, o conoces a alguien del sitio o nadie, nadie, nadie se mueve sin la guía de periodistas locales [fixer]. Para ir del punto A al punto B, tú tendrás carnet de conducir, podrás tener un coche, pero necesitarás siempre algún chofer o alguien que te pueda indicar por dónde ir de manera segura, alguien que pueda hablar con los guardias si te paran, alguien que pueda saber qué permiso es necesario... Y eso se paga, es una figura profesional. Yo no conozco a ningún periodista que no haya trabajado con periodistas locales; y omitir esa figura del fixer es faltar a la verdad y al respeto hacia los locales

El periodista local siempre corre más riesgo, porque el occidental se va y él se queda ahí... Nosotros somos paracaidistas, y nuestro paracaídas son los fixer.

La fotografía que se intenta capturar, la información, ¿merecen el riesgo que se pueda correr? ¿Qué es el riesgo para ustedes?

M. A. Para mí, es importante saber controlar el miedo, saber ponerte tus propios límites, ver hasta dónde puedes llegar. Respetar los límites de cada uno es fundamental. Por eso trabajo siempre solo, porque igual vas con otra persona que no conoces bien, él puede ser más temerario que tú, y tú por seguirle, le sigues… Yo voy solo, y voy hasta donde quiero ir. Para mí, ponerse límites es fundamental.

R. G.-V. Quienes asumen el riesgo son las personas que están atrapadas en el conflicto. Tú eres un privilegiado en ese mundo; puedes ir, puedes volver cuando quieras. Esas personas son las que realmente están pagando ese precio y, al final, hablar del riesgo de un periodista me parece una frivolidad en cierto sentido, porque a nosotros nadie nos obliga a ir.

P. G. El riesgo es meterte en situaciones donde la cosa no depende de ti y la variable mala suba enteros. Acercarte al frente donde cae fuego de artillería es riesgo, ir con un chofer local a toda velocidad sin luces y por una carretera mala es riesgo, salir a tomar una cerveza al final del día a un bar lleno de gente armada es riesgo. Son todos diferentes y la variable mala es diferente, pero riesgo es.

El riesgo lo tiene que asumir cada uno y decidir si vale o no. En general, no lo vale, se tiene que buscar la seguridad siempre. Ahí es donde entran las ganas de aventura de cada uno. Yo las he tenido, y sé perfectamente que en varios momentos no tenía que haber arriesgado, pero fue elección personal mía, consciente y tonta. No me arrepiento.

A. L. El riesgo a veces es necesario para poder sacar algo. Riesgo por riesgo, no. Riesgo por la noticia, sí. ¿Hasta qué punto? Cada uno decide. No hay fotografía, ni nota de prensa, ni vídeo que merezca la vida ni del periodista ni de aquellos que le acompañan.

MANU BRAVO

Manu Bravo nació en Zaragoza en 1981, aunque vive desde niño en Gijón. En la actualidad tiene fijada su residencia en Torino (Italia), pero pasa tanto tiempo fuera de casa que ha decidido no contarlo. Experto fotoperiodista, galardonado con el Pulitzer en 2013 por su cobertura de la guerra en Siria, no se pregunta por qué ha optado por la cobertura de conflictos –«obedece a mi lado emocional, más que al racional»–, pero sí siente que esa opción le permite ser «testigo de la historia y mensajero», «un privilegio y una responsabilidad –dice– que son las que me tienen metido en esto». Considera que cuando se va a cubrir un conflicto hay que dejar los prejuicios en casa, «porque seguramente necesites espacio en la mochila para traerte algunos nuevos»; y cree que lo único que hace falta para ser periodista de guerra es «un boli, un papel y alguien que te compre el reportaje».

La primera vez que «pisó» un conflicto fue en 2009, en los territorios palestinos ocupados. «Supongo que, a estas alturas de la película, muy poca gente considera la ocupación de Palestina un conflicto, pero la baja intensidad de los combates solo hace más evidente otras tragedias», comenta convencido de que, «a veces nos perdemos en el impacto de una bomba y olvidamos el terrible esfuerzo que supone vivir el día a día». Además de Palestina, Libia, donde permaneció detenido durante 43 días en 2011 junto a tres compañeros, James Foley entre ellos (moriría en 2014 víctima del EI); Siria, Ucrania y revolución «y contrarrevolución» egipcia son algunas de sus últimas coberturas.

Colabora con la agencia Associated Press desde hace cinco años y es cofundador de la revista de fotodocumentalismo MeMo Magazine y de la cooperativa de fotorreporteros MeMo, un proyecto este último creado con el fin de mantener el control de la producción y del trabajo desde sus orígenes hasta la publicación final, «sin pasar por el cedazo o el filtro de las grandes agencias y de los intereses económicos y de control de opinión a los que están atadas».

“Los cínicos no sirven para este oficio”, reza el título de uno de los libros de Ryszard Kapuscinski. Manu Bravo lo comenta: «No conozco periodista tan puro como para no necesitar una coraza de cinismo para superar algún mal trago que otro».

