Behrouz Mehri
«host» : los hombres-geisha

Para el placer de las mujeres

Impecablemente vestidos, bastante andróginos y con ese look que bebe directamente del manga, los «host» (anfitrión, en inglés) ofrecen piropos, conversación y la sensación de que, por un rato, sus clientas son el centro de toda la atención masculina. Negocio en alza en Japón, donde hay 800 clubs especializados en esta actividad que lleva la prostitución a un nivel más sutil, también es indicativo de un cambio en la mentalidad de las mujeres japonesas. Y, posiblemente, también de una cultura.

Entre las volutas de humo del cigarro que se está fumando en un club de Tokio, y mientras sostiene indolentemente una copa de champán en la mano, nos encontramos a la joven Aki Nitta sentada entre tres host. Así, con ese nombre tomado del inglés, se conoce en Japón a los trabajadores de la noche que ofrecen compañía a mujeres a cambio de dinero, generalmente en un club especialmente dedicado a este fin. Para los occidentales resulta difícil entender el concepto, porque host no es un gigoló, ya que básicamente no ofrece sexo sino compañía. Un host y su clienta juegan a ser una «pareja perfecta» –tontean, hablan de moda, de películas románticas, de zapatos... el nivel de la conversación va por esos parámetros– e incluso ocasionalmente puede que tengan sexo, pero no es lo habitual y tampoco entra en el planteamiento inicial. De hecho, muchos de ellos consideran que la clave para la supervivencia profesional radica en saber gestionar un rechazo amable pero firme ante las propuestas sexuales: cuanto más le «visite» en su club su clienta y más consuma, mejor para ellos.

Volvemos con Aki Nitta. Su objeto de deseo es un hombre joven vagamente andrógino, de cabellos teñidos y sonrisa infantil. «Siento cómo late mi corazón», nos confía esta mujer de negocios de solo 27 años, que forma parte de la clientela de uno de los establecimientos de Kabukicho, el «barrio caliente» de Tokio, donde se concentran estas geishas masculinas. «Los hombres japoneses no son nada galantes y tampoco suelen mostrar sus sentimientos, pero aquí te tratan como a una princesa. Quiero que me regalen los oídos y no me importa lo que cueste», añade. Y esta es la cuestión, porque las mujeres que acuden a estos locales, tanto jóvenes como maduras, lo hacen para escapar de la monotonía del trabajo y de la actitud pasiva impuesta a las mujeres por una sociedad que, en gran medida, sigue siendo patriarcal.

Las japonesas están dispuestas a pagar auténticas fortunas en estos host clubs a cambio de una noche en la que les regalen los oídos, porque no es nada barato. Una copa suele costar entre 50 y 100 euros, aunque para una botella de champán –el llamado champagne call, que implica que todos los host del club rodearán la mesa para cantar una canción– el precio puede dispararse a 1.000 o incluso 2.000 euros. Se paga por hora y por consumición, por lo que, cuanto más consuma la clienta, mejor. Para hacer un cálculo, uno cuesta unos 10.000 euros por mes, aunque algunas clientas se gastan hasta 100.000 euros en levantar su ego en solo una noche. También son capaces de cubrirlos de caros regalos: un reloj de diamantes, un coche de lujo, un apartamento… «Cuando tenía 20 años, una clienta me ofreció un Porsche», cuenta el antiguo host, ahora retirado, Sho Takami, de 43 años. Actualmente es el dueño de una cadena de clubs y compara este oficio al de psiquiatra: «El trabajo de un host es alegrar el corazón de las damas. Estamos aquí para promover el avance de las mujeres en la sociedad», añade sorprendentemente.

Afecto en compra-venta. Estos club de gigolós masculinos suponen 10 mil millones de dólares (9,4 mil millones de euros) de ingresos anualmente en Japón, donde existen unos 800 establecimientos de este tipo. Cerca de 260 están en Tokio, la mayoría concentrados en las estrechas calles de Kubikicho, donde las luces de neón dejan ver fotografías de jóvenes de afeitado impecable y bronceado artificial llamados Romeo, Gatsby o Avalon. En Japón existen numerosas referencias a la figura del host en el cine, la literatura y sobre todo el manga, del cual también ellos toman a veces sus nombres artísticos. También hay gran cantidad de libros sobre ellos, tanto ensayos como manuales para llegar a ser el host perfecto.

Aparecidos a principios de los 70, se les suele comparar con las geishas en versión masculina y a estos hombres de cabellos largos, trajes bien cortados y presencia impoluta, también se les suele acusar de ser unos depredadores de las emociones femeninas. «Las clientes compran afecto», se defiende levantando los hombros Ken Ichijo en la terraza de su dúplex ubicado en el centro de Tokio, con vistas al monte Fuji. «Les vendemos sueños y no necesitamos mentir, ni decirles que les amamos», añade este antiguo gigoló de 38 años convertido en director de club.

De hecho es una cuestión de oferta y demanda: «Los host existen para llenar el vacío de la vida de alguien. Nosotros damos satisfacción hasta el menor deseo de una mujer, escuchamos sus problemas, le decimos que es hermosa, hacemos realidad sus fantasías», añade. Pero la perspectiva de una relación sexual sigue siendo un cebo en un sector donde la competencia es feroz, el margen de edad para llevarlo a cabo es muy corto y el hecho de que su sueldo dependa de lo que beben hace que, a largo plazo, paguen un precio demasiado alto por su salud.