Jaime Iglesias
Entrevista
Gigliola Cinquetti

«Echo de menos mayor determinación a la hora de defender las libertades que las mujeres conquistamos en los años 60»

Hubo un tiempo en el que la música italiana tuvo un impacto notable más allá de sus fronteras. El éxito de muchos de sus intérpretes hizo que sus temas más populares fueran versionados en otros idiomas (caso de Domenico Modugno o de Renato Carosone) o que incluso ellos mismos se encargaran de grabarlos en lenguas como el francés, el alemán o el castellano. Paralelamente, la canción melódica italiana comenzó a verse influida por nuevos ritmos y el elemento de ruptura que estos aportaron a una sociedad en pleno boom económico pero aún dominada por la rigidez del pensamiento democristiano, se evidenció en la irrupción de toda una generación de voces femeninas que, desafiando la moral imperante, comenzaron a expresarse a través de la canción.

Gigliola Cinquetti (Verona, 1947) nunca tuvo ni el carácter de Mina ni el estilo resuelto y transgresor de Patty Pravo o de Caterina Caselli, pero bajo ese aura de inocencia que exhibía a sus dieciséis años cuando ganó, sucesivamente, los festivales de San Remo y Eurovisión con su mítico tema “Non ho l’età”, se intuía la determinación de quien reclamaba para sí misma, y para las mujeres en general, poder de decisión sobre su propio proyecto de vida, aunque fuera bajo las formas suaves que impone la balada romántica. Poco dada a vivir de los réditos que procura la nostalgia, la carrera de Gigliola Cinquetti ha sido, desde entonces, la de una corredora de fondo. A sus 69 años está embarcada en una gira internacional para presentar su último disco, “20.12”, título que corresponde a su fecha de nacimiento.

Usted ha decidido llamar a esta gira «Una historia de amor». ¿Cuánto hay, en este título, de declaración de intenciones a la hora de resumir lo que ha sido su trayectoria?

Realmente es un título que describe, de un modo preciso, el modo en el que he vivido mi carrera, lo que yo soy como intérprete y mis sentimientos a la hora de cantar. También apela a la relación que mantengo con el público. Si ha habido algo que me ha alentado durante todos estos años ha sido el cariño que he recibido por parte de los espectadores, algo que con el paso del tiempo me ha procurado una emoción cada vez más sincera. Cuando empecé a cantar, siendo una adolescente, cada vez que salía al escenario lo hacía con una presión tremenda, con un miedo acuciante por no estar a la altura de las expectativas. Pero el amor que he recibido del público me ha hecho aprender a quererme a mí misma. Por otra parte, la música tiene esa cosa irracional de ser capaz de despertar emociones, de conmover, y eso creo que también justifica el que asuma mi carrera como una historia de amor.

En toda historia de amor también hay desencuentros, tensiones ¿usted también los ha vivido? Porque, al menos desde fuera, parece un raro ejemplo de artista sin mácula, poco conflictiva, que despierta adhesiones casi unánimes.

Sí, pero no porque sea una persona neutral o complaciente. Cuando ha llegado el momento de posicionarse políticamente lo he hecho y siempre a favor de la izquierda. Pero, curiosamente, esto nunca me ha hecho perder el favor de un público amplio y yo creo que ha sido porque la gente me percibe como alguien auténtica, ya sea sobre el escenario como fuera de él. Cuando te comunicas con la audiencia es muy importante hacerlo desde el respeto y la gente, que no es tonta, eso es algo que percibe, sabe muy bien cuando alguien se manifiesta públicamente buscando algún tipo de publicidad o rédito personal y cuando lo hace desde la honestidad. Hoy en día, cuando parece que estemos inmersos en una celebración permanente de la mediocridad, se me antoja más necesario que nunca poner el énfasis en la necesidad de establecer una comunicación dirigida a la generación de emociones puras, a la consecución de un ideal de belleza y no a la exaltación de lo mezquino. Además, esa búsqueda de un ideal de belleza creo que ha sido el faro que siempre nos ha guiado a los artistas italianos.

Usted saltó a la fama con una canción como «Non ho l’età» que de inmediato fue asumida como una especie de himno por la Democracia cristiana y por los sectores más conservadores de la sociedad ¿se sintió instrumentalizada en algún momento?