MIKEL AIESTARAN

Mikel Aiestaran (Beasain, 1975) llevaba nueve años «dando vueltas por el mundo» cuando en enero de 2015 se instaló en Jerusalen con su familia, su pareja y sus dos hijos, de 7 y 4 años. «La verdad es que no nos veíamos prácticamente, y teníamos que tomar una decisión», comenta desde su casa poco antes de que «llegue la revolución», de que sus hijos regresen de la escuela. Reconoce que vivir en Jerusalen de forma estable le permite estar mucho más concentrado en el trabajo, pero también sabe que el gran paso lo ha tenido que dar su familia: «Uno de los dos tenía que renunciar, y en este caso mi mujer ha renunciado a su trabajo para que yo tenga el mío».

Finalizó la carrera en 1997 y desde 2006 trabaja como «freelance», fundamentalmente para Euskal Irrati Telebista y el grupo Vocento, cubriendo el área de Oriente Medio. Empezó en esto por casualidad, se encontraba en Beirut cuando le «cayó encima» la guerra del Líbano. «No fui a Beirut buscando eso. Empezó la guerra, empezaron a bombardear los israelíes, el país se cerró, nadie podía salir ni entrar, y yo estaba dentro. Quisieron evacuarme, pero dije que ‘ni hablar, esto es una oportunidad y quiero vivirlo’. Y ahí me quedé». «Fueron 33 días a tope de trabajo –añade– y pensé: ‘esto es lo que quiero hacer’».

Desde entonces, desde 2006, ha cubierto todos los conflictos que ha habido en la región: las tres ofensivas de Israel contra la franja de Gaza; en 2011 estuvo en todos los países que vivieron la Primavera Árabe; ha cubierto la posguerra de Irak; a Siria va cada cuatro meses desde que comenzó la guerra...; también cubrió la invasión rusa de Georgia, en 2008 y, además, acontecimientos puntuales y significativos, como la muerte en atentado de Benazir Bhutto en Pakistán o la de Bin Laden en 2011. Siempre con Jerusalem como base de operaciones, su trabajo tiene una doble vertiente: por un lado, la de reportero –«de estar en la calle, de hablar con las fuentes directamente... Yo trabajo pin-pan; hay veces que pasa algo y en dos horas tengo que estar en el aeropuerto»– y, por otro, la de periodista más de mesa, siguiendo la evolución de toda la región, desde Túnez hasta Pakistán.

Lleva diez años en Oriente Medio y considera que acaba de empezar: «Para enterarte un poco de qué va esto creo que se necesita más tiempo».

PABLO GONZÁLEZ

Pablo González (Moscú, 1982) no se considera un periodista de guerra. No le gusta ese término para él porque, como comenta, cubre el área geográfica en la que trabaja tanto si hay guerra como si no. Experto en Europa Oriental, Cáucaso y espacio postsoviético, su primera experiencia en zonas de conflicto fue la crisis de Ucrania. A las guerras anteriores, a las de los Balcanes y el Cáucaso piensa que llegó tarde, «aunque, por desgracia, me da que en ese área tendré trabajo en el futuro», dice. Además, ha estado en Kosovo en varias ocasiones, en Georgia y los territorios en disputa que tiene (Abjasia y Osetia del sur), así como en Alto Karabaj y sus territorios en disputa también, entre Armenia y Azerbaiyán.

No es especialista en conflictos, insiste, pero sí da valor a su trabajo, a la información, porque «si algo no se sabe, no se puede cambiar». Citando a Clausewitz y su provocador concepto de que «la guerra es la continuación de la política por otros medios», cree que es crucial contar lo que sucede ahí porque «en tres meses de guerra se puede definir el futuro de una región. Y eso hay que contarlo».

Después de haber vivido en Moscú (hasta los 7 u 8 años), Barcelona y Polonia, desde 2005 tiene fijada su residencia en Euskal Herria, en Urdaibai. Publica fundamentalmente en GARA y no trabaja para ninguna gran agencia, «con lo positivo y negativo que ello conlleva: más libertad, pero menos ingresos».

ANDONI LUBAKI

Andoni Lubaki (Urretxu, 1982) siempre ha viajado mucho. Quiso descubrir África partiendo desde su localidad natal en un Land Rover con su hermano. Hicieron una primera etapa hasta Burkina Faso, pero al año siguiente, la ilusión se truncó en el camino cuando Andoni cogió la malaria. Estuvo mucho tiempo convaleciente y, una vez recuperado, se fue al Sáhara. Era 2009, y desde entonces no ha dejado de visitar la región, tanto la zona ocupada como la liberada. En la actualidad, lleva dos años trabajando en un proyecto de investigación en los territorios liberados. Cuando realizamos esta entrevista se encuentra allí, ahondando en su búsqueda.

