Jule Goikoetxea
Politóloga y profesora de EHU-UPV
GAURKOA

Sindicalismo vasco y democratización

La reproducción social (nacional, económica, de género, de clase, etc.) se da cuando las relaciones de poder objetivas (objetivadas e institucionalizadas) emergen dentro de un sistema de relaciones de poder simbólicas, es decir, en la percepción del mundo social que tenemos. La emergencia de relaciones de poder objetivadas en nuestra visión y comprensión del mundo asegura la permanencia de esas relaciones de poder (Bourdieu, 1985). La democratización es un proceso determinado de institucionalización y la institucionalización es uno de los procesos más efectivos de reproducción social. Ciertamente, hay muchos mecanismos en juego en la conversión de un grupo social en, por ejemplo, «una clase trabajadora», y muchos más en la reproducción de esta última como «clase trabajadora vasca». Actualmente somos testigos de la enorme fractura que sufre la reproducción de la clase trabajadora vasca como clase, como trabajadora y como vasca. Entre las causas está la mal llamada crisis económica, el salvaje proceso neoliberal conocido como globalización que se basa en la privatización de la democracia y tiene como objetivo la desaparición de la movilización, organización y protesta social, donde colocamos el sindicalismo en general y el vasco en particular.

Entre los mecanismos que en su momento permitieron la creación de un marco vasco de relaciones laborales encontramos la estructura de oportunidad política que explica por qué en los 80 hubo un compromiso por parte del Gobierno Vasco, las asociaciones empresariales vascas y los sindicatos para el establecimiento de este marco, oportunidad que hoy no se da debido, entre otras razones, a la ofensiva neoliberal y a la recentralización española. A finales de los 70, se implantó un nuevo proceso de institucionalización por el que las asociaciones vascas de empresarios, los sindicatos y el Gobierno Vasco buscaron la legitimidad democrática tras la dictadura. Necesitaban la certificación democrática no solo de la población española y vasca, sino de la población y gobiernos europeos. En un contexto en donde la ideología del pacto social dominante era el welfarismo, se funda Confebask, y la correduría entre empleados, los sindicatos y el Gobierno Vasco es adecuadamente impulsada para conseguir la mayor y más amplia certificación y legitimidad posible de todas las implicadas.

La estructura de oportunidad política junto con mecanismos como la correduría institucional (brokerage) y la negociación colectiva facilitaron la certificación institucional o la representación autorizada de las clases socio-económicas vascas y por ello del sindicalismo vasco, con todo tipo de protestas y enfrentamientos entre medio, gracias a los cuales se consigue la reproducción de la «clase trabajadora vasca», lo que a su vez reproduce la evidencia (existencia) del demos vasco, que requiere mucho trabajo mantener, sobre todo en las comunidades políticas sin estado, debido a que es el Estado el complejo institucional con más poder reproductivo de entre todos los entes del mundo actual, ya sea para producir pobreza, riqueza, trabajadoras, hombres, mujeres o elites.

Desde la década de los 80 hasta hoy día, las Instituciones Estatales Vascas (IEV), que componen la CFN y la CAV e institucionalizan el territorio de Hego Euskal Herria, han instituido y reproducido, de la mano (o el piquete) del sindicalismo las clases socio-económicas, pero no sólo la vasca, sino también la española según en qué territorio y sector. El problema es que las IEV han ido perdiendo poder desde comienzos de los 90 no por despiste, sino de acuerdo a la ideología neoliberal (y jacobina española), la cual ha radicalizado el proceso de privatización de la democracia, de la autoridad pública, dejando en manos privadas («expertas») las decisiones públicas y, por tanto, los derechos sociales, económicos y políticos de la población.

Nuestro gran hándicap es que estamos inmersos en este proceso de privatización de la democracia sin un Estado propio, por lo que apenas controlamos el núcleo reproductor del demos o de la comunidad política vasca y, por tanto, del sindicalismo vasco, que no es solo la gente o las trabajadoras, sino las IEV que ejecutan las demandas de dichas trabajadoras. La lógica es la siguiente: cuanto menos poder tengan las IEV, menos medios adquirirán los sindicatos vascos para la reproducción democrática de la clase trabajadora, clase que, como es obvio, la democracia no hace desaparecer, sino que la democratiza. Dicha reproducción de la clase trabajadora vasca no la hacen solo las IEV o los sindicatos vascos, la clase trabajadora, como todo grupo y realidad social, tiene dos dimensiones: una objetiva u objetivada, es decir, institucionalizada (sindicada, certificada, etc.) y otra subjetiva, que se refiere a la creencia o percepción y, por tanto, identificación por parte de los trabajadores y trabajadoras con una clase no solo socio-económica, sino territorial y política: la clase trabajadora vasca, no alemana o española. La clase trabajadora vasca es distinta de otras por el hecho de que ocupa un territorio diferente y un espacio distinto (Lefebvre, 1974), es decir, un campo político que tiene sus propias estructuras organizacionales, sistemas de gobierno, representación institucional y régimen socio-económico (Poulantzas, 1978; Jessop, 2008).

La idea fundamental es que es necesario un territorio con capacidad política institucional para poder producir y distribuir el capital económico, social y cultural de forma diferenciada, ya que es dicha producción y distribución lo que permite la existencia y la reproducción de grupos sociales y políticos diferenciados, como el pueblo vasco o la clase trabajadora vasca. Estos están caracterizados no solo por diferencias socio-económicas objetivas (aquellas que trabajan en la CAV o en la CFN tienen ratios de producción, niveles de educación, salud, salarios, pensiones diferentes a las de Andalucía, Catalunya o París), sino también por distinciones políticas (es la voz de la clase trabajadora vasca la que se representa y organiza en las IEV por parte del sindicalismo vasco, no la de la alemana o francesa). Son estas distinciones políticas (que reproducen y son reproducidas por diferencias materiales e institucionales) sobre las que diversos pueblos, estados y naciones se constituyen, reproducen y mantienen a lo largo del tiempo.

La reproducción democrática de la clase trabajadora vasca y por tanto del demos vasco depende tanto de su propia organización y movilización como de sus regímenes de producción y de bienestar, porque son tanto el enfrentamiento como la cooperación de los grupos empresariales y los sectores bancarios y financieros con los sindicatos vascos y las IEV los que, dentro del sistema económico capitalista actual, permiten la institucionalización de las demandas de la clase trabajadora y por tanto la reproducción de las propias clases socio-económicas vascas.

Por ello quiero subrayar que la debilitación constante de las IEV implica también la debilitación del sindicalismo vasco y viceversa. Las IEV proveen los recursos y establecen los modelos y condiciones sobre las que la clase trabajadora puede actuar y existir legítimamente y, al revés, el sindicalismo vasco es el motor no solo de la movilización y las reivindicaciones de la clase trabajadora, sino también de la democratización vasca, porque es quien reproduce la propia clase trabajadora vasca, el pueblo vasco. Esto último se debe a que, como decíamos, toda realidad o grupo social tiene dos dimensiones, la objetiva y la subjetiva, la creencia de las trabajadoras de que son de una determinada clase o la creencia de una población de que es de un determinado pueblo, nación o comunidad política. Lo que no podemos olvidar es que la clase trabajadora vasca no existiría en su doble dimensión sin un sindicalismo vasco, y que el sindicalismo vasco (y, por tanto, el pueblo vasco) tendrá muy difícil su supervivencia a largo plazo si no consigue que las IEV se consoliden como un Estado Vasco Democrático.