DAVID BROOKS
IRITZIA

Invitación pendiente

Pocos se atreven a decir que saben qué sucede, mientras cada día millones dentro y fuera de Estados Unidos se encuentran en un limbo macabro donde unos cuantos hombres –y muy pocas mujeres– juegan, literalmente, con el futuro del planeta. Vale señalar que, mientras la atención se distrae con los últimos tuits de Trump, las amenazas, el desorden administrativo, las supuestas pugnas entre diversas bandas dentro de la Casa Blanca, la presunta interferencia rusa y demás, el nuevo Gobierno ha logrado en los primeros dos meses desmantelar cientos de regulaciones y normas ambientales y laborales sobre empresas e industrias, e incluso ha anulado restricciones y protecciones de todo tipo, desde la privacidad de los usuarios de internet hasta derechos civiles.

Ni qué decir de los cambios en la aplicación de las leyes de inmigración, donde millones han sido calificados de amenaza y hasta de enemigos de este país: Nadie en ningún lugar dentro de esta comunidad inmigrante puede sentirse seguro. Aun sin redadas masivas, el nuevo régimen ya ha logrado imponer el temor como condición cotidiana entre los más vulnerables. A pesar de las extraordinarias expresiones de repudio y protesta popular –algunas sin precedentes en este país–, desde que Trump asumió la presidencia, y aunque el Ejecutivo ahora goza del índice de aprobación más bajo para un nuevo gobernante, aún no se sabe si todo esto se convertirá en una resistencia suficientemente numerosa como para poder frenar y/o derrotar este asalto derechista.

Eso sí, casi todos los días en cantidad de lugares del país se escuchan los gritos que forman como un mosaico de oposición. Brotan nuevas alianzas de todo tipo, de mexicanos y otros latinoamericanos con árabes, de judíos y musulmanes, de jóvenes veteranos de “Ocupa Wall Street” con veteranos de guerra, de veteranos de luchas por los derechos gays con nuevos movimientos por los derechos civiles, de la defensa de derechos de las mujeres vinculándose con los movimientos por derechos laborales, de trabajadores de la salud con ambientalistas.

El pasado día 4 fue el cincuenta aniversario del discurso tal vez el más peligroso y radical del reverendo Martin Luther King Jr., en el cual se atrevió a declarar que la guerra contra Vietnam era «una de las guerras más injustas» de la historia mundial y afirmó que la lucha por los derechos civiles tenía que estar vinculada con la pelea contra las guerras y por los derechos de los trabajadores y la justicia económica. Es un discurso que casi nunca se menciona en las celebraciones oficiales de King. El eco de sus palabras sigue siendo la llamada más elocuente a la resistencia cincuenta años después de que se escuchase en la gran iglesia Riverside en Nueva York. Aquí algunos fragmentos: «Llega un momento en el cual el silencio resulta una traición… Aun cuando se sientan presionados por las demandas de una verdad interna, los hombres no suelen asumir la tarea de oponerse a las políticas de su Gobierno, especialmente en tiempos de guerra. Ni se mueve sin gran dificultad el espíritu humano contra toda la apatía del pensamiento conformista (...). Estamos llamados a hablar por los débiles, por los sin voz, por las víctimas de nuestra nación, por aquellos que son llamados ‘enemigo’, ya que ningún documento salido de manos humanas puede convertir a estos humanos en otra cosa que no sea ser nuestros hermanos».

Estados Unidos, afirmó, «jamás podrá ser salvado mientras destruye las esperanzas más profundas del hombre por todo el mundo». El gran campeón de la no violencia afirmó: «No podría volver a levantar mi voz contra la violencia de los oprimidos en los guetos sin hablar primero claramente contra el mayor causante de violencia en el mundo hoy día: mi propio gobierno (...). Estoy convencido de que si vamos a situarnos en el lado correcto de la revolución mundial, nosotros mismos como nación tenemos que emprender una revolución radical de valores. Debemos propiciar rápidamente un cambio de una sociedad orientada hacia las cosas a una sociedad enfocada en las personas. Cuando las máquinas y los ordenadores, las ganancias y los derechos de propiedad son considerados más importantes que la gente, el trío gigantesco formado por el racismo, el materialismo extremo y el militarismo se vuelve invencible (...). Nuestra única esperanza hoy día reside en nuestra habilidad de recuperar el espíritu revolucionario y salir a un mundo a veces hostil declarando nuestra hostilidad eterna a la pobreza, al racismo y al militarismo. Ya no podemos gastar más en adorar al dios del odio o hincarnos ante el altar de la represalia. Los océanos de la historia se vuelven peligrosos con las mareas cada vez más altas del odio. La historia está llena de ruinas, las de las naciones e individuos que siguieron el sendero autodestructor del odio».