Su primer contacto con el fotoperiodismo fue en el Sáhara Occidental liberado, al otro lado del muro. A un chico con el que había estado hablando minutos antes le explotó una mina. Su reacción inicial fue socorrerle, pero paralelamente «una vocecita me decía que sacara fotos, para que la gente se entere», recuerda. Hizo caso a esa voz interna y las instantáneas se publicaron en GARA y “Paris Match”, además de en la red social flickr. A partir de ahí, el futuro del joven saharaui sería menos sombrío, y el del fotógrafo urretxuarra tomaría un nuevo rumbo: Una ONG danesa que vio las fotos decidió ayudar al chico y Lubaki se planteó por primera vez que «esto de la fotografía puede hacer cambiar algo».

Tras esa primera experiencia en el Sáhara, se fue a la frontera entre Tailandia y Birmania para conocer y recoger gráficamente el conflicto entre el pueblo karen y el Gobierno birmano. Posteriormente, ha regresado al Sáhara en numerosas ocasiones y ha estado en Libia, Irak, Egipto, Turquía y Siria, país este último en el que estuvo secuestrado durante catorce horas. Sus trabajos se han publicado en “Newsweek”, “New York Times” o “Der Spiegel” y, en Euskal Herria, en GARA, NAIZ, “Argia” y ETB.

Al igual que a García-Vilanova, tampoco a Andoni Lubaki le gusta hablar de las horas que pasó secuestrado: «No es algo de lo que quiera hablar. Al principio, decía que son gajes del oficio, pero a día de hoy de las cinco personas que me ayudaron, que estuvieron protegiéndonos y buscándonos, cuatro han sido asesinadas. Eran todos locales, y me duele mucho hablar del secuestro sin hablar de estas personas...».

Cuando le preguntas ¿qué hay que tener para ser un periodista de guerra?, tiene clara la respuesta: aparte de carnet de conducir, idiomas y un poco de dinero ahorrado, curiosidad y vocación... «Estoy harto de esa aureola que envuelve al periodista de guerra –comenta–. Para mí tiene mucho más mérito la persona que está ocho horas delante de una máquina durante cuarenta años. Yo eso no podría hacerlo. Lo mío es pura vocación».

RICARDO GARCÍA-VILANOVA

El nombre de Ricardo García-Vilanova (Barcelona, 1971) saltó a los medios del Estado español cuando, en 2013, fue secuestrado en Siria. Sin embargo, el fotoperiodista y documentalista catalán llevaba ya quince años trabajando en zonas de conflicto y sus fotografías y vídeos se habían publicado en medios como “Al Yazira”, “Channel 4”, “Euronews”, “France 24”, “Reuters” o “France Presse”. Para él, ser periodista de guerra es una profesión como otra cualquiera –«solo cambia el entorno»–. De ahí que no le gusten mucho las entrevistas y mucho menos que le pregunten por su secuestro, que, a su juicio, «no deja de ser una anécdota». «Hablar de lo que uno experimenta como periodista allí no solo carece de interés, sino que me parece una falta de respeto cuando está muriendo tanta gente», dice tajante.

Vive en un pueblecito cercano a Barcelona, pero es difícil localizarle ahí. Siempre viajando, cuando le preguntas dónde reside, lo primero que le sale es «en los aeropuertos». La primera vez que contactamos con él, se encontraba en Libia, quedamos en hablar cuando llegara a Barcelona, concertamos la entrevista para tres días después de su llegada y cuando le llamamos, ¡sorpresa!, estaba de nuevo en Libia. No iba a estar mucho tiempo, el justo para preparar su próximo viaje, uno más de los que ha realizado este último año al país africano, donde trabaja en dos temas, la situación del país, «el caos absoluto que está viviendo»; y los refugiados: «¿Qué pasará después del acuerdo con Turquía? Es probable que Libia recupere el papel que tuvo hace un tiempo como principal ruta de refugiados».

Comenzó hace unos quince años, en el Sáhara. Desde entonces, Siria, donde vivió el inicio del conflicto; Libia, país en el que solo en 2011 permaneció unos ocho meses; Irak, Afganistán, Chad, Haití o Nigeria son algunos de los lugares en los que ha trabajado, y a los que vuelve una y otra vez. Ahora está en las costas de Libia, en uno de los barcos de Médicos Sin Fronteras, que están recogiendo refugiados que llegan desde Zuwara. Cree que, «lamentablemente», es en las zonas en conflicto donde uno puede desarrollar un trabajo que en un momento determinado pueda ayudar a explicar la situación y a generar un pequeño cambio.

Trabaja fundamentalmente con las cadenas americanas, CNN sobre todo, aunque confiesa que cada vez está más decepcionado con el periodismo y cree mucho más en el trabajo vinculado a organizaciones como Médicos Sin Fronteras o el Comité de la Cruz Roja Internacional, «que tienen una repercusión directa en ese cambio del que hablaba, en las personas a las que ayudan». «Estos necesitan de este tipo de imágenes y vídeos para explicar qué hacen en el terreno, lo que, en definitiva, posibilita que la rueda siga girando». No niega que el periodismo sea necesario, pero, a su juicio, «no ayuda, o no genera, ese cambio». «O, al menos, yo no lo sé ver».