Únicamente el paso del tiempo me ha hecho ser plenamente consciente de las derivas inherentes a todo aquel debate político, entonces con dieciséis años no alcanzaba a comprender muy bien el impacto social que pudieran tener mis canciones. Desde una perspectiva actual, todo eso puede parecer irrelevante pero aquella polémica vino a demostrar hasta qué punto la sociedad italiana de los años 60 era una sociedad que se encontraba inmersa en un proceso de cambio irreversible. Al final, las mentes más arcaicas debieron claudicar y admitir que aquella revolución de costumbres, de la cual la música era parte importante, no tenía marcha atrás. Según yo lo veo, en un escenario semejante lo importante es que no acontezca una gran fractura social y, en este sentido, me hace feliz que una canción como “Non ho l’età” gustase a un espectro amplio de personas y sirviera para crear consensos, para acercar a las madres y a las hijas, a los sectores más avanzados y a los más conservadores. Porque las canciones pertenecen a todos y cada quien las asume como cree más oportuno, contra eso no puedes hacer nada. Ahora, si me preguntas a mí, no creo que “Non ho l’età” fuera una canción reaccionaria, ni mucho menos, no se trata de una muchacha diciendo que no al chico en el deseo de preservar su virtud. Lo único que pide es tiempo y una cierta autonomía para decidir por sí misma, más allá de imperativos sociales y de lo que, tanto su madre como su amado, esperan de ella.

No sé si llegó a sentirse parte de algún movimiento, pero lo cierto es que desde que Mina escandalizase a una parte de la sociedad italiana con su interpretación de «Il cielo in una stanza» en 1959, aquellos fueron años donde la mujer comenzó a hacerse oír, expresando sus sentimientos y sus propios puntos de vista a través de un género eminentemente popular como el de la música melódica.

Sí, la verdad es que aquellas que nos iniciamos en la música durante esos años fuimos creando, de un modo espontáneo y sin ser muy conscientes de ello, una cierta conciencia feminista a través de nuestras canciones. Eran canciones que hablaban, en primera persona y de manera directa, de nuestras propias necesidades afectivas. Volviendo al ejemplo de “Non ho l’età”, cabe recordar que por aquel entonces, en Italia, las mujeres se casaban muy jóvenes y, en muchos casos, los matrimonios eran concertados por las propias familias sin que la opinión de la chica contase para nada. Que una muchacha de dieciséis años, que eran los que tenía yo entonces, expresase el deseo de que la dejaran vivir su juventud de manera autónoma, era bastante revolucionario. Creo que la nuestra fue una generación de intérpretes con una fuerza y un compromiso como no hubo otra, ni antes ni después.

¿Siente nostalgia de aquellos años?

No, para nada. Yo tengo mucho respeto por el pasado, pienso que es importante conocerlo, pero no me gusta echar la vista atrás, porque cada momento histórico tiene su propia particularidad. Los años 60 fueron una época de cambio porque, efectivamente, había muchas cosas que cambiar. A partir de ahí, me gusta vivir el presente y pensar en el futuro, y estando más que satisfecha con la autonomía que las mujeres hemos alcanzado en estos últimos cincuenta años, echo de menos, sin embargo, una mayor determinación a la hora de defender y afianzar esas libertades, quizá porque las generaciones posteriores no son plenamente conscientes de la dificultad que entrañó la conquista de esos derechos. Dicho lo cual, me encanta que los cantantes de hoy tengan mayores posibilidades para expresarse de las que teníamos nosotros.

¿No tiene la sensación de que, en aquellos años, todo estaba tan ideologizado que a cualquier manifestación artística se le confería una significación excesiva? Por ejemplo, está el caso de la canción «Sí» con la que usted representó a Italia en el Festival de Eurovisión de 1974, un festival que no fue transmitido en directo por la RAI ante el temor de que esa canción fuese una invitación a apoyar la ley del divorcio que se votaba en referéndum aquellos días. ¿Cómo recuerda aquel suceso?

Fue algo anecdótico pero que, en el fondo, refleja el potencial que tiene la música para despertar emociones, porque lo que está claro es que si resolvieron no transmitir aquél año el festival fue por miedo y porque nos confirieron a la canción, y a mí misma en calidad de intérprete, una capacidad enorme de cara a poder influir sobre la opinión pública, lo cual es algo como para estar orgullosa (risas). Al final dio igual porque con censura o sin ella ganó el “Sí” al divorcio, algo que a mí me llenó de felicidad.

