Jose Angel ORIA
LOS PUEBLOS AFRICANOS EXIGEN DEMOCRACIA

LA INDIGNACIÓN DE LA RDC BEBE DE LA FUENTE BURKINESA

Joseph Kabila trata de perpetuarse en el poder pese a que la Constitución lo prohíba. En enero hizo desaparecer a varios manifestantes y en marzo arrestó a los fundadores del movimiento Filimbi, que trata de llevar a la RDC la experiencia revolucionaria burkinesa.

Los europarlamentarios socialdemócratas que acaban de visitar Kinshasa han pedido a las autoridades congoleñas que abran una investigación independiente sobre los más de 420 cadáveres hallados en Maluku. Bélgica hizo una solicitud similar. Según denuncias de ONG, entre los cadáveres de la fosa común hay víctimas de la represión contra las marchas antigubernamentales de enero o de otras operaciones de la Policía. Según la versión oficial, los cadáveres pertenecen a personas muertas en la más absoluta pobreza o provienen de las morgues.

La parlamentaria italiana Cécile Kyenge declaró que, «considerando que se nos ha revelado la existencia de otras fosas comunes, debemos saber si estas personas murieron de muerte natural o si hay relación con ciertas desapariciones».

El descubrimiento de la fosa común pone sobre la mesa la existencia de auténticos «escuadrones de la muerte», como les ha llamado desde Bruselas el político opositor Étienne Tshisekedi, presidente de la Unión Democrática para el Progreso Social (UDPS). Estos grupos armados actuarían en defensa de los intereses del Gobierno de Joseph Kabila, machacando cualquier intento de movilización popular. Pero esta vez su osadía podría terminar precipitando el final de un régimen hereditario, por mucho que diga ser una «República Democrática».

Las asociaciones de derechos humanos insisten en la obligación de exhumar los cuerpos y practicar la autopsia. Ello contribuiría a aclarar si la tesis opositora tiene o no fundamento. Muchas son las cuestiones que habría que aclarar, según afirman. La más urgente sería saber si las autoridades del hospital no disponen de un registro de enfermos que fallecieron durante aquellos días para poder identificar a esos cuerpos. Si Kabila tuviera la conciencia tranquila, ordenaría la investigación que se le pide y se podría comprobar que no murieron torturados. Su ministro de Justicia y Derechos Humanos, Alexis Thambwe Mwamba, dijo el jueves estar listo para exhumar los cadáveres: «Si los magistrados investigadores determinan que debemos exhumar, exhumaremos a plena luz del día, en presencia de diplomáticos del mundo». El régimen se siente acorralado.

«Dejen de matar a la población»

Lo que la oposición teme es que en la fosa de Maluku se ocultasen los cuerpos de los manifestantes desaparecidos en enero durante las protestas en contra de la nueva ley electoral, que daba la posibilidad a Kabila de presentarse a las elecciones en 2016 para un tercer mandato. Durante las protestas del 19, 20 y 21 de enero, en choques con las fuerzas de seguridad, murieron decenas de personas. Incluso el cardenal Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa, llegó a hacer un llamamiento a la Policía para que deje de «matar a la población». Los activistas habían acusado a militares de la Guardia Presidencial, disfrazados de policías, de haberse llevado a decenas de manifestantes y de haber hecho desaparecer sus cuerpos una vez muertos. Varias familias habían denunciado la desaparición de sus seres queridos. Otras no se atrevieron a dar ese peligroso paso.

El de la fosa común no es el único episodio de represión de la oposición que quita el sueño a los aún gobernantes en Kinshasa. Las mismas organizaciones de derechos humanos siguen exigiendo la liberación de los activistas que osaron exigir democracia real detenidos cuando realizaban una conferencia de prensa junto a activistas de Senegal y Burkina Faso. El Gobierno les acusa de atentado contra las instituciones del Estado.

Sibiri Ouedraogo regresaba a Uagadugú el 20 de marzo, tras varios días de arresto. 50 miembros de Balai Citoyen (la escoba ciudadana), el movimiento popular de Burkina Faso que en octubre obligó a huir del país al presidente Compaore, le esperaban en el aeropuerto. Le cantaron el himno nacional antes de comenzar a corear frases contra Kabila y a augurar un próximo fin a su mandato.

Ouedraogo expresó su felicidad por haber podido regresar a Burkina Faso, ya que temió por su vida dado el «comportamiento dictatorial» de las autoridades de Kinshasa.

El Gobierno congoleño había acusado a los activistas locales y extranjeros de preparar «actos de violencia», una maniobra muy conocida por quienes en cualquier parte se atreven a cuestionar al poder, aunque no hagan uso de armas. «Estos son los comportamientos de los dictadores y de los matones habituados a reaccionar con medidas de fuerza para obligar a los pueblos a obedecer», denunció el rapero Serge Bambara Smockey, de Balai Citoyen. «Así como desde hace años hablamos de la Primavera Árabe, ahora tenemos que hacerlo del Harmattan Africano, porque ha llegado el momento de cambiar a toda esa gente», resumió la situación el músico. El harmattan es un viento seco y caliente de África Occidental.

