Miren Sáenz
UN SIGLO DE JUGUETERÍA MARINA

algo más que barcos

El mar da para mucho y su temática ha inspirado incontables artilugios que sobrepasan el mundo de la navegación. Hasta mediados de setiembre se puede comprobar en las dependencias del donostiarra Untzi Museoa, convertido temporalmente en una juguetería, donde un muestrario de barcos comparte espacio con juegos de mesa, muñecas, objetos de playa, carteles, ilustraciones, cromos, fotografías... Un viaje de un siglo por la evolución del juguete.

Decía Pablo Neruda que «el niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta». No necesariamente se necesitan juguetes para pasarlo bien, aunque el artilugio en cuestión es uno de los primeros objetos con los que interactúan los bebés y los expertos aprueban las ventajas del crecimiento en entornos lúdicos para potenciar y favorecer ciertas capacidades desde la infancia. En cuestión de juguetes no hay edades, aunque sí curiosidad. Lo está demostrando la exposición “Itsas jostailuak - La mar de juguetes”, que Untzi Museoa acoge hasta mediados de setiembre, y sorprende casi más a los adultos que a los chavales.

En el puerto donostiarra, donde conviven barcos de pesca y de recreo de «verdad», está ubicado este Museo Naval que ha decidido llenar sus dependencias durante siete meses con barcos de juguete y otros artilugios de temática marina. Contabilizan hasta 150 piezas, la mayoría propiedad de José Antonio Quiroga y Covadonga Monte –un matrimonio de coleccionistas que en su casa de Oviedo acumula más de un millar de juguetes–, aunque otros pertenecen a los fondos del centro que los acoge e incluso algunos han sido prestados por particulares que guardaban desde su infancia un velero o un cartel publicitario de algún juego.

Bastantes de estos objetos son de los tiempos en los que aún no se había inventado ese eslogan de «un niño, un juguete», que adereza las campañas navideñas, entre otras cosas porque eran tan caros que resultaban inalcanzables para los bolsillos de entonces y solo las familias pudientes podían comprarlos. Hablamos de una época en la que la vida de estos artículos alcanzaba incluso los diez o veinte años instalados en baldas de tiendas del estilo de “Juguetes Marisol”, el antiguo establecimiento de la calle San Martín cuyo escaparate está incluido en la muestra en forma de enorme fotografía. Tiendas, hoy en día, sustituidas por multinacionales del ramo, que renuevan catálogos cada temporada, y han crecido al amparo del plástico, introducido en 1949, que permitió abaratar precios y aumentar ventas llegando a casi todos los hogares. La otra apuesta de grandes dimensiones es, sin duda, el buzo que durante años ejerció de reclamo en el escaparate de “Emica Materiales Industriales”, establecimiento que permaneció en la calle Miracruz de 1936 a 1983 y cuyo emblema recuerdan muchos donostiarras. En 1993, el muñeco de la escafandra llegó al museo y ahora ha salido a la luz para compartir espacio con acuarios de cartón y otras reliquias.

Hay piezas muy valiosas, la mayoría curiosas e incluso algunas relacionadas con factorías de Euskal Herria como la desaparecida empresa Bianchi, ubicada en Pasai Antxo y especializada en la fabricación de componentes eléctricos, que impactó por sus juguetes teledirigidos. Además, numerosos talleres vascos estaban implicados indirectamente en el proceso de producción del juguete, con sus tornillos, ruedas... o el propio plástico que salía de la fábrica debarra Plásticas Reiner y terminaba en A Coruña o Alicante, quizás formando parte de algún «cachivache».

Construidas en madera, hojalata, cerámica, cartón o plástico, entre finales del siglo XIX y principios del XXI, abundan las embarcaciones de formas y circunstancias diversas. Hay barcos de vapor –el San Luis de 1890, uno de los primeros juguetes industriales fabricados en Barcelona–, costosos trasatlánticos, lanchas sencillas, veleros y boyas propulsadas por generadores de viento, modelos dotados de resortes de relojería u otros sistemas de propulsión más sofisticados e incluso tan inverosímiles en sus advertencias como esa nave que se movía a base de pastillas de magnesio y en su manual de instrucciones se explicaba que «son inofensivas, en caso de introducirse en la boca del niño no le causarán el más mínimo perjuicio». Junto a ella reposa una patente de los hermanos Rey de 1935, que movía una pequeña lancha introduciendo un líquido en tubitos y la combustión de aceite obraba el milagro o una canoa marrón de 1930, originaria de Barakaldo.

También se exponen barcos de guerra, concretamente modelos infantiles que reproducen el crucero Libertad y los destructores Churruca y Lepanto, pertenecientes a la flota republicana, y los cruceros franquistas Canarias y Baleares. La Guerra Civil se refleja además en juegos de habilidad como “Combate Naval”, donde el submarino «enemigo» se llama “Satán”, mientras en “La invencible”, la escuadra de los «nacionales» se representa en azul y la republicana, a la que denominan «La Enemiga», en rojo. Algunos de los autores o propietarios, cuyos carteles u objetos se muestran aquí fueron represaliados de la contienda. Uno de ellos es Rogelio Sanchís, quien antes de ser fusilado convenció a Walt Disney para reproducir en unas palas de hojalata su famosa pareja de ratones Mouse.

Muñecas con pasado donostiarra. La conexión vasca no se reduce a las fábricas. De hecho, las dos muñecas más famosas de los años 40 se idearon en la capital guipuzcoana. Mari Pepa Mendoza es fruto de la imaginación de la escritora Emilia Cotarelo de los Ríos y de las ilustraciones de María Claret, ambas donostiarras; mientras a la aristócrata madrileña Leonor Coello de Portugal se le ocurrió Mariquita Pérez paseando por la playa de La Concha junto a su hija de dos años, a la que vestía igual que su muñeca.

El primer ejemplar de cartón piedra se fabricó en 1939 y costaba casi 100 pesetas. Teniendo en cuenta que el salario medio mensual no alcanzaba las 150 pesetas, Mariquita era muy cara. Dotada de pelo y pestañas naturales, una colección de sus vestidos llegó a exponerse en Nueva York y sus accesorios eran realizados por las firmas más prestigiosas. Mariquita se convirtió en el paradigma del lujo y el glamour. Hasta 1976 siguió modificándose y comercializándose, pero para entonces ya había nacido Nancy (1968), que llegó a vender un millón de ejemplares en un año. El juguete entraba en otra dimensión.