Antes ha comentado que se siente parte de una generación de cantantes irrepetible y, aunque es poco amiga de la nostalgia, lo cierto es que la canción italiana no ha vuelto a tener el peso internacional del que gozó en aquellos años, ¿a qué lo atribuye?

No lo sé, porque en Italia sigue habiendo cantantes de mucho talento, aunque aún es pronto para comprobar hasta dónde pueden llegar, quizá dentro de veinte años podamos evaluar su trayectoria. Yo fui la primera cantante italiana que alcanzó un impacto internacional amplio, hasta el punto de que me vi forzada a hacer versiones de mis canciones en múltiples idiomas. A veces no sabía ni lo que estaba cantando (risas). Aún conservo ediciones de mis discos en castellano, en alemán, en inglés y cartas de fans que me escribían desde lugares tan insólitos como el Congo, Cuba o Isla Mauricio. Y aparte de ejercer de pionera y conseguir que la música italiana fuese conocida en el mundo entero, a nivel personal aquella experiencia fue muy importante para mí porque me permitió viajar, abrir la mente y conocer de primera mano otros países, otras realidades, a veces en condiciones insólitas. Me acuerdo, por ejemplo, un viaje por Japón en un carguero lleno de ratas porque habíamos perdido el barco que debía llevarnos hasta Tokio (risas). Lo maravilloso de gozar de una proyección internacional es haber podido vivir ese tipo de aventuras.

Y vivir todas esas experiencias cuando aún no había cumplido los veinte años ¿no la hizo verse superada? Muchos cantantes que han alcanzado éxito en la adolescencia luego no han levantado cabeza.

No tanto, porque yo tuve la suerte de que, recién inaugurados los 70, cuando ya había dejado atrás la adolescencia y regresé a los escenarios con una imagen de mujer adulta, dos de mis canciones, “Sí” y “Alle porte del sole”, se situaron en lo más alto de las listas en diversos países europeos y también de América Latina. Aquello me sirvió para tener confianza en mí misma y verme como una intérprete de largo recorrido y no solo como la jovencita pizpireta que había conmovido al mundo cantando “Non ho l’età”, y fue esa convicción la que me llevó a gestionar los tiempos en mi carrera haciendo, en cada momento, aquello que me apetecía. Incluso cuando me casé, a finales de los 70, estuve un tiempo alejada de la canción, pero aquello estuvo motivado por una decisión personal, no fue que la industria me arrinconase aunque, como es natural, cuando resuelves permanecer en un segundo plano haciendo otro tipo de cosas, corres el riesgo de que se olviden de ti.

Pero en ese sentido usted también ha sido afortunada, ya que habiéndose alejado de los escenarios por voluntad propia, cuando ha optado por regresar lo ha hecho manteniendo el favor del público.

Cuando opté por retirarme fue porque decidí que aquella vida, que me tenía siempre de un lado para otro como si fuera un paquete postal, no me llenaba. Me gustaba viajar, sí, pero rodeada de los míos, de mi marido, de mis hijos y sin que mediara ningún compromiso artístico. Fueron años de plenitud, pero un día, hará unos diez años, mis hijos me hicieron notar que en internet había una cantidad ingente de vídeos de mis actuaciones de los años 60 y 70 que suscitaban una gran aceptación. De repente, sin que yo hubiese hecho nada por impulsarlo, descubrí que mi repertorio seguía vivo en la memoria de muchas personas, y no solo eso, sino que, sorprendentemente, gustaba a muchos jóvenes que ni siquiera habían nacido cuando yo daba mis primeros pasos. Cuando pensé que mi legado musical se había desvanecido, resulta que no, que gracias a las nuevas tecnologías aún perdura.

¿Hasta qué punto cabe asumir «20.12», su último álbum, como la culminación de esa evolución como intérprete a la que se ha referido antes?

Si no fuera porque suena a tópico, diría que en este disco el público va a poder sentir a una Gigliola Cinquetti distinta a aquella que retiene en su memoria, pero es que, sinceramente, es lo que pienso. A lo largo de mi carrera jamás he incurrido en el vicio de imitarme a mí misma, al contrario, siempre he tratado de reinventarme sin traicionar mi esencia, porque una no deja nunca de aprender, de descubrir, de probar cosas nuevas. Para mí sería muy cómodo apelar a la nostalgia, a la memoria sentimental de la audiencia y limitar mi repertorio a las canciones que me dieron fama hace cincuenta años, pero eso, inevitablemente, me convertiría en un cliché.