El rapero incluyó a Kabila en el saco de «dinosaurios» en el que metió al presidente de Chad, Idriss Deby (llegó al poder en 1990); al de Camerún, Paul Biya (reina sin oposición desde 1982); al togolés Faure Gnassingbé (sucedió a su padre en 2005, que había estado 38 años en el poder); y al presidente del otro Congo, Denis Sassou Nguesso, en el poder entre 1979 y 1992 y de nuevo desde 2002. «No podemos seguir compartiendo el mismo barco que estos comandantes ciegos», añadió, llamando a la juventud a movilizarse y criticando a la Unión Africana.

Arrestado un diplomático de EEUU

Mientras en Uagadugú los activistas celebraban la liberación de su compañero, en Kinshasa los congoleños arrestados estaban siendo torturados, según informó Javier Fernando Miranda en Guinguinbali: «Ha trascendido que muchos de los detenidos habrían sido torturados en las instalaciones de la Agencia Nacional de Información, el servicio de inteligencia del Estado, en Kinshasa. Mientras, en la ciudad de Goma, escenario de las principales manifestaciones, se está dando una fuerte represión por parte de la Policía militarizada, un cuerpo de élite especializado en reprimir con mucha brutalidad cualquier manifestación ciudadana. Este odiado cuerpo policial está dirigido por el general Celestín Kanyama, conocido tristemente como ‘el verdugo del Congo’».

Junto a los activistas congoleños, senegaleses y burkineses arrestados durante la rueda de prensa de presentación del movimiento Filimbi, fue detenido el diplomático estadounidense Kevin Sturr, hecho que dio al evento más espacio en los medios internacionales. El funcionario de USAID fue devuelto a la Embajada horas más tarde.

Ben Kabamba, miembro de Filimbi entrevistado por un medio digital, asegura desde la clandestinidad que el movimiento no recibe fondos de EEUU. «El Gobierno hace uso de esa mentira para desacreditar al movimiento juvenil y que nuestro mensaje no pueda llegar a los jóvenes», explica.

Los arrestos provocaron el rechazo de algunas capitales africanas. El Gobierno de transición de Burkina Faso amenazó con reaccionar si sus nacionales no eran liberados en 24 horas. En Senegal, el presidente Macky Sall se enfureció con Kabila por la «detención arbitraria y abusiva» de ciudadanos senegaleses. El repudio internacional llegó también a capitales que preocupan más a Kinshasa. El presidente Obama consideró la detención de su diplomático como una afrenta intolerable. Asimismo, el Departamento de Estado dijo estudiar la posibilidad de aplicar medidas punitivas contra el Gobierno congoleño. La ONU expresó su preocupación por las «graves, sistemáticas y reiteradas violaciones a los derechos humanos cometidos contra el pueblo de la RDC».

Washington sigue de cerca lo que sucede en Kinshasa. El pasado día 6 el medio digital Le Phare Online daba cuenta de una conversación telefónica entre Obama y Kabila. Dicho telefonazo tuvo lugar al día siguiente de conocerse la victoria del candidato opositor en las elecciones de Nigeria, lo cual resulta muy significativo. La Casa Blanca estaría preocupada por que se «respete la Constitución y se protejan los derechos de todos los congoleños y se celebren elecciones creíbles y pacíficas en su debido tiempo». Parece claro que EEUU considera a Kabila como un actor cuyo ciclo terminaría en 2016 y que, por tanto, piensa ya en la necesidad de sentar las bases de una nueva época. Obama sugiere a Kabila que debería retirarse con el sentimiento del deber cumplido y con la satisfacción de un balance positivo. Cabe recordar que en agosto de 2014, con ocasión de la cumbre EEUU-África, Obama había lanzado un mensaje a los dirigentes africanos en el que insistía en la necesidad de que emergieran Estados fuertes que sustituyeran a «hombres fuertes». Blaise Compaoré le replicó que la construcción de un Estado fuerte exige la acción de hombres fuertes. Poco después, Compaoré se vio obligado a abandonar el poder en Burkina Faso.

Kabila empieza a estar muy solo. Ha sido su propia torpeza la que ha hecho que los medios se hagan eco del nacimiento de Filimbi, ya que sin los arrestos de extranjeros el asunto hubiera pasado desapercibido. En teoría, la represión y el descrédito de la clase política podrían abrir una vía para el crecimiento del movimiento pero, en la práctica, parece difícil que puedan lograr gran cosa porque parte de sus líderes están entre rejas y el resto han pasado a la clandestinidad, como el coordinador Floribert Anzuluni.

Según el análisis que sobre los fundadores de Filimbi hace Pierre Boisselet en “Jeune Afrique”, son personas jóvenes con un nivel de formación elevado y, en algunos casos, trabajan para grandes compañías. La mayoría vive en Kinshasa o Goma, viajan mucho y están muy conectados, tanto entre sí como con movimientos y personas de todo el planeta. Más de uno tiene lazos familiares con la actual clase política, lo cual no les impiede querer romper con su «politiquería». Su gran carencia es que por ahora sólo consiguen llegar con su mensaje a los intelectuales. Boisselet asegura que los fundadores de Filimbi no tuvieron relación con las protestas de enero, protagonizadas por los indignados habitantes de los barrios más pobres.